domingo

SOY Y NO SOY (2) - SAÚL IBARGOYEN


por Francisco Trejo

¿Saúl Ibargoyen ha aceptado el exilio? ¿Cuál es tu respuesta, justo ahora que se cumplen 41 años de haber salido del Uruguay?

La aceptación del exilio es un proceso extenso y hondo. Dos dimensiones de una experiencia que, lo dijimos, se atenúa pero no se anula. A 41 años de mi exilio en México (junio 1976-ocubre 1984), puedo decir que de alguna manera lo retomé al regresar a México en 1990 para radicar en la ahora Ciudad de México. Los sucederes fluyen de tal modo que no sabemos si el aire mueve las banderas o estas mueven al aire. Aceptamos pensar que esto debe plantearse como una relación dialéctica.

Mencionas dos fechas importantes. En realidad tu exilio duró ocho años. ¿Por qué decidiste volver en 1990? ¿Qué impidió que te quedaras en un país donde había terminado un golpe de Estado? Ahora, al volver en 1990, puede decirse que ya no eras un poeta exiliado, dado que había concluido el conflicto que te orilló a salir de tu patria. ¿En qué circunstancias estabas volviendo en 1990? ¿Cómo llamarías a ese extranjero que dejó de ser exiliado a mediados de los ochenta?

Regresé a causa de múltiples problemas personales, no ajeno a la política en algún caso relevante. Mejor lo dejamos así. Simplemente, era necesario volver, un exilio al revés pero voluntario. Vuelvo a Uruguay todos los años, ya van casi treinta viajes.

¿Saúl Ibargoyen es un poeta mexicano?

Soy y no soy. Es una sensación vacilante, como la de ser poeta uruguayo. Estamos saturados de influencias, de resonancias, de voces. Metidos en la lengua madre que se nutre de otras y que nació de otras, pero es ella. Digamos que soy un poeta latinoamericano / caribeño, marxistaleninista y místico, con mucho apego a la poesía de Oriente y a otras poéticas designadas como “primitivas”.

En la última charla que tuvimos, me dijiste que “la frontera es algo que siempre se está moviendo”. ¿Puedes decirme qué sentido tiene esto en relación con tu obra literaria y con tu vida personal?

Sí, las fronteras se mueven, son traslados por las personas en sus ires y venires, muros arriba o túneles debajo de las marcas y los límites. En verdad, son las personas las que trazan los límites, tanto físicos como simbólicos. El fronterizo, sobre todo en un ámbito bilingüe (como el que conocí), tiene tres opciones para la comunicación oral: dos idiomas y una mezcla o forma dialectal, sin gramática, que se conforma con la práctica. En lo personal, el uso del portuñol, primero en el habla y luego en la escritura, me liberó de la narrativa del español de Montevideo; me ayudó a enriquecer el vocabulario, me ayudó a la invención de palabras. Eso está plasmado en novelas y cuentos, pero no afectó la escritura versal, salvo mínimas excepciones.

¿Cuál de todos de tus libros de poesía consideras que entraña más el sentimiento del exilio?

Tal vez el titulado Exilios, que es también un libro de viajes. Hay otros en los que se da la temática “exiliar”, sobre todo la antología “El poeta y yo”, compilada por el escritor uruguayo Hugo Giovanetti Viola.

En México, ¿cuáles fueron tus principales actividades como poeta del exilio?; es decir, ¿cuál era tu labor frente a las colectividades del exilio?

Trabajé en el periodismo cultural y como coordinador de  cursos y talleres literarios, en especial de poesía. Hasta ahora continúo con un taller, llamado Juntaversos, que comenzamos con Mariluz Suárez y Juan Carlos Castrillón hace casi 22 años. También laboré en Ediciones Eón durante varios años; bajo ese sello publiqué nueve títulos entre novela, cuento, poesía y testimonio. Con las colectividades del exilio tuve mucho contacto. No sólo personal, sino como parte de un colectivo uruguayo que disminuyó notablemente cuando se dio ocasión de regresar al país de origen. Todavía quedamos unos cuantos, no sé la cifra. De ellos, se formó hace unos años el Grupo de Frenteamplistas por la Izquierda, que integro; no estamos en la estructura del Frente Amplio, fuerza de gobierno en Uruguay. Realizamos en una labor de información y análisis de la situación de nuestro país, emitimos declaraciones si alguna coyuntura la amerita. Nuestro apoyo es crítico; además, hay relaciones con diversos grupos que apoyan la idea de la integración de Nuestra América.

¿Con qué poetas de los diferentes exilios de América Latina te reunías aquí en México?

Son muchos. Recuerdo a Uriel Valencia, Jorge Boccanera, Fernando Nieto Cadena, Fernández Moreno, Alejandro Romualdo, Jorge Teillier, Ernesto Cardenal, Juan Gelman, Antonio Cisneros, Elvio Romero, Roberto Sosa, Orro-Raúl González, Carlos Illescas… No todos eran exiliados. Sucede que México se convirtió en un centro de atracción casi irresistible.

¿Experimentaste algún tipo de reclamo o exigencia de parte de tus compañeros uruguayos que no salieron durante la dictadura?

Sí, en varias ocasiones. Uno hasta me dijo que había vivido “un exilio dorado”.

¿Cuál es tu opinión acerca del “exilio interno”, que es como ha sido llamada la experiencia de los que no salieron del país durante la dictadura y que pagaron el precio del silencio frente a sus opositores?

