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DINU LIPATTI: OTRO INMORTAL DESAPARECIDO A LOS 33 AÑOS


(Nota publicada por Jorge Aráoz Badí el 2 de diciembre de 2000)
Según las homeopáticas necrológicas publicadas en la época, cuando el pianista Dinu Lipatti murió en Ginebra, hace hoy 50 años, se registró un estremecimiento en un pequeño sector de la comunidad intelectual de Europa y América. Mucha gente vinculada a la música apenas lo conocía, porque sus discos eran muy escasos y sus actuaciones públicas se habían reducido a pocas ciudades. Lipatti fue un solitario, de muy bajo perfil, y la leucemia se había apurado a matarlo a los 33 años. Pero no dejó de llamar la atención que algunas personalidades, como el director Charles Munch, el violinista Yehudi Menuhin y el compositor Igor Stravinsky hubieran contribuido con importantes sumas de dinero a pagar el último tramo de su tratamiento.
Sólo algunos años después, con la atmósfera de la posguerra ya despejada, empezó a circular su nombre en los medios musicales. Sus mismos colegas fueron los primeros en llamar la atención sobre él, especialmente Arthur Rubinstein, a quien siempre había preocupado el creciente envilecimiento del idioma pianístico, en manos de los intérpretes de la vieja escuela centroeuropea. Todavía en los años 40 el que dictaba las normas era el intérprete y la música aparecía como un pretexto para que los dioses de salas de conciertos se lucieran. El último gran representante de aquellos dinosaurios fue Vladimir Horowitz. El primero de los notables rebeldes fue Rubinstein, que se dedicó a limpiar de adherencias y amaneramientos la música de los románticos, tal como Wanda Landowska ya lo había hecho desde el clave con Bach.
En su distante refugio de Bucarest (donde había nacido el 19 de marzo de 1917), Dinu Lipatti trabajaba en la misma dirección para encontrar el tono justo de las obras. No el suyo, como mandaban los omnipotentes intérpretes de moda. Sino el de las obras que tocaba, el de la música. Esta obsesión lo acompañó durante su corta vida. Se preparó cinco años antes de tocar el Quinto concierto de Beethoven y cuatro para el primero de Tchaikovsky.

Poder irresistible
Los resultados de tal tenacidad empezaron a hacerse notables, porque además era un pianista excepcionalmente dotado. Había desarrollado un mecanismo técnico impresionante y atrapaba a los oyentes con irresistible poder de comunicación. En 1934, a los 17 años, se presentó en el Concurso Internacional de Piano de Viena y arrasó. Pero sólo le fue concedido el segundo premio, por lo que Alfred Cortot renunció al jurado y lo invitó a París para estudiar con él. Allí sedujo también a Charles Munch, quien le dio clases de dirección orquestal, y a Paul Dukas, que se ofreció a iniciarlo en la composición. Fue Dukas el que dijo a Cortot: "No tenemos nada que enseñarle". No obstante, él siguió su formación pianística con Nadia Boulanger.
Cuando la Segunda Guerra estaba a punto de estallar, decidió volver a Rumania para estar con su familia, hasta que se vio obligado a huir. En 1943, con los 5 francos suizos que le quedaban del viaje (y la compañía de su novia, Madelaine Cantacuzene) consiguió refugiarse en Ginebra y empezó a dar clases de perfeccionamiento pianístico en el conservatorio de la ciudad. Muy pronto esas clases se hicieron célebres en todo el mundo y motivo de peregrinación para gran cantidad de pianistas.
Fue entonces cuando comenzó a hablarse de él como la cabeza del movimiento "literalista" en la interpretación musical, un enfoque que muchos aplicaban, aunque hasta Lipatti no había logrado cuerpo de doctrina. La conducta se expandió rápidamente y fue la demostración de que la música realmente necesitaba de este regreso a la letra escrita, a la verdad estampada por el compositor en su obra.
Tiempo después se empezó a percibir la influencia de este pensamiento recuperador que, por cierto, no se puede descartar como una de las ideas germinadoras del "historicismo". Los pocos discos de Lipatti en circulación, las partitas de Bach, los impromptus de Schubert, las sonatas de Scarlatti y la octava de Mozart, el Ravel, el Brahms, el Liszt, el Grieg y, sobre todo, los Chopin (estudios, mazurcas, nocturnos, valses y la Sonata Op. 58) son ahora un material que ni aficionados ni profesionales consideran documentos de otro tiempo. Su vigencia es indiscutible, y aquellos que los conocen bien pueden advertir las fuentes en que se han nutrido pianistas tan lúcidos como Martha Argerich, Maurizio Pollini o Murray Perahia. Todos reconocen su deuda con Dinu Lipatti, el pianista rumano que se murió hace 50 años, un 2 de diciembre.

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