El pasado 4 de noviembre, nuestro prolífico teatrista y narrador Walter Acosta fue invitado a participar en el homenaje a Shakespeare que se realizó en los Jardines de Palermo de Buenos Aires, versionando en forma bilingüe algunos textos capitales de uno de los mayores profetas literarios de todos los tiempos.
Esta es la entrevista concedida en exclusiva para elMontevideano Laboratorio de Artes.
¿Cuál es el balance de tu reciente participación en el homenaje realizado a Shakespeare?
Constatar una vez más la vigencia de Shakespeare en su doble función de dramaturgo y poeta. Mi “celebración” gira en torno a textos originales en inglés de “Enrique Quinto”, “Hamlet”, “El Rey Lear”, “Macbeth”, Ricardo Tercero” y “La Tempestad”, escenas que alterno con mis propias versiones en castellano. Así, lo que podría parecer una petulancia exhibicionista del actor bilingüe, se convierte en un juego permanente donde los textos en inglés y en castellano se complementan poniendo en valor su particular musicalidad y significado, matices y colores. Desde el punto de vista actoral y como ocurre toda vez que se interpreta a Shakespeare, esa fórmula me planteó nuevos desafíos durante los ensayos. Los espectadores, por su parte, parecieron recibir bien mi paso de un idioma al otro.
¿Estás de acuerdo con la afirmación de William Faulkner de que la obra de Shakespeare es una especie de infalible "vara de medir" a la especie humana?
Yo no podría otorgar a la obra de Shakespeare el mérito de infalibilidad que le atribuye el maestro Faulkner. Pienso que tampoco Shakespeare lo hubiera aceptado. Como digo en mi recital, Shakespeare puso al Teatro con mayúscula en el centro mismo de su universo personal.
Subscribiría sí, con entusiasmo, el valor supremo de su intemporalidad, virtud que no deja de sorprenderme cada vez que me interno en su mundo y en la humanidad resplandeciente de sus personajes, aun los más humildes, desvalidos o efímeros. Como lo prueba el caso de Lear, muchos son los personajes de Shakespeare que transitan el camino hacia la madurez y algún grado de sabiduría, aprendiendo precisamente de sus propios errores. Aprendiendo, o simplemente pagando un alto precio por ello demasiado tarde.
Lo cierto es que resulta imposible dejar de percibir las resonancias contemporáneas que alientan en el teatro de Shakespeare -sea tragedia, comedia o drama. 400 años después de su muerte, sus obras parecen hablar de nuestra realidad cotidiana en el siglo 21, la fragilidad del orden moral, el avasallamiento de los derechos, la lucha encarnizada y sangrienta por el poder, el estado totalitario, la violencia de género, el quiebre generacional, las masacres o los fundamentalismos mesiánicos. Sin embargo, habiendo dicho esto, me apresuro a señalar que Shakespeare nunca pretendió ser un predicador moralista. De haberlo sido, otro hubiera resultado ciertamente su sermón o su mensaje. Shakespeare muestra sin juzgar y sin proponer moralejas edificantes o proselitistas, y en eso también estriba la grandeza de su genio.
¿Cómo trabajás la poética de la forma, tanto a nivel actoral como directriz, para irradiar ese incanjeable "claroscuro barroco" que caracteriza al manierismo shakespereano?
Si por manierismo entendemos artificiosidad y simpleza, lejos estamos de Shakespeare. En sus obras no se encontrarán personajes caricaturales. No le guía ningún afán reduccionista al concebir su retrato psicológico. Los pinta con las distintas conductas que asumen, ya sea impuestas por las circunstancias o por designio propio. Así, el material que ofrece Shakespeare al actor exige estudiar atentamente su complejidad más recóndita. Y el esfuerzo recompensa nuestros desvelos actorales con revelaciones gratificantes.
Todo texto de Shakespeare (y tal vez el de otro genio que se llamó Samuel Beckett) contiene una misteriosa energía escondida que el actor debe descubrir y liberar. No obstante, cabe recordar que ese verdadero trabajo de exploración, búsqueda y hallazgo de la forma que asuma el personaje tanto como su conducta, ocurre en la relativa soledad de los ensayos. Curiosamente, al exponer su trabajo ante el público, suele ocurrir que ciertos momentos de revelación resultan irrepetibles puesto que lo que el espectador ve es apenas una parte infinitesimal de su trabajo solitario. Podríamos decir que es parte del misterio del teatro.
Zooey Glass, uno de los más representativos personajes/alter ego de J. D. Salinger, subraya la importancia capital de poder legarle "una honorable calavera" al mundo después de nuestro viaje terrenal. ¿Qué sentís frente a la todopoderosa sonrisa invisible que parece detectar Hamlet en el último rostro de Yorick?
Esa “honorable” calavera del bufón -quintaesencia del polvo, según Hamlet- cae fortuitamente en manos del joven príncipe cuando regresa de Inglaterra con la intención (acaso) de cumplir al fin la terrible venganza que el fantasma de su padre le ha encomendado. Su encuentro con la calavera provoca nuevas reflexiones existenciales que Shakespeare universaliza con todo el peso de verdades reveladas.
Pocos “soliloquios” pueden alcanzar la dimensión universal e intemporal de “Ser o no ser”, monólogo que antecede largamente a la escena del cementerio pero que me parece secuela indiscutible de una reflexión fundamental. Según la pregunta que se me ha hecho, Hamlet parece detectar una sonrisa invisible en los restos mortales del bufón. Ajustándome al texto de Shakespeare, Hamlet habla más exactamente sobre una posible mueca cruel. La imagen poderosa que parece llegar del más allá sería entonces una herencia particularmente perturbadora. ¿Es eso lo que nos quiso decir Shakespeare?
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