domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 128 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO QUINTO

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Por su parte, que no crea que tengo treinta; ¿qué importancia tiene eso? La edad no disminuye la intensidad de los sentimientos, muy lejos de eso; y aunque mis cabellos se hayan vueltos blancos como la nieve, no es por causa de la vejez, todo lo contrario, es por una causa que vosotros ya conocéis. En lo que a mí respecta, no amo a las mujeres. Ni tampoco a los hermafroditas. Necesito seres que se me parezcan, en cuyas frentes la nobleza humana esté señalada con los caracteres más netos e imborrables. ¿Estáis seguros de que aquellos que llevan largos cabellos tienen una naturaleza igual a la mía? No lo creo, y no renegaré de mi opinión. Una saliva salobre chorrea de mi boca, no sé por qué. ¿Quién quiere succionarla para que yo me vea libre de ella? Pero aumenta… aumenta siempre. Yo sé de qué se trata. He observado que cuando sorbo sangre de la garganta de los que se acuestan a mi lado (es un error que me consideren vampiro, pues se designa así a aquellos muertos que salen de sus tumbas; ahora bien, yo estoy vivo), devuelvo al día siguiente una parte por la boca: esta es la explicación de la saliva infecta. ¿Qué queréis que haga si los órganos debilitados por el vicio se rehúsan a cumplir las funciones de nutrición? Pero no reveléis mis confidencias a nadie. No es en mi provecho que digo esto, es en el vuestro y en el de los otros, a fin de que el prestigio del secreto mantenga en los límites del deber y de la virtud a aquellos que imantados por la electricidad de lo desconocido, tuvieran la tentación de imitarme. Tened a bien observar mi boca (por el momento no tengo tiempo para emplear una fórmula de cortesía más extensa): desde el primer instante os llama la atención por el aspecto exterior de su estructura, sin recurrir a la serpiente en vuestras comparaciones; la causa está en que contraigo los tejidos hasta reducirlos al máximo, con el fin de hacer creer que poseo un carácter frío. El cual, como no ignoráis, es diametralmente lo opuesto. Lástima que no pueda yo mirar a través de estas páginas seráficas el rostro de quien me lee. Si no ha pasado la pubertad, que se acerque. Apriétame contra ti y no temas hacerme daño; ajustemos progresivamente los lazos de nuestros músculos. Todavía más. Creo que es inútil insistir; la opacidad, notable por más de un motivo, de esta hoja de papel, es uno de los obstáculos insuperables para el logro de nuestra completa unión. Yo experimenté siempre un infame capricho por la pálida juventud de los colegios y por los niños descoloridos de los talleres. Mis palabras no son las reminiscencias de un sueño, y yo tendría que desenredar demasiados recuerdos si me fuera impuesta la obligación de hacer desfilar ante vuestros ojos los acontecimientos que podrían sostener, con su testimonio, la veracidad de mi dolorosa afirmación. La justicia humana todavía no me ha sorprendido en flagrante delito, a pesar de la indiscutible habilidad de sus agentes. Yo mismo asesiné (no hace mucho tiempo) a un pederasta que se prestaba con suficiente docilidad a mi pasión; arrojé su cadáver a un pozo abandonado, y no hay pruebas decisivas contra mí. ¿Por qué tiemblas de miedo, adolescente que me lees? ¿Crees que quiera hacer otro tanto contigo?

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