26. LA CURACIÓN DEL MAL HUMANO (5)
M. Scott Peck
Nada de esto ocurre en el caso de las personas malvadas. Estas personas están totalmente consagradas a alimentar su imagen de perfección y continuamente están esforzándose en mantener su reputación de pureza moral. Esta es su principal preocupación. Son personas muy sensibles a las normas sociales y a lo que los demás puedan pensar sobre ellos. Se visten bien, son puntuales en su trabajo, pagan sus impuestos y externamente parecen vivir de manera irreprochable.
Estas personas están preocupadas por todo lo que sea “imagen”, “apariencia” y “exterior”. Carecen de toda motivación para ser buenos pero están obsesionados, sin embargo, en parecer buenos. Su “bondad”, por tanto, no es más que una apariencia, una mentira. Es por ello que suelo decir que son “personas de mentiras”.
Su mentira no consiste tanto en el hecho de engañar a los demás como en engañarse a sí mismos. No pueden -o no quieren- tolerar el sufrimiento que supone desaprobarse a sí mismos. Por ello viven con un decoro que les permite contemplar el reflejo de su propia compostura. Pero si carecieran de todo sentido de lo que está bien y lo que está mal no sería necesario que se engañaran a sí mismos. Sólo mentimos cuando estamos intentando ocultar algo que sabemos que no es correcto. Para mentir debemos tener algún tipo -aunque sea rudimentario- de conciencia moral. Si no sintiéramos que algo está mal no tendríamos la menor necesidad de ocultar nada.
Nos encontramos, pues, ante una curiosa paradoja. Hemos dicho que la gente malvada se cree perfecta y que, en algún sentido, tienen cierta conciencia de su propia maldad. En realidad, creo que es precisamente de esta sensación de lo que intentan huir desesperadamente. Así pues, el componente fundamental de la maldad no consiste tanto en la ausencia de toda sensación de pecado o imperfección sino en su incapacidad absoluta de tolerar esa sensación. A diferencia de lo que ocurre con la carencia de toda sensación de conciencia moral del psicópata, las personas malvadas están permanentemente obsesionadas por esconder su maldad bajo la alfombra de su conciencia. Su problema no radica pues en una falta de conciencia moral sino en su empeño por negarla. Es el mismo intento de huir de nosotros el que nos transforma en malas personas. La perversidad pues no es una acción directa sino la consecuencia indirecta de un proceso de ocultamiento. El mal no se origina en la ausencia completa de culpa sino en nuestros esfuerzos por huir de ella.
Así pues, podemos reconocer el mal por el disfraz tras el que se oculta. Es más fácil descubrir la mentira que el delito que pretende ocultar, la coartada antes que el crimen. Vemos la sonrisa que esconde el odio, la zalema que encubre la furia y el guante de terciopelo que oculta el puñetazo. Pero los disfraces son tantos que resulta casi imposible determinar con precisión la malignidad del mal. El disfraz suele ser impenetrable, lo único que podemos percibir son vislumbres de “este juego inconsciente del escondite en el que el alma del individuo huye, se esconde y escapa de sí misma” (4).
En The Road Less Traveled señalo que toda enfermedad mental se asienta en la pereza y el deseo de escapar del “sufrimiento legítimo”. Aquí estamos también hablando de evitar y escapar del dolor. Por consiguiente, lo que distingue a las personas malvadas del resto de los seres humanos -pecadores mentalmente enfermos- es el tipo de dolor del que intentan huir. No se trata de personas perezosas ni tampoco están tratando de escapar del sufrimiento sino que, por el contrario, están realizando un esfuerzo continuo sobre sí mismo para alcanzar y mantener su imagen de personas respetables. Su ansiosa búsqueda de status les predispone a superar todo tipo de obstáculos. El único sufrimiento que no pueden superar es el que procede de su propia conciencia, el dolor de reconocer sus pecados y sus imperfecciones.
Esta incapacidad de afrontar el sufrimiento que les produce la toma de conciencia de sí mismos hace que estas personas sean extraordinariamente refractarias al trabajo psicoterapéutico. El mal odia la luz, la luz de la bondad que les pone en evidencia, la luz del escrutinio que les deja en entredicho, la luz de la verdad que les hace caer en cuenta de su propia ilusión. La psicoterapia es un proceso iluminador por excelencia. Es por ello que, excepto en casos sumamente complicados, una persona malvada considera a la autoobservación como una especie de suicidio y elegirá cualquier otra alternativa antes que acostarse disciplinadamente en el sofá del psicoanalista. Esta es precisamente la razón más poderosa que conozco para explicar el hecho de que sepamos científicamente tan poco sobre el mal ya que las personas malvadas son extraordinariamente reacias a ser escuchadas.
Notas
(4) Buber, God and Evil, p. 111. Si tenemos en cuenta que una de las causas fundamentales del mal descansa en la mentira, el seno de la Iglesia constituye uno de los lugares en donde más personas malvadas podemos encontrar. ¿Qué mejor modo, si no, de ocultar nuestra maldad ante nosotros mismos y ante los demás que asumir el papel de sacerdote o cualquier otro cargo representativo de la jerarquía eclesiástica? Supongo que en India, por ejemplo, las personas malvadas manifiestan la misma tendencia a convertirse en “buenos” hindúes o en “buenos musulmanes”. Con todo esto no estoy afirmando, sin embargo, que las filas de los creyentes se nutran exclusivamente de personas malvadas ni tampoco que las motivaciones religiosas sean completamente falsas sino que tan sólo pretendo llamar la atención sobre el hecho de que las personas malvadas se sientan atraídas hacia el moralismo por el disfraz y al anonimato que este puede proporcionarles.
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