domingo

LA PEQUEÑA CRÓNICA DE ANA MAGDALENA BACH (15) - ESTHER MEYNEL


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De modo que vuelvo a mi narración:

El Cabildo de la Iglesia de Arnstadt criticó, tal vez no sin razón, su larga ausencia en Lubeck y pronto le manifestó su descontento porque no enseñaba la música a los alumnos de la escuela de canto en la forma que el Cabildo deseaba.

A decir verdad, Sebastián era un maestro maravilloso para los alumnos que querían aprender de veras, que trabajaban seriamente y que amaban la música; mas para los muchachos rudos y desaplicados de la escuela de canto de Arnstadt, como, más tarde, para los de la escuela de Santo Tomás, de Leipzig, era demasiado grande e impaciente.

Le hicieron, además, el gran reproche de haber llevado a la tribuna del órgano a una muchacha forastera, con la que había estado tocando música. Pero esta muchacha no era una extraña, sino su prima María Bárbara Bach, a quien, ya entonces, tenía intención de llevar al altar.

Todas estas críticas, a pesar de su insignificancia, descompusieron su equilibrio espiritual, y cada vez fue más fuerte su deseo de fijar su residencia en otro lugar que no fuese Arnstadt. En aquella época le empezaba a brotar la música de que estaba lleno, y necesitaba un lugar tranquilo y sin preocupaciones para dar salida a la impetuosa corriente que llevaba adentro. Ansiaba tener una mujer que cuidase de todas sus cosas diarias y terrenales, para poder dedicar todo el tiempo y todas sus fuerzas a la obra para la que Dios le había dotado con tanta prodigalidad.

Entonces quedó vacante la plaza de organista y profesor de música en la iglesia de San Blas de Mulhausen, y Sebastián la solicitó. Se presentaron muchos aspirantes, pero, en cuanto le oyeron tocar, se decidieron por él unánimemente y sin meditarlo más. En aquella sazón tenía veintidós años. Ya había terminado los del aprendizaje y de viajes y era maestro, y, con arreglo a la antigua costumbre alemana, había llegado el momento de casarse para poder admitir en su casa alumnos a quienes poder transmitir sus conocimientos, así como transmitiría su nombre a los hijos frutos de ese matrimonio. La feliz muchacha sobre la que recayó su elección fue su prima María Bárbara Bach, que, como él, había vivido en Arnstadt, en casa de su tía, con la que se había encontrado frecuentemente, porque los Bach tenían mucho instinto familiar. Sobre ella derramó la bendición de su amor.

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