domingo

BREVE CANTAR DE REY ACORRALADO - JUAN DE MARSILIO



I

Dios, que me has dado la gloria
de ser acariciado por la brisa
del momento presente,
concede que algo quede de mí para lo eterno:
la lúcida inconsciencia de esta efímera
totalidad de paz que me traspasa
-e incinera en los fuegos infernales
los momentos atroces que también he vivido
y hacen lo más del rosario de días y días y días
que les toca rezar o blasfemar
a los más de mis prójimos.


II

Yo sé que un día resucitarás
de las cenizas dormidas de los amantes
eso más puro que su amor tuviera
para que en Ti y ante Ti
dance su amor para siempre jamás.
Sé también que ese día ya es hoy,
por lo menos en parte,
en los días de todos los días,
aunque aún no podamos captarlo,
salvo cuando tomamos tranquilos un café
y el vidrio cierra el paso al viento frío
pero no a la tibieza bienhechora del sol.


III

También en los pasos del tiempo huidizo
deja la eternidad sus indelebles
huellas que sabrá ver quien mire todo
contemplativamente sin por ello
abdicar de la acción.

También será glorioso ser el humus anónimo
de cosechas futuras que alimenten
a otras generaciones
de bípedos mortales y a la vez inmortales.


IV

Escribo muy temprano en la mañana.
Todavía permite la ciudad
que oiga cantar a los pájaros
de los parques vecinos.
Yo no puedo hacer eso
que a ellos les sale sin esfuerzo alguno.
Pero puedo tejer tercamente
estos cojitrancos versos
que se abren pasito a pasito camino
hacia donde yo no sé
pero Quien debe sí sabe.


V

A un artista ya en edad madura le supondremos un respetable grado de lucidez, al menos en lo concerniente a su oficio.

Si hubiese el tal artista además aprovechado sus años para desarrollar un razonable grado de honestidad intelectual, no podrá el tal artista no considerar su obra un rotundo fracaso, en conocimiento que estará de enorme distancia cuantitativa y cualitativa entre lo pretendido y lo concretado. El hábito del arte enseña a ser más humilde.

No obstante lo anterior, ese lúcido artista amará ese fracaso tan costoso de un modo entrañable, de la misma manera conmovedora en que quieren las madres a sus hijos bobos.

Salvo, claro está, que el o la artista en cuestión fuese padre o madre de algún hijo o hija bobo o boba en sentido del todo literal y para nada figurado. En tal caso le parecerá la prueba de haber intentado cumplir con uno de sus varios deberes, aunque no el primordial, la constancia de haber intentado hacer algo que le tocaba, pero no era el principal de sus quehaceres.

Y si la tal o el tal artista o artisto tuviese más amor por su obra que por su hija o hijo boba o bobo de carne y hueso (de carne de su carne, no olvidemos) podrá ser gran artista el tal artista, pero será pequeñísima persona, en el más deleznable sentido de la pequeñez.


VI

Estoy leyendo ahora los "Cuatro cuartetos" de Eliot. ¡Eso sí que es un poeta y no esto que traigo puesto!

Me he enterado de que en 1940, al publicarse "East Coker", cuando la guerra a Inglaterra le marchaba de veras mal, se vendieron doce mil ejemplares del folleto.

Tengo la firme convicción de que también por eso pudimos vencer a Hitler y también la sospecha de que ahora nos costaría mucho más vencerlo.

Quiera Dios ayudarnos.


VII

"Yo canto para luego su hermosura y su gracia."

F.G.L.

Todos los poetas cantan para luego
la hermosura y la gracia,
la inocencia y la dulzura,
pero también el asco y el horror
de cosas importantes para el mundo
o para buena parte del mundo en su momento
pero también de cosas importantes
nada más para el yo de sus personas
y por eso pasibles de olvido mucho más perentorio
que las otras más públicas pero también
condenadas a ser más temprano o más tarde
forraje del olvido,
que es un rumiante que lo traga todo
y ese en buena medida responsable
de que el único bicho que razona
se suela conducir como un imbécil.

Los quiero a los poetas
por su terca tarea de arrojar
enfáticas bolitas de papel
contra el indiferente blindaje del olvido.

Me los conserve Dios en su memoria.
Me los conserve Dios,
el único exitoso
de todos los poetas.


VIII

Menos mal que Beatrice
se murió todavía muy joven
y no se enamoró jamás de Dante.
De haber vivido más,
de haberse enamorado del poeta
hubiera sido su existencia un poco
bastante insoportable.

Pobre Gemma Donati,
esposa con marido en el exilio,
madre de los tres hijos y una hija
de Durante Alighieri
y sin ningún poeta que su amor le cantase.


