domingo

HABEMUS CIELO (13) - HUGO GIOVANETTI VIOLA


DOS: ME SOBRA CORAZÓN

9                                                         

El bungalow tenía una terraza trasera que daba al socavón de un fondito totalmente florecido y atravesado por una delgadísima cañada donde se espejaba el nácar del poniente.

-Quiero que te lleves una magnolia -fue guiando Doris a Brenda por el terraplén rocoso después que la guitarrista se ofreció a sellarle el jugo a los pulpones. -Esta especie se llama grandiflora.

-Qué hermosura de lugar. La primera vez que vine recorrimos toda Viena pero me faltaba ver esto.

-Y el que me dijo que eras una apasionada de las magnolias fue tu ex-marido, la noche que festejamos el compromiso.

La mujer besó la gran corola sin poder curvar más que una semisonrisa.

-Calma y fe, pajarita -murmuró en ese momento Beto en la terraza, al oír los cuchillazos que les encajaba Poli a los morrones para rellenarlos con queso. -Y acordate del final del Adagio.

-Todo bien. Pero me desespera que mi hijo ya esté escuchándole sonar los cascabeles a Satanás. Aunque mida seis centímetros.

-Mi amiga me explicó que estas flores vienen evolucionando hace noventa y cinco millones de años -jadeó bronquíticamente Doris cuando terminaron de trepar el terraplén de piedras muy resbalosas. -Y como aparecieron antes que las abejas fueron polinizadas por los escarabajos.

-Tu madre sabe de todo -se contorsionó actoralmente Brenda para hacerle oler la magnolia a Beto.

-Ah. Este perfume es un regalo de cumpleaños sorpresa que me hiciste caer del cielo, suegra del alma. ¿Te acordás de los dos vitrales que iluminan el retablo de la Virgen en San Esteban?

-No, querido. San Esteban es muy linda, pero ahí yo me siento un sapo de otro pozo.

-Yo terminé de perder la vista a los dieciséis años, y el resplandor más importante que me quedó grabado es el de esos vitrales. Y nunca se me borra, pero en los días de horror a veces siento como si me lo tapara un eclipse.

-Bueno -se pegó en la frente para matarse un mosquito Doris. -Llegó la hora de ponerse repelente.

-No sabía que hoy andabas con horror -graznó Poli, fruncida. -Mi tío me explicó cuando era chica que esta flor no tiene pétalos ni sépalos, y por eso los botánicos le inventaron el nombre de tépalos. Lo puso en un poema y todo.

-Y cuando eran de este tamaño Jerónimo les llamaba las magnolias de la Más Dimensión -se le doró de golpe la nostalgia a Brenda.

-Y los vitrales tenían el brillo sobrehumano de este perfume. Así que adiós eclipse.

-Acá les traigo un repelente que los protege contra cualquier horror -volvió Doris de la cocina, con olor a cigarrillo.

-Tépalos de la Más Dimensión -sonrió Beto hacia el cenit del crepúsculo blanco.


10                  

-Demoré veinte años en aceptar el proyecto de La galante calavera -empinó la copa de espumante Brenda, con el perfil satinado por la resolana nocturna.

-Poli me empezó a leer las prosas de Herrera y Reissig -dio vuelta la cabeza Beto en dirección a la cocina. -Mi madre cree que no me doy cuenta cuando se escapa a fumar, pero ahora está demorando demasiado.

-¿Viste qué rico vino, mami? El jueves vamos con Doris a buscar toda la bebida para el casamiento.

-Y yo podría aprovechar para volver a visitar Salzburgo pero esta vez guiada por un violinista mozartiano. Tu hermano ya a va estar aquí, además. Bueno, eso no me entusiasma mucho porque va atomizarme salado con las descripciones de las iglesias. Pobrecito, mi santo.

-A mí Salzburgo me tiene paspada -se sirvió espumante sin alcohol Poli. -Y además siempre me hizo acordar a un poema de Abel Rosso que se llama Amadeus. Es tal cual: algo horrible.

-¿Horrible?

-Sí. Porque tiene tres partes que escribió por separado en plena crisis de los cuarenta y el que le dio la idea de reunirlas con ese título fue Jerónimo. Aunque son desahogos completamente personales y desde que me mandó Puro verso a Austria jamás pude sacármelos de la cabeza. Escuchá: I Quemaré las muletas / del niño que murió. / Me bastan los muñones / para escarbar el mundo. II Solo / en el centro de todos / tu levedad rutiló / bajo la mañana blanca / y te aplaudieron igual / que a un velero de juguete. / Solo / en el centro de todo / tu corazón levitó / sobre la mañana triste / y te olvidaron igual / que a una estrella descarriada. III Con una rosa rota en la garganta / les digo basta y beso la sentencia / que me gané por arañar el mundo. / Quiero que los perfume un niño muerto.

Entonces Beto se rellenó la copa delgada y alta con total precisión y después de hacer fondo blanco resopló:

-No se puede negar que como poema biográfico es perfecto. Y Mozart fue capaz hasta de musicalizar una copla que decía Hazte dar por el culo, pero nunca con odio: no podía, simplemente.

-Bueno, en la Tertulia lunática hay muchísimo más odio que en el poema de Abel.

-Sí. Porque tiene demasiado Lautréamont, para mi gusto -hundió el rostro en la magnolia color de vitral el violinista.

-Atención -llegó Doris con una hoja en la mano y oliendo mucho más a tabaco que a repelente. -Acabo de traducir al amigo Abel Rosso y voy a colgar este párrafo arriba de mi cama: Jesus. Ich wieB dass du das Gebet des Herrn bist. Hilfe mir gut und glücklich zu sein und lass mich nicht Farben der Welt zu vergessen. Amen.

