domingo

SANDINO NÚÑEZ: HUMANIDAD 2.0: EL CAPITALISMO ALCANZA SU CONCEPTO


PRIMERA ENTREGA

I (1)

Sabemos, con Marx, que el capitalismo no es más que un modo de producción, un modo histórico de producción. Esto es, un qualunqueun sistema económico entre tantos modos o sistemas posibles. Ese bautismo, esa determinación le confiere al capitalismo una positividad que lo hace pensable y decible, y que lo recorta del continuo natural y neutro de la economía en tanto universal abstracto, de la economía como dimensión irreductible de toda práctica humana. Así, la positividad particular del capitalismo debería pensarse, en principio, contra la actividad negativa singular de un sujeto (que, para el caso, coincide con el nombre propio Marx, o con el proletariado marxiano) que lo determina, lo niega, lo escribe, lo teoriza y lo piensa políticamente, es decir, que lo arranca de la naturalidad y la neutralidad (la universalidad abstracta) desde la cual ejerce, sin esfuerzo, su cerrada hegemonía. Esta es, por antonomasia, la operación de la ideologiekritik: mostrar como histórico aquello que tiende a ser espontáneamente entendido como natural y eterno. Pero aquí es donde la neutralidad vuelve para enrarecer la dialéctica entre lo positivo y lo negativo. Esta necesaria determinación-positivización del capitalismo corre un riesgo grave: no puede pensarse como un modo (positivo) de ser sin que se filtre el fondo de neutralidad de un ser sin modos: el principio de producción y la propia lógica económica como universales abstractos, sin historia. Y el giro perverso es que este neutro “ser sin modos” es una abstracción que solamente puede provenir del propio saber enactivo, experiencial o maquínico del modo histórico de producción capitalista. Es el saber de lo real inherente al mundo capitalista, el saber enactivo del cuerpo capitalista —y por tanto podría y debería ser entendido, negativamente, como negatividad. Pero esto no ha ocurrido bien, y entonces la neutralidad del ser sin modos se pone a funcionar simplemente como el telón de fondo sobre el que emerge la positividad de los modos históricos del ser. Ahora, integrada la neutralidad al sistema de lo positivo, la positividad del capitalismo no aparece contra la operación negativa del pensamiento teórico (del proletario, o de Marx), sino que se recorta sobre la neutralidad abstracta de la economía y la producción: el contenido positivo del lenguaje es objetado (el capitalismo es un modo de producción injusto, explotador, acumulativo, paranoico, etc.) pero sólo para consagrar la ontología de ese mismo lenguaje inscripta sordamente como neutralidad: hay por lo menos un modo no capitalista de producción, por lo menos un modo de ser de la economía que no es capitalista, en el cual la economía y la producción se deslizan sin patologías sobre el suelo neutro de la teoría. El capitalismo aparece entonces no como el modo político en el que el sujeto dice y determina la neutralidad abstracta de la economía, sino como un simple modo de ser de ese ser sin modos que es la economía. Así, el capitalismo ha vuelto a interponer su cuerpo en el lenguaje que pretendía criticarlo, pero no ya como la positividad de un modo de ser ni como la negatividad de una ideología, sino como el chasis neutro en el que se apoya ese lenguaje. El engaño entonces, si es que puede hablarse de engaño, no está en la representación ideológica de la realidad, sino en la realidad misma como representación práctica o enactiva. Se trata de un engaño de lo real, similar al que atormentaba a Descartes. Y este engaño es una recaída: consiste en no poder mantenerse en lo negativo, en no poder resistir la tentación de criticar y superar al capitalismo como modo histórico del ser económico, utilizando los principios neutros y la lógica técnica de la propia economía política, o del ser amodal, ahistórico o natural de la economía o la producción.

El capitalismo “alcanza su concepto”, en el mundo contemporáneo, precisamente en la generalización y globalización de la economía como lógica neutra y abstracta de intercambio, producción, rendimiento, eficacia, perfeccionamiento y acumulación. Ahí la lógica enactiva del capital (y no las ideologías nacidas de las relaciones capitalistas de producción, el sujeto “detrás” de la máquina técnica) parasita y coloniza todos los sistemas y todas las esferas: la vida, la naturaleza, la política, lo social, la verdad y el conocimiento, la educación, etcétera. Ahora el capitalismo es el mundo. Y por eso, como se ha observado, es más sencillo imaginar el fin del mundo (un meteorito, el cambio climático, las explosiones solares, las invasiones zombis) que pensar la superación de un simple modo histórico de producción. Eso se debe a que el capitalismo es un modo histórico de producción, pero la lógica del capital no. La lógica del capital es la neutralidad, la nube inercial, abstracta, opaca y viscosa, que nos constituye y determina “por dentro”. Y eso revierte, claro está, sobre la positividad misma: el capitalismo entonces ya no es “un simple modo histórico de producción”: es la ontología neutra que lo posibilita, lo sostiene, lo protege y lo hace durar, es decir, aquello que al provenir de él como “representación enactiva”, lo lanza, idéntico a sí mismo, al momento siguiente, y en ese movimiento lo enraíza y lo confirma. Tentado por una especie de facilismo diría que las relaciones sociales son simbólicas o ideológicas mientras que las relaciones técnicas son enactivas: el capitalismo “alcanza su concepto” cuando la dinámica neutra y la lógica real de las segundas absorbe completamente a las primeras.

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