domingo

LA CARRETA (53) - ENRIQUE AMORIM


XIII (4)                                   

Matacabayo participó en la vigilia porque esa última noche, mientras tajeaba un costillar con el humo del fogón que se interponía entre él y Carlitos, dijo secamente con los ojos llenos de crepitantes brasas:

-Vos podrías quedarte en el Paso del Cementerio. Tu viejo me pidió que no te enrolase hasta no saber cómo andan las cosas.

-Eso dice él -contestó el muchacho-. Yo quiero pasar p’al otro lau…

-Conmigo, no… De manera que ya sabés… Si no te quedás en la Picada, cortate solo… Con mi tropa no pasás, se lo prometí a tu padre. Estás muy tierno pa estas patriadas y querés saber más de lo debido. En estos tiempos una sola palabra puede perdernos a todos…

Se hizo una pausa lleva de crujidos de leña verde y gotas de salmuera en los tizones.

-Ta bien -dijo Carlitos, limpiando su cuchillo en la bota de potro. Dejó caer los cabellos sobre la cara. Se pasó la mano por la frente después, y despejó su rostro. Corajudamente expuesto a cualquier mirada que quisiese ver más de lo corriente, repitió desafiante: -¡Ta bien, entendido! Yo me quedo en la Picada. Si entro en las filas, es por mi cuenta.

Matacabayo supo aguantar el reto. Se puso de pie y dio las buenas noches. Montó a caballo. En la noche sombría, ya en vecindad de policías y fuerzas armadas, sintió a sus espaldas la ira de Carlitos. Hasta su campamento lo seguían las desafiantes miradas.

El rebelde aguantó un día más de marcha. Hasta la Picada del Cementerio. No le arrancaron una sola palabra. Se lo veía fumar hasta quemarse los labios. Los bueyes sangraban sus golpes de picana. No perdía de vista a la carreta solitaria, distanciada a veces más de media legua.

Quedó en la Picada del Cementerio. No se despidió de nadie. Las carretas siguieron su marcha hacia el oeste. Matacabayo aseguró que a pocas leguas hallarían los primeros indicios.

Y así fue. Tres rastros perfectamente claros indicaban que el caudillo dominaba el pago. Cenizas, huesos calcinados y troncos en cruz, tal como estaba convenido. Matacabayo hizo andar su carreta adelante, con el viejo Farías, y se mostró amable, enterando a los hombres de las huellas que iban descubriendo. Los fogones tenían leños en cruz y en todos los casos eran tres, como lo esperaba Matacabayo. Al parecer, las cosas marchaban bien.

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