SÉPTIMA PARTE
26. LA CURACIÓN DEL MAL HUMANO (4)
M. Scott Peck
Un rasgo muy particular, sin embargo, de las conductas de las personas malvadas consiste en el fenómeno del chivo expiatorio. En su intimidad estas personas se consideran libres de todo reproche y, por consiguiente, no dudan en atacar violentamente a quienes les critican. De este modo, para mantener su imagen de perfección deben terminar sacrificando a los demás. Consideremos, por ejemplo, el caso del niño de seis años que le pregunta a su padre: “Papá, ¿por qué llamas puta a la abuela?”. “¡Te he dicho mil veces que no me molestes! -ruge el padre-. Ahora verás. Te voy a enseñar a no decir más palabrotas. Vamos a lavarte la boca con jabón. A ver si de este modo aprendes a permanecer callado de una vez”. Luego el padre arrastra al niño escaleras arriba hasta el lavabo y le infringe el castigo prometido perpetrando una acción malvada en nombre de la “disciplina”.
El fenómeno del chivo expiatorio opera a través de un mecanismo que los psiquiatras denominan proyección. El sujeto se siente tan intachable que resulta inevitable que atribuya cualquier problema que aparezca al mundo. Al negar su propia maldad esas personas deben proyectarla sobre el mundo y percibir que los malos son los demás. Esas personas jamás ven su propia maldad y, por consiguiente, sólo la advierten en los demás. El padre que hemos mencionado anteriormente, por ejemplo, sólo se dio cuenta de las palabrotas de su hijo y le castigó en consecuencia. Pero todos sabemos que el blasfemo era el padre que proyectó su sombra sobre su hijo y luego le castigó en nombre de la buena educación.
El fenómeno del chivo expiatorio suele ser una de las principales manifestaciones de la maldad a la que me refiero. En The Road Less Traveled defino al mal “como un ejercicio de poder político -es decir, una imposición abierta o encubierta sobre los demás- para evitar… su crecimiento espiritual”. En otras palabras, la persona malvada ataca a los demás en lugar de hacer frente a sus propios defectos. Pero el crecimiento espiritual requiere que tomemos conciencia de nuestra propia necesidad de crecer y si no lo hacemos así no tenemos más alternativa que intentar erradicar toda evidencia de nuestra imperfección. (3)
Por más extraño que pueda parecer, la destructividad de las personas malvadas radica precisamente en su intento de destruir el mal. El problema es que se equivocan en la ubicación del locus del mal. En lugar de atacar a los demás deberían ocuparse de destruir su propia enfermedad. Por otra parte, como la vida amenaza con mucha frecuencia su propia autoimagen de perfección dedican todas sus fuerzas a odiar y tratar de destruir a la vida en nombre de la justicia. El problema, sin embargo, no es tanto que odien la vida sino que no aborrezcan al pecador que albergan en su interior.
¿Pero cuál es la causa de esta dificultad en odiarse a sí mismos, de esta imposibilidad de degradarse uno mismo que parece ser el pecado capital por excelencia, la raíz de la conducta a la que denomino mal? En mi opinión, no se trata de una falta de conciencia. Hay personas, tanto dentro como fuera de la cárcel, que carecen de toda conciencia moral o superego. Los psiquiatras les denominan psicópatas o sociópatas. Su ignorancia les lleva a cometer todo tipo de crímenes con una especie de negligencia temeraria. Pero su criminalidad no parece estar movida especialmente por el fenómeno del chivo expiatorio. La inconsciencia de los psicópatas les hace despreocuparse de casi todo, incluyendo su propia criminalidad. Parecieran hallarse tan felices dentro de la cárcel como fuera de ella. En pocas ocasiones intentan encubrir sus crímenes y cuando lo hacen sus esfuerzos son débiles, indiferentes y mal planificados. Este tipo de individuos ha sido calificado de “imbécil moral” y su despreocupación es tal que roza, en ocasiones, hasta la misma inocencia.
Notas
(3) En su último libro, titulado Scape from Evil (McMillan, 1965), Ernest Becker destacó el papel fiundamental que desempeña el fenómeno del chivo expiatorio en la génesis de la maldad del ser humano. Según Becker, la única causa del fenómeno del chivo expiatorio descansa en el temor a la muerte. En mi opinión, sin embargo, esa causa hay que buscarla, más bien, en el miedo a la autocrítica ya que esta exige una transformación profunda de nuestra personalidad. En la medida que critico una parte de mí mismo me encuentro en la obligación moral de cambiarla. No obstante, el proceso de cambio es tan doloroso que bien podríamos compararlo con una especie de muerte de nuestras pautas de conducta obsoletas. Así pues, la maldad se aferra patológicamente al status quo de la vieja personalidad narcisista que se considera a sí misma perfecta. Hay que añadir también que, desde el punto de vista de nuestros yoes más queridos, el cambio más pequeño es equiparable a la aniquilación total. En este sentido, para una persona “malvada”, el temor a la autocrítica es perfectamente equiparable con el miedo a la extinción total.
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