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EL DRAMA DE LA URUGUAYEZ (2) - FEDERICO NOGARA


Este ensayo es la segunda parte de Izquierda y cultura: El Largo desencuentro (extractos de un ensayo). La primera parte fue publicada en Malabia 58.

La política exterior y de defensa uruguayas tendrían siempre en el futuro un carácter pendular: procurar el apoyo de Brasil cuando la situación con Argentina se desestabilizara, o apelar a Gran Bretaña o los Estados Unidos.

Hoy, en pleno siglo XXI, hay uruguayos que quieren liquidar un debate por la identidad que ni siquiera ha comenzado en serio, mientras otros creen percibir una especial psicología nacional uruguaya y la mayoría festeja la vocación artiguista por la autonomía. El desconocimiento de la historia propia es palpable, sobre todo en los jóvenes. Y la confusión es total cuando se refiere a Artigas. Su condición de héroe nacional de Uruguay surge del hecho de haber vivido antes de la fundación de los partidos tradicionales y, por lo tanto, no pertenecer a ninguno, ser de todos. Pero Artigas, en realidad, no era uruguayo, era latinoamericano en primer lugar y luego argentino dentro de las Provincias Unidas (lo especifican claramente los documentos del Congreso de la Florida). Y no sólo eso: odiado por los comerciantes montevideanos y los estancieros, la frase “más malo que Artigas” se usará durante casi todo el siglo XIX en el país. Agreguemos que fue traicionado por sus propios lugartenientes y cuando algunos amigos lo fueron a buscar al Paraguay para que volviera a la patria, les dijo “yo no tengo patria”.


Uruguay es un Estado independiente en 1830. Rivera es el primer Presidente del país. Llamarlo personaje oscuro sería quedarse corto. Es, simplemente, el propulsor de una política oligárquica, librecambista y orientada a favorecer los intereses del puerto de Montevideo, que coinciden como dos gotas de agua con los intereses de las potencias coloniales.

Durante el siglo XX se ha justificado al personaje aduciendo que era un “hombre político”, alguien que se adaptaba constantemente a las circunstancias. No dejan de tener razón si miramos la política como el arte de la conveniencia, exento de cualquier valor moral y de coherencia.

Quienes elogian a Artigas no pueden elogiar al mismo tiempo a Rivera por la simple razón de que ambos eran enemigos en ese terreno. Artigas era un latinoamericano, creía en la unidad del continente desde sus Provincias Unidas, su verdadera patria. Rivera era un “oriental” al servicio de los intereses extranjeros. Las pruebas son contundentes: apoyó la invasión luso-brasileña jaleada por el Reino Unido, llegó a su segunda presidencia apoyado por la marina de guerra francesa, masacró a los indios charrúas junto a su pariente Bernabé, formó parte de sendos complots para asesinar a Artigas y a Lavalleja. Todo en nombre de la civilización y el progreso. Algunos todavía dicen que hizo entrar al país en la modernidad.

El Partido Colorado actuó, a lo largo de la historia del Uruguay, bajo las premisas de su fundador. El Partido Blanco, por el contrario, defiende en sus principios las causas americanas. Oribe, aliado con Rosas y los federales argentinos, funda El defensor de la Independencia Americana, periódico que defiende al gobierno del Perú (1847) ante la amenaza de una reconquista española.

Por encima de cualquier otra consideración, “Latinoamérica queda envuelta en el sopor balcanizador, incapaz de comprenderse como totalidad, dividida en una veintena, impotente y aislacionista de Estados Parroquiales, para usar la expresión de Toynbee. Estados Parroquiales y no Nacionales, pues la nación quedó inconclusa y deshecha. Cada oligarquía comercial se fijó el control de su comarca. Hubo tantos países como ciudades importantes. Esto se ha prolongado hasta nuestros días”. (1)

La historia del Uruguay, durante casi todo el resto del siglo XIX (hasta 1880), es una serie interminable de cruentas guerras civiles a las que se agrega el bochorno nacional que significó la Guerra de la Triple Alianza, un abuso que casi hizo desaparecer a Paraguay de la faz de la tierra. 


Como es lógico, la naciente literatura latinoamericana no podía estar apartada de los cauces políticos de la realidad. La potente literatura europea y la creciente estadounidense, eran, además, una influencia imposible de eludir. Hubo escritores indigenistas, pero las grandes ciudades, creciendo paralelas al crecimiento del capitalismo, apuntan a un proceso de aculturación -como lo llamara el cubano Fernando Ortiz y lo recogiera Ángel Rama- que se hará cada vez mayor. Dentro de esa lucha entre las provincias y los puertos, entre la ciudad y el campo, siempre con los intereses extranjeros de fondo, surge un autor que es, al mismo tiempo, presidente de Argentina: se trata de Sarmiento y su obra mayor, “Facundo”.


“Facundo es un libro difícil de clasificar: en parte ensayo, en parte narración, en parte estampa, de intención ideológica y social suficientemente profunda como para haberse convertido en un símbolo del ser nacional. La forma que Sarmiento elige para su escritura es de una riqueza que lo ha convertido en un clásico, precisamente porque la figura de su personaje tiene la estatura épica y universal de los héroes que pueden identificarse en cualquier región geográfica (...) Facundo sobrevive menos por su "verdad" socio-política que por la verdad de su escritura…” (2)

¿Cuál es esa verdad a la que alude el crítico? La lucha entre la ciudad y el campo está simplificada en el libro como lucha entre la civilización y la barbarie y el futuro confiado totalmente en la inmigración europea. Sarmiento centró su objetivo en el “progreso”, pero dejó de lado el precio que habrían de pagar los países coloniales por las amenidades de la vida moderna. Y no le importó el destino de indios y gauchos, más aún, no tuvo pruritos en eliminarlos.

En Uruguay es importante resaltar la figura de Bartolomé Hidalgo (1788-1822), que luego de luchar junto a Artigas marchó a Argentina a contar esas luchas. “Asumió el punto de vista del gaucho, pero como era poeta culto, el texto establecía un distanciamiento que permitía la complicidad del lector, también culto. Este mecanismo define el modo pastoral: escrita por autores cultos para lectores cultos, la pastoral siempre presenta una sociedad más primitiva”. (3)

Más adelante en el tiempo, pero con temas relacionados a la época de las guerras de independencia, aparece Eduardo Acevedo Díaz con cuatro novelas: Ismael, Nativa, Grito de gloria y Lanza y sable. En la primera, el gaucho Ismael lucha con un español por el amor de Felisa y por la patria; la segunda y la tercera constituyen la epopeya de la lucha contra el poder portugués y en la última, Lanza y sable, el personaje central es Fructuoso Rivera. “Esta novela escapa del marco puramente histórico para anticipar un género, la novela política, que habría de encontrar en el siglo XX un enorme desarrollo. Leída como panfleto político, la novela adquiere una actualidad nerviosa de la que carecen las otras. Pero su valor narrativo no es despreciable. La figura de Rivera, admirablemente trazada, compone uno de los villanos más simpáticos del romance histórico”.(4) 


Bibliografía

(1) Jorge Abelardo Ramos

(2)  Emir Rodríguez Monegal

(3)  Emir Rodríguez Monegal

/4) Emir Rodríguez Monegal

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