domingo

LOS “TRUCS” DEL PERFECTO CUENTISTA Y OTROS ESCRITOS (20) - HORACIO QUIROGA


ESCRITOS DE HORACIO QUIROGA

La novela y el público * (1)

Es vieja costumbre decir en un artículo: “nosotros pensamos”, en vez de “yo pienso”. Parece ser que la razón de esta rareza consiste en una bella modestia, sumamente útil a quien escribe. ¿Será verdad? Debe serlo. En cuanto a mí, confieso que nunca me ha parecido vanidoso el hecho de que un buen hombre, al escribir un artículo que se sabe ciertamente que es de él, diga: “yo creo”, en lugar de “nosotros creemos”.

Yo creo -y Dios me perdone si hay vanidad en hablar así- que esta inflada cualidad se reconoce en lo que sigue a “yo pienso u opino”, y no en esta sincerísima manera de expresarse. Con un poco de humanidad no sería difícil hallar que el uso de esa fórmula personal prueba franca modestia, siendo así que uno expone únicamente su modo de ver, sin sentar verdad alguna. Como no es exclusivo, se está muy lejos de enseñar verdades a cada paso, y preciso se ser muy mal intencionado para sentir las propias ideas insultadas porque un muchacho cualquiera diga “yo pienso, creo o supongo simplemente, tal cosa”. ¡Si es la mayor cortesía de un derecho! La cátedra se verá en lo que diga si la hay. Pero encontrarla ya en la primera persona del singular…

Todos sabemos perfectamente que cuando el articulista dice “nosotros”, se refiere a él, nada más que a él. Si hay modestia, sería esta muy convencional, en todo caso. ¿Por qué condenar el “yo creo”, que es discreto, recto fórmula de una opinión absolutamente personal, sin imposición alguna y, como tal, eminentemente altruista?

Como el que esto escribe suele dar con fastidiosa frecuencia en este modo de decir, es útil prevenir con lo anterior posibles presunciones.

En pos de la enunciación del viejo dilema: “¿no se lee porque no se escribe o no se escribe porque no se lee?” -la generalidad de los escritores halló defensivo optar por el segundo término. Indudablemente nada más halagador. En los países nuevos, sobre todo, esta resolución se ha adoptado irremisiblemente, llegando las protestas de los escritores incomprendidos a un alto grado de indignación colectiva.

Nuestro país, por ejemplo. Es cosa muy dicha y oída que no se escribe porque no se lee. Pero, en verdad, ¿se ha escrito aquí una obra “puramente” artística que merezca un gran éxito? Es difícil creerlo. El público, como término medio forzado y natural, tiene una comprensión del arte perfectamente mediana. Se aburre lo indecible cuando no ve lo que ve el grupo de arriba, y su primera acción, al concluir el libro, es propagar la voz de su conciencia fastidiada: “es bueno, pero aburrido”. Y el autor de ese libro, por poco discreto que sea, comprendiendo de sobra que su literatura es excesiva -buena o mala- no incurrirá en su lamentable niñería de enojarse.

Hace algún tiempo la novela de una señora tuvo un gran éxito, tan grande como justificado. El público halló en el libro un sinnúmero de bellezas, expresadas en situaciones llenas de encanto, ideas de ataque o defensa que él también compartía, caracteres nobles y simpáticos, y sobre todo, en una trama interesante, que es al fin y al cabo lo que se pide en una novela.

Creo que el público tiene razón. La novela aquella era la expresión -ni más aquí ni más allá- de su modo de sentir la literatura, y de ahí los agasajos que le hizo, en forma de once ediciones. Líbreme Dios de creer que su simpatía, más que a la factura, era a la obra de una mujer. Cualquier hombre que hubiera escrito ese libro habría visto sobre sí el éxito acordado a la señora.

“Libro que se hace leer”. Este es el imán para el público, y el norte de los desencantados del tiraje, cuya inconsecuencia es curiosa. Si ellos mismos dicen de ciertas obras escritas con talento: “Es pesada, buenos caracteres, pero no es novela”, ¿qué más que el buen público se aburra con ciertos libros, no quedándole siquiera la satisfacción de decir: “¿hay por lo menos un carácter?”.

La primera objeción a lo anterior sería esta: “¡pero es imposible descender hasta el público!” Cierto más: si se da por sentado que él no entiende el arte sino cuando está hilvanado en una interesante fábula, ¿a qué enojarse si no se lee?

Prescindiendo de los versos, porque es vocación y costumbre no leer muchos, quedan la novela y el cuento. Paréceme que ninguna -o casi ninguna- de aquellas ha cumplido el ideal de arte en una buena trama, que pide el público. El libro de la señora realizó estas dos cosas para él, y por eso lo leyó. Nada importaría en verdad lo de adentro, con tal de que el argumento fuera interesante. Cualquier novela tendría éxito -fueran sus caracteres los más difíciles- si se desarrollara en un argumento agarrador.

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