domingo

CONDE DE LAUTRÉAMONT (ISIDORE DUCASSE) 47 - LOS CANTOS DE MALDOROR


CANTO SEGUNDO

7 (2)

Su orgullo, dije, porque teme que uniendo su vida a un hombre o una mujer, le reprochen tarde o temprano, como una falta enorme, la conformación de su organismo. Entonces se retrae en su amor propio, agraviado por esta suposición impía que nadie sino él mismo ha hecho nacer, perseverando en medio de tormentos, en una soledad sin consuelo. Allí, en un bosquecillo rodeado de flores, sumido en profundo sopor, duerme el hermafrodita sobre el césped, empapado en llanto. Los pájaros despiertos contemplan hechizados esa figura melancólica, a través de las ramas de los árboles, y el ruiseñor no quiere hacer oír sus cavatinas de cristal. El bosque se ha vuelto solemne como un sepulcro debido a la presencia nocturna del infortunado hermafrodita. ¡Oh, viajero extraviado!, por tu espíritu aventurero que te ha hecho dejar a tu padre y a tu madre desde la más tierna edad; por los sufrimientos que te ha provocado la sed en el desierto; por tu patria que acaso buscas después de haber errado proscripto durante mucho tiempo por comarcas extranjeras; por tu corcel y su fidelidad amiga que ha soportado contigo el exilio y la intemperie de los climas que te obligaba a recorrer tu humor vagabundo; por la dignidad que dan al hombre los viajes por tierras lejanas y mares inexplorables, en medio de los témpanos polares o bajo los efectos de un sol tórrido, no toques con tu mano, como si fuera el estremecimiento de la brisa, los bucles de esa cabellera esparcidos por el suelo y mezclados con la hierba. Sería mejor que te apartaras unos pasos. Esa cabellera es sagrada; el hermafrodita mismo lo ha querido así. No acepta que labios humanos besen con fervor religioso sus cabellos perfumados por los soplos de la montaña, ni tampoco su frente que en este momento resplandece como las estrellas del firmamento. Pero más vale creer que se trata de una verdadera estrella, que ha descendido de su órbita atravesando el espacio para posarse en esa frente majestuosa a la que circunda con su luminosidad de diamante como una aureola. La noche que aparta con la mano su tristeza se reviste de todos sus encantos para festejar el sueño de esa encarnación del pudor, de esa imagen perfecta de la inocencia de los ángeles: el zumbido de los insectos se va apagando. Las ramas inclinan sobre él sus apagados penachos, a fin de protegerlo del rocío, y la brisa, haciendo sonar las cuerdas de su arpa melodiosa, envía sus gozosos acordes a través del silencio universal hasta sus párpados cerrados que creen asistir inmóviles al armónico concierto de los mundos suspendidos. Sueña que es feliz, que su naturaleza corporal se ha modificado, o que, por lo menos, vuela sobre una nube purpúrea hacia otra esfera habitada por seres de su misma naturaleza. ¡Ay! ¡Ojalá su ilusión se prolongue hasta el despertar de la aurora! Sueña que las flores danzan en ronda a su alrededor como inmensas guirnaldas enloquecidas, impregnándolo con sus delicados perfumes, mientras él canta un himno de amor entre los brazos de un ser humano de mágica belleza. Pero sus brazos no estrechan más que el verbo del crepúsculo, y cuando despierte, sus brazos no estrecharán nada. No te despiertes, hermafrodita; te ruego que todavía no te despiertes. ¿Por qué no me haces caso? Duerme… duerme siempre. Sólo te concedo que tu pecho se dilate al perseguir la esperanza quimérica de la felicidad; pero no abras los ojos. ¡Ah, no abras los ojos! Quiero dejarte así, pero no ser testigo de tu despertar. Acaso un día, con el auxilio de un libro voluminoso, en páginas conmovedoras, relate yo tu historia, espantado de lo que ella contiene y de las enseñanzas que se desprenden. Hasta ahora no he podido hacerlo, pues cada vez que lo intenté, lágrimas abundantes se derramaban sobre el papel mientras mis dedos temblaban, y no era de vejez. Pero quiero tener ese valor al fin. Me indigna no poseer más nervios que una mujer, y desmayarme como una doncella cada vez que medito en tu gran infortunio. Duerme… duerme siempre; pero no abras los ojos. ¡Adiós, hermafrodita! Día tras día no olvidaré de rogar al cielo por ti (si fuese por mí, no le rogaría). ¡Que la paz sea en tu seno!

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