domingo

CONFERENCIA DE RUBÉN DARÍO SOBRE JULIO HERRERA Y REISSIG (4)


(Teatro Solís / 11 de julio de 1912)

Pasaré a tratar del volumen publicado de Los peregrinos de piedra. Está dividido en tres partes cuyos títulos -los títulos mismos tienen en Herrera una significación verbal evocativa- son: “El laurel rosa”, “Los éxtasis de la montaña”, “Los parques abandonados”, “Las campanas solariegas”. “El laurel Rosa” consta de una sola poesía: “Recepción”, de un prestigioso derroche de reminiscencias sabias; una alta columna de mármol en que estuviesen grabadas figuras, personajes, grupos mitológicos, en armoniosa confusión; un despertamiento de fuerzas y de visiones líricas, en mayor torbellino que en tal soberbia página de Hugo, o en tal otra de Richepin; un alarde de rítmica en un romance de los más bellos que se puedan encontrar; un desborde de léxico y una locura de lira; y todo, con motivo de la muerte ¿de Hugo?, ¿de Swinburne? No, señora, de Sally Prudhome, del filósofico, honesto y harto extricable  autor de Le vase brisé. Tal inesperada admiración me la han explicado algunos amigos de Herrera, por los súbitos entusiasmos y la bondad singular de aquel hombre incontaminado de acritudes y que se dejaba llevar por una primera impresión con tal que conmoviese su alma de arpa y sus nervios de sensitiva.

Son “Los éxtasis de la montaña”, una serie de sonetos, que él llama en su preocupación neológica “eglogánimas”, cuadros rurales, viñetas anecdóticas, acuarelas luminosas u opacas; impresiones de luz y de ecos, en que el artista se demuestra un poderoso visual y auditivo, y en que los detalles de égloga clásica se entremezclan con el giro novador, el verbo inusitado, o el adjetivo sorprendente. Allí aparecen esos personajes que recuerdan los amables viejos libros de letras helénicas y latinas: Alisia y Cloris: Demócaris y Hebe; Lux y Lidé; Alvino y Filida; Edipo y Diana; Luth y Cloe: Timo, Fonoe, Bion, Melampo, Safo, Febo, (Lucina), y algunos bíblicos, como Loth, David. Y se ve que en la creación de esos versos hay la espontaneidad de las cosas naturales, al par que la posesión de un arte que no desdice del mejor de Henri de Regnier. Escuchas por ejemplo:


EL REGRESO

La tierra ofrece el ósculo de un saludo paterno…
Pasta un mulo la hierba mísera del camino
Y la montaña luce, al tardo sol de invierno,
Como una vieja aldeana, su delantal de lino.

Un cielo bondadoso y un céfiro tierno…
La zagala descansa de codos bajo el pino,
Y densos los ganados, con paso paulatino,
Acuden a la música sacerdotal del cuerno.

Trayendo sobre el hombro leña para la cena,
El pastor, cuya ausencia no dura más de un día,
Camina lentamente rumbo de la alquería.

Al verlo la familia le da la enhorabuena…
Mientras el perro, en ímpetus de lealtad amena,
Describe coleando círculos de alegría.


En tal lindo apunte eglógico el poeta olvida felizmente que hay profesores respetables y también fámulos furiosos, que a toda frase complementaria llaman ripio y que protestan de que se encuentren dos palabras asonantes en un verso. El resultado es una cosa bella, de aquellas que queda a joy for ever. Así Herrera, como Francis Jammes, como algunos pocos en castellano, llega a veces a una sencillez que no faltará quienes califiquen de prosaica, por no ver la verdad armoniosa que tiene su esencia musical aun en las cosas más humildes y usuales. Ved:


LA SIESTA

No late más que un único reloj: el campanario,
Que cuenta los dichosos hastíos de la aldea,
El cual, al sol de Enero, agriamente chispea,
Con su aspecto remoto de viejo refractario…

A la puerta, sentado se duerme el boticario…
En la plaza yacente la gallina cloquea
Y un tronco de ojaranzo arde en la himenea
Junto a la cual el cura medita su breviario.

Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores
Bendice las faenas, reparte los sudores…
Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda

Las ropas que el Domingo sufren los campesinos…
Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda
Huye, soltando coces, de los perros vecinos.


Bien sé que en este género de poesía se puede caer fácilmente en cierto coppeísmo (1) -se podrían también señalar ejemplos castellanos, aunque Herrera tiene más que ver con los franceses-, pero el oro de arte lo salva todo y lo avalora con su gracia. De tal manera en esos sonetos detienen hallazgos como estos:


…la joven brisa se despereza…
Un suspiro de Arcadia peina los matorrales…

Estalla una gangosa balada de marimba…
Llegan por el camino cánticos de retorno…

Almizclan una abuela paz de las Escrituras
Los vahos que trascienden a vacunos y cerdos…

Todo este soneto “La Iglesia”, una iglesia de pueblo, de pueblo gris, que diría su amigo Rusiñol:


En un beato silencio del recinto vegeta.
Las vírgenes de cera duermen en su decoro
De terciopelo lívido y de esmalte incoloro;
Y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta…

Sedienta, abre su boca de mármol la pileta,
Una vieja estornuda desde el altar al coro…
Y una legión de átomos sube un camino de oro
Aéreo, que una escala de Jacob interpreta.

Inicia sus labores el ama reverente.
Para saber si anda de buenas San Vicente
Con tímidos arrobos repica la alcancía…

Acá y allá maniobra después con un plumero,
Mientras, por una puerta que da a la sacristía,
Irrumpe la gloriosa turba del gallinero.


En otra parte, la leche de la égloga se corta por el agregado de ácidos simbólicos. Entonces es cuando “Albino, el pastor loco, quiere besar la luna”. Hay un influjo saturnino y un relente que poco tiene que ver con el soplo salvífico virgiliano.

¿No nacieron en Montevideo dos raros “mercurianos”: Ducasse, el enigmático Lautréamont creador de Maldoror, y el selecto Jules Laforgue? Mas quién no ha de adivinar este rubí:

Salpica, se abre, humea, como la carne herida


Bajo el fecundo tajo, la palpitante gleba.


Notas

(1) François Edouard Joachim Coppée (París, 1842-1908): poeta, dramaturgo y novelista parnasiano.

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