-Yo entendí nada más que dos palabras pero me hizo erizar -se frotó el pecho izquierdo la mujer escultural, contemplando el espiralamiento arrítimico de las luciérnagas.

-Amén -murmuró Poli.


11        

Esa misma tarde el doctor Rabí había llevado a Senel al aeropuerto y en el momento de torcer por la ruta 101 se tanteó la papada arcillosa como si todavía tuviera el nódulo tiroideo que le extirparon antes del viaje a Viena:

-¿Y al final te recibe el arzobispo? Nunca me sale el nombre.

-Cristoph Schönborn. Puede ser que coincidamos, y me gustaría mucho. Dicen que es de los preferidos de Bergoglio, aunque en los últimos años vive haciendo equilibrismo entre los dinosaurios y los desaforados. Ahora están discutiendo un proyecto de reestructura de las diócesis porque aquello se sigue tambaleando. A Poli le encanta hacerme calentar diciendo que París es la ciudad de las miradas muertas y Viena la ciudad de las iglesias vacías.

-Tu madre está preciosa, aunque la verdad es que hubiese preferido que no se cortara el pelo.

-¿Viste que piensa ir al casamiento con un traje blanco largo?

-Mirá vos -cabeceó el hombrón ya muy calvo que conservaba restos de un rulerío de indomabilidad adolescente. -Esos son los top-secret que tu hermana y la tía de Abel Rosso tienen orden de no filtrarme.

-Es que mamá me confesó que pensaba desquitarse por los vestidos de comunión y de quince que no la dejaron usar. ¿Te acordás de la historia del raso donde le vaciaron los puchos?

-No me hables de esas cosas.                                

-A mí me parece bárbaro que esté planeando ese ritual de inmaculación.

-Fijate -terminó de estacionar el doctor y le alcanzó al hombre-muchacho con complexión de garza la hoja que había encontrado Michita olvidada en una Biblia. -Esto lo escribió en secreto Pirín.

-Mi pura verdad -leyó con la voz asordinada por la bufanda que acababa de enrollarse Senel. -Qué hermoso. Es como un koan cristiano.

-¿No te animarías a llevárselo a Brenda?

-¿Te parece?

-Es que además habría que decirle que últimamente vivo acordándome de la época de las borracheras. Y lo peor es que nunca voy a poder saber qué disparates le decía cuando los amigos tenían que traerme a casa.

-¿Y seguís pensando en eso?

-Tengo unas pesadillas que me hacen despertar en cuarenta y cuatro patas. Y algunos fines de semana siento que lo único que me merezco es reventar como Gregor Samsa.

Entonces el teólogo, párroco y biblista más joven del Uruguay puso la hoja en el bolsillo del sacón de su padre y lo sondeó fríamente:

-Los que no saben perdonarse a sí mismos son asesinos de su propia felicidad, doctor Rabí. Y además a mamá la empezaron a hacer pedacitos cuando tenía tres años y yo ya te absolví en 2005 por esas borracheras. Hace 10 años, loco. ¿Cuándo vas a terminar de entender de verdad que si no tenés fe y huevos el Espíritu Santo no funciona?


12                                                                  

Brenda y Poli volvieron de comprarse los vestidos después del mediodía, y Doris prefirió ver primero el de su consuegra y la acompañó hasta el apartamento con euforia de quinceañera.

-Ahora me doy cuenta de lo miope que estoy -aprovechó para fumar dos cigarrillos seguidos la mujer de ojos de ágata que había tenido dos infartos seguidos cuando su hija Karla estuvo presa por contrabandear cocaína. -Sos muchísimo más linda que Julia Roberts.

-Bueno -se alisó la vaporosidad del kleid muy escotado la actriz y profesora de danza y gimnasia rítmica, antes de sacar un estuchecito de su neceser de maquillaje. -Después de ese piropo no tengo más remedio que contarte un top-secret total, porque Poli se va a enterar recién el día del casamiento. ¿Cómo se dice bermellón en alemán?

-Zinobber o zinnoberrot. Es el color del malvón.

-Claro. Yo me pasaba jugando con mis amigas a tomar la comunión con los labios pintados de ese color.

-Igual los curas no te hubieran dejado -forzó una carcajadita Doris. -Acá nos obligaban a tomar la comunión y a nosotras lo único que nos importaba era parecer novias. Pero nunca jugábamos a eso.

-¿Vos tenés fe?

En ese momento sonaron tres campanadas en la iglesia de enfrente y la madre de Beto terminó por sonreír con tristísima dulzura:

-Yo no puedo no tener fe.

-Pa -guardó alarmadamente el lápiz labial Brenda. -Senel llega a las cuatro y todavía no viste el vestido de mi hija.

-Tenemos tiempo -se apoyó en la ventana la matrona del Osttirol. -Dejame aprovechar para fumarme otro mientras vos te cambiás.

-Te juro que recién me imaginé con los labios pintados color zinobber en el casamiento y me vinieron unas palpitaciones de felicidad más fuertes que esas campanadas.

-Pero la felicidad no te mata. Y yo tengo que elegir entre dejar de fumar de una vez o vivir la mayor cantidad de años que pueda para ver crecer a mi nieto y curarme el horror como él se lo merece.

El apartamento donde vivían Poli y Beto quedaba a pocas cuadras y al bajar del ascensor en el primer piso escucharon el Andante del tercer concierto para violín de Mozart tarareado jadeantemente por la mujer-niña y Doris murmuró:

-Vámonos.

-Qué pasa.

-No tendría que contártelo, pero una noche de insomnio en el bungalow me di cuenta que ella canta esta melodía en momentos muy especiales. En la cama. ¿Entendés?

-No se puede creer -se puso muy roja Brenda.

-Me parece que a tu hija el kleid la apasionó más que a vos, todavía.

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