domingo

ENRIQUE AMORIM - LA CARRETA (12)


II (2)

En la carpa de las vendedoras de pasteles, pasada la medianoche, se suspendió la música para escuchar las historias de un cuentero recién llegado. Aparte de ese episodio, la carpa parecía esconder algún secreto. Más aun cuando se hizo un profundo silencio y el movimiento bajo la lona se tornó sigiloso.

-¡Ayí hay gato encerrado! -aseguró don Pedro, mirando la carpa de las vendedoras de la quitanda. Me parece que esas intrusas han inventado la manera de pasarlo mejor…

Kaliso, que no podía estarse de pie, se tiró al suelo y comentó:

-¡Tantas mujeres juntas no pueden hacer nada bueno! ¡Menos mal que mi gringa duerme con el oso!

El fogón de las pasteleras pareció avivarse de pronto; pero, repentinamente, entró en un silencio por demás sospechoso.

Don Pedro vio salir de la carpa a una de las “Hermanas Felipe”, a Leonina, llamada a veces “la leona”. Aguzó la mirada, interesado por aquel trajín sin sentido, buscando a Clorinda. Desde que el circo había entrado en decadencia, la muchacha se interesaba menos por su director. Don Pedro, a su vez, buscaba la coyuntura para zafarse. Quería deshacerse de ella y la dejaba libre por las noches, exigiéndole tan sólo el cumplimiento de su trabajo de amazona. A fin de que se fuese acomodando con alguno de los visitantes, ricos al parecer, el director tácitamente consentía su libertad. Y no perdía el tiempo la muchacha.

Una figura que desde hacía días preocupaba tanto a don Pedro como a  Kaliso cruzó sigilosamente camino de la carpa. Era Matacabayo, acreedor de contemplaciones por los servicios de mediador intermediario con el vecindario.

Siguiéndole los pasos a Matacabayo, pasó Secundina, quien jamás le perdía la pisada al gigantón.

Kaliso y don Pedro se miraron al instante. No les quedó la más mínima duda de que una nueva organización, extraña al circo y a la compañía, era cosa ideada por aquel casal.

Debían interesarse por lo que pasaba. 

Llegados al grupo, para romper el hielo con que fueron recibidos, don Pedro le pidió fuego al comisario. Kaliso, más atento a las circunstancias, dominando el fogón, se agachó y, levantando una ramita encendida en una punta, mientras daba lumbre al pucho, aseguró:

-¡Ansina da gusto ver a la mozada divertirse!

La Secundina se limitó a llamar a la pastelera Rosita, que estaba en la carpa. De la oscuridad salió la muchacha con los cabellos en desorden, el corpiño entreabierto y en enaguas. Al ver a don Pedro, se volvió al interior y no demoró en salir arreglada, seguida de un tropero alto, de pañuelo negro.

El comisario, después de proporcionarle fuego al director, trató de entablar conversación:

-¡La verdá que todo se lo debemos a ustedes!... Antes de venir a acampar por aquí, esto era un cementerio. ¡Aura da gusto ser comesario en Tacuaras!...

-Venimo como las moscas al dulce -agregó un tropero medio tomado-. ¡Con unas paicas ansina es lindo mojarse el traste!

-¡Si seguís así, te lo vas a secar! -sentenció una voz desde la oscuridad. Y la risotada fue general.

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