IX

Te vi de lo más parecida a una rosa
que sabiéndose contemplada y sintiéndose
ufanísima por ello
-y no siéndole del todo indiferente
la identidad de su contemplador-
lograra disimularlo
con éxito rotundo y un tanto cruel
y se mostrase concentrada en sí,
aparentando absoluto desprecio por todo
salvo sus propios pétalos.
Pero quiso la brisa alcanzarme la parte veraz de tu aroma.

Así fue que empecé a comprender para qué se respira.


X

Los pedazos del hombre hecho pedazos
no pueden por sí mismos construir de nuevo al hombre
y sin embargo a veces el hombre se rehace
diferente y mejor de aquel que fuera
antes de hacerse añicos
como un jarrón que al piso se cayese.
Es un indicio de que existe el alma
y tal vez de que sea un poco menos
mortal de lo que pueden concebirla
los menos optimistas de nuestros pensadores.


XI

Llegado a la edad que he llegado,
soy como un rey que vencido escapase
por los campos en busca
de algún sitio recóndito y tranquilo
donde pasar humilde y laborioso
la vida que le reste
pero al que de pronto cercan los enemigos
y sabe que enseguida lo ejecutan,
porque todo pasado presenta más tarde o más temprano
la debida factura.

O mejor,
soy como el loco que toda una vida
ha fabulado ser rey
y en un violento rapto de razón
se da de golpe cuenta de que es un loco,
para caer de nuevo en el delirio,
pero en el rol del más paria de todos los parias,
es decir, en el rol de un mendigo cualquiera
de cualquier gran ciudad.

Y mejor todavía, soy uno
que ha aprendido por fin que ser rey o mendigo,
a la hora del pesaje de las almas,
no hace gran diferencia.


XII                       

El General Quiroga fue en coche al muere
y Gardel en avión de poco vuelo,
lo mismo que Susana o Angelito,
y yo voy en el ómnibus cansino
que me lleva de casa al laburo
por mi Montevideo, ciudad lenta,
donde también se muere sin embargo
más temprano que tarde.


XIII

Esa realidad
que llamamos poesía
y tildamos de ficción
por carecer del coraje
que se necesita para contemplarla
asumiéndola cierta
y obrar luego de modo coherente
con la verdad que se hubo descubierto,
esa realidad
que llamamos poesía
no tiene poder suficiente para redimirnos
pero un poco se acerca
y no es ni de lejos la falta
por la que fuimos condenados.


XIV

Es tiempo de meditar:
todo tiene su tiempo bajo el sol.
Es tiempo
de volver in mente
a las calles de infancia
y sentir en los pies de la memoria
el pasto de ese entonces
que cubierto ahora por el pavimento
sigue sin embargo ahí
porque el tiempo es real e ilusorio a la vez.
Es tiempo ahora de volver al tiempo
en que el rey perseguido y cercado
cuya cabeza ya pronto cercenan
era riente príncipe
de padres y abuelos y tíos
y vecinas amables.
Es tiempo
de ver otra vez la luna por televisión
y asombrarse otra vez en blanco y negro
del pequeño paso y del salto enorme
y empezar a gustar de películas
con naves espaciales
a las que se veía con toda claridad
colgar de sus piolines.
Es tiempo
de que el cielo suba
de que se aleje
infinitísimos metros fuera del alcance
de las manos y de las cometas
porque han vuelto los ojos de repente
a estar un metro más abajo
y las flores
del jardín de la abuela son estrellas
a las que arriba el joven navegante
cuyo aire pequeño es un cielo
real
por lo imaginario.
Es tiempo de pausar
de meditar ensoñativamente
jugando a creer
que este vino suave y atardecido
y este momento de tranquila música
son el gustoso premio bien ganado
por el guerrero que llegó a su otoño.
Sé que mañana
habré de empuñar otra vez la espada
con pleno convencimiento y aceptación
de la derrota inevitable.
Pero ahora
es tiempo
de volver in mente
a las calles de la infancia
donde nunca he dejado de estar para siempre.
                   

XV

Asumiré la desmesura
de atreverme al humildad,
de verme minúsculo entre lo infinito,
e infinito por eso
precisamente.

Me despojaré
del cetro y la corona.

Descenderé del trono para acuclillarme
en un punto al azar de una acera cualquiera
a esperar en el fondo del cuenco
la música aleatoria
de las monedas prójimas cayendo.

Recién entonces reinaré lo poco
que le es posible al hombre reinar de veras
de este lado de acá de lo que existe.