Creo que es tema delicado, pues implicó mucho sufrimiento. Se debió más que nada al aislamiento, aunque no pocos lo rompieron participando en acciones sencillas, solidarias, contra la dictadura; muchos otros tenían miedo y vivían en bajo perfil permanente.

Háblame del regreso a tu tierra natal después del exilio. ¿Cómo fue ese momento? ¿Qué experimentaste? ¿Cuál fue la repercusión de este regreso en tu poesía?

La vuelta fue un proceso, más que un acto. Desde una recepción multitudinaria al primer grupo grande que regresaba (otros ya lo habían hecho, recuerdo a Alfredo Zitarrosa esperándonos en el aeropuerto), el 12 de octubre de 1984, hasta la caravana que nos acompañó por la rambla o malecón a la Ciudad Vieja. Allí se realizó un acto en la sede de la Asociación de Bancarios del Uruguay, de la que soy afiliado. Mi madre y su hermana mayor iban en un taxi siguiendo al autobús que nos trasladaba. Era un día cálido, mucha gente estaba en la playa y nos saludaba con sincero entusiasmo. La emoción era tremenda, el encuentro con familiares y amigos, no sé a qué hora, terminó con desmesuradas ingestas de ron. El reacomodo inmediato no era posible. Volvíamos a otro país, muy cambiado, y nosotros, los de antes, ya no éramos los mismos (Neruda). Hubo muchas decepciones… Ese extrañamiento aparece en cada viaje a Uruguay. Voy año con año. Ya van unos treinta nuevos regresos. Es como si no saliera de México y no llegara nunca a Uruguay. ¿Dónde está uno parado? La repercusión de eso en mis versos no cesa, pues el exilio interior no se apaga. Varios libros y aun cuentos y novelas dan testimonio. Es un continuo que durará lo que dure mi respiración.

Saúl, me comentaste que “la casa es la madre misma” y que has vivido en veinte casas distintas a lo largo de tu vida. ¿Qué significa “la casa”? ¿Hay alguna preocupación poética en torno de este tema?

Las mudanzas con mis familias y las personales se dieron, en general, por motivos económicos. Tal vez uno buscaba un vientre materno simbólico, una raíz para no extraviarse en los asuntos del mundo. A saber. Pero esa impermanencia se ajusta en parte a la del budismo zen y en parte a la dialéctica de la realidad. Uno se mueve para no exidarse…

Cambiando un poco de tema, me gustaría que me respondieras, ¿qué fueron las Jornadas Culturales por el Exilio Uruguayo?

Se efectuaron en agosto de 1977, con un extraordinario apoyo de las autoridades. Todavía conservo recortes de la prensa de la época. Más allá de la presencia de otros exilios latinoamericanos, creo que con es actividad cultural de varios días logramos presentarnos como un grupo que se integraría sin conflicto a la sociedad mexicana. Artistas, escritores, académicos de Nuestra América nos acompañaron y compatriotas del canto vinieron aquí. Aquello tuvo una repercusión considerable, ya que los medios se abrieron a nosotros, de seguro que para confirmar la postura del gobierno. También recibimos del pueblo de México apoyos afectivos e ideológicos que ayudaron en mucho a una integración muy compleja. Exiliados de aquellos momentos vivimos hoy aquí, con descendencia mexicana, amigos y amigas mexicana/os, colegas mexicanos, trabajamos, estudiamos, publicamos nuestra obra (¿dónde, si no?), y con nacionalidad mexicana, compartiendo penas y alegrías con lo que llamamos “nuestro pueblo”. Es decir, nos volvimos más latinoamericano-caribeños que nunca.

Has mencionado en otra charla que “el exilio (tu exilio) inició antes del exilio”. ¿A qué te refieres con esta sentencia?

Sí, cuando en tu propio país no puedes ejercer los mínimos derechos ciudadanos, cuando la democracia burguesa es también duramente afectada, cuando ciertos valores de tu sociedad se derrumban (aun con sus imperfecciones y diferencias de clase), cuando debes pedir permiso a la policía para festejar un cumpleaños… entonces estás en otro país que te rechaza. Esa es la diferencia de lo que pasó con México. Y debes luchar contra quienes generaron ese otro país, o sea, contra la dictadura neofascista dentro del Plan Cóndor del imperialismo para el Cono Sur. Y exiliado cuando, por ejemplo, los muchachos del barrio o de la escuela primaria me rechazaban o agredían… ¡porque yo usaba lentes! Y porque tenía una educación distinta, que los maestros percibían. En verdad, mi familia vivía modestamente, con carencias, pero en aquellos barrios predominaba la pobreza. Asimismo, exilio era cuando ya de joven me hostigaban por mis ideas de izquierda o porque escribía versos. Entonces me introducía en un exilio interior del cual no me he liberado del todo. Un concepto de soledad creativa, de ensoñación casi mística… Podría agregar otro, pero fue voluntario: cuando fui a vivir a la frontera norte del Uruguay con el sur del Brasil, en un punto donde se abrazan dos ciudades: Rivera, uruguaya, y Sant’Anna do Livramento, brasileña. Fue una gran experiencia de vida, aunque de ambos lados me veían como un cuerpo extraño: poeta, con ideas socialistas, empleado de banco y profesor de secundaria y preparatoria, en Rivera; y vinculado por matrimonio con la burguesía rural brasileña. Pasé momentos en verdad difíciles. Mas muchas cosas cambiaron para siempre, empezando por la influencia del portuñol en mi narrativa, hasta hoy. Ah, y el exilio de haber estado preso en tu propia patria…

(Crítica: revista cultural de la Universidad Autónoma de Puebla / agosto-setiembre 2017)

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