sábado

LA TIERRA PURPÚREA (74) - GUILLERMO ENRIQUE HUDSON


XVIII / ¡DESCANSA EN TU ROCA, ANDRÓMEDA! (3)

Nuestro coloquio se había hecho en voz baja, pero su pantomima atrajo a nosotros la atención de nuestros vecinos, y ahora se volvió hacia ellos, haciendo un gesto y un movimiento de la cabeza, como para informarles que su astucia oriental estaba consiguiendo la victoria. Yo estaba resuelto, sin embargo, a no ser deprimido por él y golpeé mi revólver ligeramente con la mano para llamarle le atención.

-¡Mira esto, bribón! ¿No sabes que yo y muchos otros en esta columna hemos recibido órdenes del general de fusilar al primero que trate de escaparse?

Estas palabras le hicieron callar. Se puso tan pálido como lo permitiera su tez morena, mirando, a la vez, alrededor, como un animal acosado que busca un hoyo en donde esconderse.

A mi otro lado, un viejo gaucho barbicano, de traje algo andrajoso, encendió su cigarrillo y, olvidando todo excepto la estimulante fragancia del más fuerte tabaco negro, dilataba sus pulmones con largas aspiraciones, arrojando enseguida nubes de humo azulado en la cara de sus vecinos y desparramando un perfume calmante sobre una tercera parte del ejército.

Santa Coloma supo hacer frente a la situación; galopando rápidamente de columna en columna, arengaba por turno a cada una de ellas, empleando la pintoresca y expresiva fraseología gauchesca que tan bien conocía; lanzó sus denuedos contra los Colorados con una furia y elocuencia tal, que la sangre se agolpó a las pálidas mejillas de la tropa. “Son unos traidores, ladrones, y salteadores -gritó-; han cometido un millón de crímenes, pero todos juntos no son nada comparados con aquel negro crimen en que ningún otro partido ha sido, hasta ahora, culpable. Con la ayuda de otro y bayonetas brasileños, se han levantado al poder; son los infames pensionados del imperio de los esclavos”. Los comparó a un hombre que se casa con una hermosa mujer, y la vende a alguna persona rica, para poder vivir con todo lujo y disfrutar de todas las ganancias de su deshonra. La mancha inmunda con la que habían empañado el honor de la Banda Oriental sólo podía limpiarse con su sangre. Apuntando a las tropas enemigas que avanzaban, dijo que cuando aquellos miserables mercenarios fueran desparramados como la alcachofa por el viento, todo el país estaría con él, y la Banda Oriental después de medio siglo de envilecimiento, se vería libre por fin y para siempre de la dominación brasileña.

Blandiendo su espada, volvió galopando a la cabeza de su columna, donde fue recibido con atronadores vivas.

Entonces, durante algún tiempo reinó en nuestras filas un gran silencio; mientras que el enemigo, tocando sus clarines alegremente, trotó cuesta arriba hasta que había atravesado unos trescientos metros de declive y amenazaba rodearnos en un inmenso círculo; y con Santa Coloma a la cabeza, nos precipitamos cuesta abajo sobre los Colorados.

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