XVI

No creía que fuese a tener después
que hacer esfuerzo enorme para amarme
y en vano tantas veces.
No creía, pues nadie
en su juicio lo hubiera podido creer,
que nueve de cada diez veces
mi peor enemigo
me miraría desde el espejo
con mirada boyuna y matinal
y dientes con espuma pero sin rabia.
No creía que el vino sería
anestesia o veneno
más veces que alegría.
Hubo sin embargo
esa mañana dulce después de
(andaba yo como pisando nubes)
y en no pocos domingos de mañana
hay el dedo de Dios que se posa en mi lengua
-en rigor
hay ahora no pocas mañanas de domingo
en las que estoy lo bastante olvidado de mí
como para captar ese milagro
que desde el Cielo nunca me negaran.
Lo que hube temido Infierno
resulta ser Purgatorio.
Y como cualquiera sabe,
cuando hay luz al fin del túnel
lo que importa es la luz.


XVII

(después de ver "Silence", de Martin Scorsese)

Puesto a revisar mi vida, no hallo demasiados momentos ante los que enternecerme ni de los que sentir orgullo. En cambio, suman un respetable puñado las acciones propias de las que me avergüenzo. Y de las omisiones no me atrevo a intentar dar cuenta, ni siquiera aproximada.

Si alguno me preguntara para qué creo en Dios, de seguro le respondería que para lidiar mejor con mis faltas, no sólo para sentir la dulce gracia del perdón, que ya es bastante, sino también para volver tras cada fracaso, suplidas mis pobres fuerzas por otras que siento me llegan de Arriba, a la tarea de tratar de ser un poco menos impresentable. Me veo a mí mismo, en mi vacilante viaje hacia la virtud, como a una pobre babosa reumática que reptase buscando alcanzar alguna bienhechora boca de tormenta, alcantarilla, resumidero o algo así, por la acera de alguna avenida muy principal en hora pico, justo cuando la gente empieza la estampida porque se ha puesto a granizar. Y sin embargo sigo todavía. Como para no creer en los milagros y en Su autor.

Claro que debo tener para con los otros la cortesía intelectual de asumir que no puedo demostrarles al Dios que me salva ni con evidencia empírica ni con argumentos lógicos. Sin embargo, cuando se me cuestiona por creer y se me sugiere que ya pare con esa bobada no puedo menos que negarme a semejante cobardía: si creo, pues que creo, aunque a muchos les resulte ridículo por estos días.

Lo anterior no quita que más de una vez me haya yo reclamado a mí mismo pruebas y argumentos incontestables. Termino siempre en esos casos repitiendo aquello de que "creo, pero aumenta mi fe.". Y por h o por b mi fe termina siempre siendo aumentada.

Seré, con seguridad, derrotado centenas de veces antes de volver a la tierra. Seré, no obstante, vez tras vez salvado por el hecho de creer que El Mejor de Nosotros nos espera Arriba, ya para siempre victorioso sobre cualquier corrupción posible. Y por tratar de obrar en consecuencia con esa fe, aunque vez tras vez falle en mis torpes y débiles intentos.


XVIII

Estoy convencido de haber obrado
conforme a derecho.
Por eso subo con tranquilidad
a poner el cuello
en el tronco.

Sin embargo sé bien
que podría, como tantos,
equivocarme en el juicio sobre mí mismo.
Por eso subo con humildad
a poner en el tronco
mi cuello.

Sé también que en el sitio al que voy
lo peor que podrían hacerme
es justicia
(bastante más de lo que suelen darnos
de este lado de acá).
Por eso es que subo con sobria esperanza
a que me corten la cabeza.

Confío en que además
tienen Arriba una misericordia
que no hay por aquí abajo.
Por eso es que no tiemblo en demasía,
no por borrachera
ni por arrogancia
(aunque arrogante he sido,
no lo voy a negar).

¡Ah, Carlos, Carlos, Carlos!
Vaya vueltas que ha dado la suerte
y qué momento extraño
para acabar de aprender
que ya sin corona
-y pronto sin cabeza-
este que ha de morir
sigue siendo tan rey
como cualquiera que invoque,
enfrentando la angustia suprema,
las aguas iniciales, recibidas
al mismo tiempo en culpa e inocencia.


XIX

Subo tranquilo al banquillo:
quien ha de juzgarme
es también mi abogado defensor
y al que me acusa ya lo han condenado
desde el principio y sin apelación.

Con temor reverente
subo al banquillo:
mi Abogado Defensor
es a la vez
Quien me ha de juzgar
sin que haya error posible en su sentencia.


XX

Canto
por última breve vez,
pues he de morir
pronto.

No tengo ante mí
la adulación cortesana
que tanto me dañara cuando la tuve
-y yo sin saber-
sino burla y desprecio.

Canto.

Terminado el cantar daré la orden
de que pinten un cisne decapitado
en el cuartel izquierdo superior
de mi escudo de armas:
último del linaje para lo que importa,
quiero llevármelo en el ataúd
y ser luego enterrado
en tumba innominada de humilde cementerio
de minúscula aldea campesina,
y dormir abrigado de tierra y olvido,
hasta que para juicio me despierten
en el último día.

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