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LA GUERRA Y LA PAZ - RICARDO AROCENA


Reflexiones sobre Hiroshima, Nagasaki, la UNESCO, la ONU, la carrera armamentista, las armas nucleares, la guerra y la paz

PRIMERA ENTREGA

"Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… catorce, quince… es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura y unos ochocientos de altura. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso. Las llamas y el humo se están hinchando y se arremolinan alrededor de las estribaciones. Las colinas están desapareciendo bajo el humo. Todo cuanto veo ahora de la ciudad es el muelle principal y lo que parece ser un campo de aviación”. 


Son las 8 y 15 del lunes 6 de agosto de 1945. Desde la cola del Enola Gay, el fotógrafo y artillero Bob Caron registra perturbado un panorama nunca antes visto por el ser humano: desde el avión en el que viaja acaba de ser lanzada una bomba nuclear sobre la ciudad de Hiroshima. Su testimonio será repetido durante generaciones. Little Boy alcanzó rápidamente la altura prefijada para su explosión, unos 600 metros sobre la ciudad y la temperatura subió a más de un millón de grados centígrados e incendió el aire circundante, formando una monstruosa esfera de fuego que avanzó en forma incontrolable arrasando con todo lo que estaba a su paso. Quedaron, mudos testigos de la tragedia, los retorcidos esqueletos de algunos edificios y en otros casos, en el hormigón,  impresos como fantasmales negativos fotográficos, las sombras de las cosas y las personas carbonizadas. Todo lo demás era escombro; el impacto y el fuego dieron cuenta de una ciudad levantada sobre madera y pisos de mosaico, aunque en la orilla este del río Motoyasu, en el mismo lugar de la deflagración, una edificación logró sobrevivir malherida y se convirtió en un símbolo de resurrección.  Luego del “destello plateado” la onda de choque inicial generó ráfagas de 1,5 kilómetros por segundo que arrastraron con fuerza escombros y desgarraron a su paso miembros y órganos humanos. Entonces, el mismo hongo nuclear del que hablaba el artillero, empezó a elevarse por encima de la ciudad hasta alcanzar los 16 kilómetros de altura. El olor a carne quemada llenaba el aire y los supervivientes intentaban calmar sus graves quemaduras sumergiéndose en los ríos, que se llenaron de cadáveres. Treinta minutos después de la explosión inicial, una lluvia de color negro comenzó a caer al noroeste de la ciudad. La gente encontró un alivio en aquel aguacero e ignorante de que estaba impregnado de polvo, hollín y partículas radioactivas, se refrescó con él y comenzó a enfermar. Vista desde el aire, de la activa ciudad solamente quedaba una nube de humo y una enorme superficie de tierra carbonizada.


LOS JINETES DEL APOCALIPSIS

Decir que de desatarse un conflicto nuclear no habría vencedores ni vencidos y que el planeta se hundiría en un caos inimaginable, no es más que afirmar obviedades, pero agregar que sobre las presentes generaciones pesa la responsabilidad de no permitir que tal holocausto se produzca por ahora es una mera expresión de deseos que no se ve acompañada por medidas reales. En el corriente siglo, en el que no están claros los límites entre la realidad y la fantasía, por la incesante insubordinación de la tecnología y en el que los arsenales atómicos y otros, colocan de rehenes al planeta, tal vez el primer paso sea delimitar en forma clara quiénes son sus apocalípticos guardianes, para una vez logrado el diagnóstico definir la fuerza social capaz de enfrentarlos.

El objetivo sería entonces, la completa eliminación de las armas de destrucción masiva, tanto de las novedosas, surgidas al calor de las nuevas tecnologías, como por ejemplo, de existir, el posible “Proyecto Haarp”, como los arsenales bacteriológicos y en particular los arsenales nucleares, los que, salvo opciones no conocidas, continúan siendo el armamento más peligroso que haya sido concebido jamás. Pero todo empieza por no ocultar el peligro ni convertirlo, como diría Arendt, en una banalidad; que la amenaza pende sobre la especie es una realidad que Bertrand Russell y Albert Einstein decidieron no tapar: “si el peligro es comprendido, entonces hay esperanza de evitarlo. Hablamos como miembros de una especie amenazada”.

Ante el riesgo de que un conflicto bélico pudiera degenerar en un enfrentamiento nuclear, los dos científicos urgieron a los gobiernos del planeta, “a que comprendan y reconozcan públicamente que no pueden perseguir sus propósitos mediante una guerra mundial, en consecuencia, los exhortamos firmemente a que encuentren medios pacíficos para dirimir cualquier disputa”. 

No faltaron, cuando la implosión socialista, los que sostuvieron que con el triunfo de uno de los sistemas finalmente gobernaría la paz y que inmersos en el fin de las ideologías y en el avasallamiento globalizador, caerían diluidos los imperialismos y sus políticas de guerra y anexión, pero acabada la guerra fría, los acuerdos para la reducción de los arsenales atómicos y la no proliferación de armas de exterminio masivo, quedaron en letra muerta. Y las organizaciones pacifistas protestan con que existen demasiadas cabezas nucleares en el mundo, por lo que la humanidad “no se ha liberado del peligro de extinción.”

De hecho, los países desarrollados no están sujetos a ningún tipo de inspección ni control de sus reservas de armamentos, pero además la tecnología nuclear ha proliferado en otros lugares del planeta, en zonas de posibles conflictos bélicos de “baja intensidad”. En los hechos cualquier nación que lo desee y que cuente con los recursos necesarios, puede montar un complejo nuclear, más cuando no faltan en el mercado negro internacional materiales de ficción atómica y otros insumos e instrumentos como para poder hacerlo.

En tanto, continúan desarrollándose altamente peligrosos proyectos armamentistas, incluidos algunos que provienen de la era de la confrontación con la Unión Soviética, como por ejemplo el denominado “Proyecto Guerra de las Galaxias”, que abarca maniobras espaciales y armas láser. A tal punto esto es así, que de acuerdo a los informado por algunos portales, a mediados del pasado año la Fuerza Aérea de EE.UU. lanzó un cohete portador Delta IV con dos nuevos satélites espías en el marco del programa militar estadounidense GSSAP lo cual es violatorio del Tratado del Espacio Exterior, promulgado en 1967. A esto hay que sumarle nuevos armamentos atómicos y la modernización  de los misiles de los arsenales.

Como “armas de destrucción masiva” son consideradas aquellas capaces de eliminar a un número muy elevado de personas de manera indiscriminada, el término fue acuñado luego del bombardeo de la Luftwaffe nazi contra la República española, en particular en Guernica y sobre Barcelona, actualmente la expresión es utilizada luego de la resolución 687 de las Naciones Unidas, aprobada en 1991. 

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