Comparemos dos muertes cantadas -muy célebres ambas-: la de Boris y la de Melisanda. Sean cuales fueran las intenciones de Mussorsky, la muerte de Boris es expresiva, o, si así lo prefieren, histérica: se encuentra cargada de contenidos afectivos, históricos; todas las ejecuciones de esta muerte no pueden ser más que dramáticas: es el triunfo del feno-texto, la sofocación de la significancia bajo el significado de alma. Melisanda, por el contrario, sólo muere prosódicamente; se unen dos extremos, trenzados: la inteligibilidad perfecta de la denotación y el puro recorte prosódico de la enunciación; entre ambos, un hueco bienhechor, que hacía la plenitud de Boris: el pathos, es decir, según Aristóteles (¿por qué no?). la pasión tal y como los hombres la hablan, la imaginan, la idea recibida de la muerte, la muerte endoxal. Melisanda muere sin ruido; entendamos esta expresión en el sentido cibernético; nada viene a turbar al significante, y, por tanto, nada obliga a la redundancia; existe producción de una lengua-música cuya función es impedirle al cantante que sea expresivo. Como para el bajo ruso, lo simbólico (la muerte) es lanzado inmediatamente (sin mediación) ante nosotros (ello para prevenir la idea recibida según la cual aquello que no es expresivo sólo puede ser frío, intelectual: la muerte de Melisanda “emociona”; ello quiere decir que renueva algo en el interior del significante).
viernes
ROLAND BARTHES - EL GRANO DE LA VOZ (5)
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