PRIMERA ENTREGA
I
Robo de un diamante
Señor Director de La Tribuna Popular. Afable señor: -El soñador Julio Herrera y Reissig se halla en erupción, como el Vesubio y el Tacoma. Se diría que la presentación de la mancha solar, signo cósmico, que según los sabios ha dado lugar a la pintoresca agitación de esos volcanes, ha obrado la misma fulguración sobre el poeta Reissig. En consecuencia, éste cubre la segunda página de La Democracia con un profuso derrame, del que ha tenido el buen acierto de darnos la clave, enterándonos de lo que él pretende quieren decir sus versos.
Hace tiempo que yo soñaba con una clave en las obras de nuestros decadentes. El público no puede menos que sentirse grato el alivio que le proporciona Reissig al fin de su obra, velada como Isis, dolorosa de comprender como la Esfinde: parte del juicio.
El poema es prologado en la primera página, como se merece, por el celebrado colega de su autor, el poeta Lavagnini, el que se lamentaba de que habiendo sido abandonado por su novia, no le quedaba más que el cuerpo de Venus y de Afrodita, con las cuales se hubiera contentado cualquiera que no tuviera el gusto tan inaccesible como el acariciador de “La Vida”.
Las llamas del Vesubio lamen, airosas, la techumbre del cielo ante los favorecidos napolitanos, en cuyos ojos se refleja el incendio… Así en las retinas sonámbulas de los admiradores de Reissig luce el resplandor de las imágenes de “La Vida”, hijas adoptivas de Lavagnini. En esa obra, que el mismo poeta no puede menos que reconocer alta, en la dedicatoria a Roxlo, confundido por el soñador con un pozo artesiano, llamado inagotable, a más del cumplimiento de revelarlo poeta, cosa esta última tan popular que es indigna de la clave, que el soñador confiesa haber sudado en largas horas visionarias, he tenido un encuentro emocionante, en medio de la confusión y el estruendo del cataclismo lírico, con una de mis más risueñas imágenes, algo desfigurada por las circunstancias, asustada, cubierta de impurezas, como que ha sido vomitada por un cráter.
Un no sé qué de vivido en sus ojos fundiéndose en el relámpago nevado de la sonrisa.
El poeta volcánico la arroja en esta forma:
Cuando el azar en que giro
me insinuó la profetisa
el relámpago luz perla
que decora su sonrisa!
Tal es la impurificación que la hija de mi fantasía ha sufrido en las entrañas plutónicas.
El relámpago de la dentadura no puede decorar la sonrisa misma. En cuanto a la “luz perla” es la lava que se ha pegado a la imagen.
Ahora bien, afable señor director: me veo en la más absoluta imposibilidad de ceder a Reissig la imagen que la casualidad me ha hecho encontrar en el arrebato magnífico de su erupción, a causa de que es sencillamente un diamante de la diadema sideral de la Onda Azul. Apoderarse de ella es como sustraer una piedra, menos preciosa, a la corona de Inglaterra y ponérsela en el dedo sobre el guante… como robar al cielo la estrella Sirio… ¡Es modesto Reissig!
¡Profanar a la Onda robándole una de sus preseas!...
Espero, señor director, que compartirá usted mi indignación. El sacrilegio impone que le sea cortada la mano al raptor…
Confío en su apoyo, en su ecuanimidad de usted, a fin de verme feliz y rápidamente reintegrado en la posesión del diamante tentador de Reissig, que me apuraré a colocar en el engarce de la corona de la Onda.
Con sonrisas.
Roberto de las Carreras
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