domingo

LA CONVERSACIÓN CONSIGO MISMO DEL MARQUÉS CARACCIOLI (21)


(Fragmentos del capítulo VIII de Artigas católico, segunda edición ampliada con prólogo de Arturo Ardao, Universidad Católica, 2004)

por Pedro Gaudiano

APÉNDICE 9

La conversación consigo mismo, por el marqués Caraccioli *

“No sin razón se ha dicho muchas veces que un hombre de talento se hallaba en los demás, se trata sólo de elegir el lado luminoso de cada uno para sacar de él alguna utilidad. No hay ignorante alguno, dice Fontenells, que no pueda enseñar alguna cosa al más sabio. ¿No hemos visto personas, a quienes se creía menos capaces de reflexión, poner notas de la que los mismos autores se aprovecharon? De aquí nació que Malherbe leía sus obras a su criada, y Molière a su criado. Un simple paisano bajo de un rostro tan grosero como su vestido, habla muchas veces por el efecto de la naturaleza, como verdadero filósofo. Puede combinar en sí mismo, calcular y discurrir. ¿Quién le impide que reflexione por la noche el trabajo del día, sobre el aumento de los árboles que ha plantado, y sobre la cualidad de los frutos que ha cogido? Es imposible que él no experimente en su interior impresiones del espíritu que todo hombre advierte en sí. ¿No sabe él que la materia tiene por dimensiones lo largo, ancho y profundo? ¿Podrá ignorar él que el todo es mayor que su parte? ¿No tiene una idea de un Ser infinitamente perfecto, que crió todo este universo? ¿No trasluce por fin, de cuando en cuando vislumbres de una alma que le advierte sobre el bien y el mal, que le empeña a respetar el orden, y a cumplir con las obligaciones de pariente, amigo y ciudadano? Ve aquí, sin embargo, cómo se puede juzgar, existiendo el compendio de todas las ciencias en el corazón del más sencillo pastor. Aunque limitado por el contorno de su campo, él se representa otras extensiones aun en medio de sus rebaños; él se conoce nacido para su dueño, y para mandar como soberano al cuadrúpedo lo mismo que al reptil; él tiene el arte natural de criticar; da su parecer sobre todo lo que acaece en su aldea; sentencia con equidad sobre muchos acaecimientos, y alguna vez da una ojeada más justa, respecto a muchas acciones que el más sabio.

No es necesario tener la penetración de Malebranche, ni la elevación de Descartes para discurrir interiormente, y bastarse cada hombre a sí mismo hasta cierto punto. Las ideas metafísicas serán siempre para el mayor número de los hombres, lo mismo que LA llama del espíritu de vino que es demasiado sutil para quemar un leño. Pero si los hombres de buena fe quisieran acercarse unos a otros, y escuchar la voz de la humanidad, no degradaría el desprecio como lo hace todos los días a tantas personas; se hallaría en los que se cree son estúpidos, y en quienes más se desprecia, centellas de una razón que nunca está enteramente apagada. El mal está en que siempre juzgamos por las apariencias; el que no tiene una hermosa locución, ni un tono de voz agradable, o una noble fisonomía, al instante nos parece una persona muy ordinaria, y aun persona de poco o ningún juicio; ¿pero no faltamos a la razón cuando votamos sobre unas exterioridades tan equívocas? Esto viene a ser lo mismo que juzgar de la savia o jugo de los árboles por su corteza, y de la cualidad de las aguas por su superficie” (pp. 180-183).

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