V LAUTRÉAMONT: POETA DE LOS MÚSCULOS Y DEL GRITO
IV (2)
Ante la mirada del maestro, Isidore Ducasse, ha dado vuelta hipócritamente la cabeza, exagerando el tic del cuello, escondiendo la pulsión primitiva bajo un movimiento lentamente prolongado. “Como un condenado que calienta sus músculos, reflexionando en su suerte, y que de pronto va a subir al cadalso, de pie, sobre mi lecho de paja, con los ojos cerrados, giro lentamente mi cuello de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, durante horas enteras” (p. 135). Para comprender dinámicamente tales páginas, hay que quitar la imagen visual; hay que borrar aquí el cadalso; después, se trasladará la atención debida a esos oscuros músculos de la nuca, que, tan cerca de la cabeza, tan lejos están de la conciencia. Dinamizando esos músculos, se encontrarán con mucha facilidad los principios musculares del orgullo humano, tan poco diferente del orgullo leonino. La psicología del cuello y la técnica del cuello encontrarán abundantes lecciones en los Cantos de Maldoror. Al meditar tales lecciones se comprenderá mejor la importancia de las gorgueras, cuellos y corbatas en la psicología de la majestad.
Si pudieran desarrollarse más profundamente tales explicaciones, se daría uno cuenta de que la fisiognomía, en sus descripciones anatómicas, ha olvidado casi por completo los caracteres temporales del rostro. Esos caracteres temporales se volverán a encontrar al revivir la dinámica de los gestos en su sintaxis completa, al distinguir las diversas fases energéticas y, sobre todo, al fijar la justa jerarquía nerviosa de las expresiones múltiples. La cara de un hombre decidido ofrece los instantes de la mutación de su ser.
El sentido común es tan poco observador que confunde todas sus observaciones en el simple signo de un rostro enérgico. Lautréamont no se petrifica así en su energía misma. Preserva incesantemente la libertad, la movilidad, la decisión.
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