domingo

LOS RECOVECOS DE MANUEL MIGUEL (51) - Desbocada reinvención de la vida de Manuel Espínola Gómez



Hugo Giovanetti Viola

Primera edición: Caracol al Galope, 1999.
Primera edición WEB: elMontevideano Laboratorio de Artes, 2016.

TÚNEL FINAL: INTERMEZZO GIOCOSO

2

Segundo brazo

Manolo terminó de leer el diario y empezó a hacer firuletes con una birome sobre el reverso del ticket de la consumición.


Y de golpe te distrae el relámpago bermellón de un gallo solisense que aterriza en la vereda, cargando a dos jinetes. Felisberto Hernández y una Hortensia de minifalda y top no demoran en entrar al boliche con paso procesional, y cuando lo invitás a sentarse en tu mesa el hombre se señala su único ojo y sonríe:

-No se asuste. El otro huevo frito me lo arrancó un caricaturista piadoso. Ahora sólo juno el valle de las fidelidades.

Lo ayudás a sentar a la muñeca-prostituta, y apenas ella empieza segregar goterones que caen sobre tu brazo Felisberto pregunta:

¿Qué le pasó en el húmero derecho? Lo tiene medio muerto.


-A mí no me pasa nada -zamarreó los mofletes Manolo, reacomodándose. -Estoy viejo, nomás. ¿Qué se van a servir?

-Un chivito canadiense. Y un buen vino de Francia con mamadera aparte para que chupe Hortensia. ¿Y eso qué es? ¿Un boceto?

-No. Son rayas que hice por joder. De aburrido, nomás.

-¿Está pintando algo?

-Nada. Hace quince años que no pinto ni una puerta.

-¿Y el museo cómo marcha?

-De eso mejor ni hablar. ¿Y usted de dónde viene en un gallo de mi autoría, si se puede saber?

-Vengo del Intermezzo Giocoso. Es un hotel que queda en el caserío de Alborada en las gargantas. El Papalote precisaba una Hortensia para desempacar al General, que no quería seguir timbeando ni a ganchos.


Pero después que el mozo trae el vino de Francia no te animás a preguntar más nada. Felisberto te explica que la muñeca es muy moderna y puede cantar o llorar cuando a ella se le ocurre.

-Pero lo que tiene que tragarse lo decide el usuario -especificaste, irritado.

Felisberto no contesta. La Hortensia tiene pechos de cierva y te sigue escrutando fijamente el brazo derecho. Y al terminar la mamadera canta con voz de yuyo:

-Qué verano me robó / las glicinas de la infancia / con qué viento se voló / el trasluz de su fragancia.

El hombre se cuelga una servilleta y espera la comida frotándose las manos. Y apenas el chivito ilumina la mesa ella vuelve a cantar:

-Y qué lluvia deshojó / mis amores inocentes / y qué llanto se llevó / mis ojos adolescentes. / Qué ladrón desenjauló / a mis pájaros ausentes.

-Qué lo tiró. Me hizo acordar al crucifijo estelar que sobrevuela los estilos de Amalia de la Vega -aplaudís, lacrimoso.

-Lo malo es que el canadiense se me haya puesto tan triste -protesta Felisberto. -Mire la palidez de esta pobre panceta. Pero a caballo regalado no se le vicha el alma.

Y cuando los acompañás hasta la vereda notás que Dieciocho de Julio es como una foto en blanco, gris y negro -igual que los árboles de “Sonorosas siestas lejaneras”- enfrentada a la granulosidad clarinante del gallo. Y sentís que tu brazo derecho tiene ganas de seguir firuleteando hasta el amanecer.


Dos meses después Manolo estaba en el bar de enfrente terminando una cincuentena de composiciones abstractas -que trabajó con distintas biromes, lápiz y marcador amarillo sobre el reverso de una satinadísimas recetas de cocina- cuando vio aterrizar el gallo.


La cola del vestido de la Hortensia permanece flotando unos segundos como la signatura superreal de un cometa, antes de derramarse sobre el hormigón. Y esta vez Felisberto la hace entrar al boliche con una novelería de padrino que te conmueve.

-Buenas y santas -dice. -Parece que se largó a laburar al galope, nomás.

-Sí -resoplaste. -Anduvo la cosa. Se ve que tenía el chorro apretado con la pata y explotó de repente. Y además encontré un mecanismo de impresión para ampliar los originales y fijar inmediatamente el color de las biromes, que tiende a debilitarse con el tiempo. Nunca pensé que pudiera servir para nada el trazo uniforme de los bolígrafos. Pero sientesé y cuente, carajo: ¿a usted cómo le fue en el Intermezzo Giocoso? Si se puede saber, por supuesto.

Entonces Felisberto acomoda en una silla a la Hortensia entulada y murmura con voz de sinvergüenza (aunque el ojo-huevo frito se le disloca enternecidamente):

-¿Sabe que me gustaría probar un canadiense de este boliche? A lo mejor no llora cuando cante la novia.


-¿Así que el Papalote precisaba a la Hortensia para eso y chau pinela? -se contorsionó Manolo, reclamándole otro helado al mozo.

-Y no es poco, aparcero -sentenció Felisberto. -Mire que muchas veces lo que parece un vicio es la forma de serle fiel a la crema escondida de nuestra luna. Aunque nadie lo entienda.

-En eso estoy de acuerdo. Pero lo que yo no termino de entender es qué tenía de extraordinario lo que le hacía el negro a la Hortensia, al final. ¿La masturbaba y listo?

-No. No la masturbaba. La casaba con el Gerente General del Universo: esperaba que yo tocara el Andante del Concierto Nº 21 de Mozart en el piano y se ponía a acariciarle la patria triste, recitando una lira de San Juan de la Cruz.

-Eso ya me lo dijo. Está bien: vamos a suponer que el Papalote le acariciara el dulce de leche escondido de la vulva (o la casara con el Gerente General del Universo, como quieran ustedes) y semejante rito pudiera no considerarse una masturbación. ¿Pero qué tiene que ver mi viejo con este sainete?

-Déjeme terminar, don Polifocalístico.

-Lo que pasa es que usted da más vueltas que Ciocca en pedo, hermano. Y conste que yo considero que el fútbol es la expresión cultural más formidablemente barroca que dio el Río de la Plata (sobre todo el recostado a nuestra orilla).

-Es que a mí hasta las plantas me crecen haciendo moñas.

-Bueno, pero desembuche más rápido. O no pago la cuenta y van presos los dos: usted y la Hortensia. Y yo me guardo el gallo, qué joder.


Entonces el hombre desliza una guinda del helado en la boca de la muñeca y cuenta que aquella noche llovió tanto que apenas se oía el piano. Y que el General terminó por chamuscar una palma bendecida para que las coces de los truenos no rompieran la puerta del hotelito.

-Y cuando amaneció descubrimos a la Hortensia vestida así de novia, cantando entre unos árboles que parecían uvas planetarias al sol -se entusiasma Felisberto. -Fue una cosa de locos. Y al rato el General desafía al Papalote a jugar al gofo y me explica, desahogado: Ahora que veo esta gloria estoy segurísimo de que al brazo derecho del garbanzo le debe haber llegado la pulsación que no pudo recogerme antes que yo me muera. La andaría precisando pa cuerpear la ingratitud de los dueños del mundo. Pobrecito.

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