sábado

FERNANDO AÍNSA DESDE ZARAGOZA


TARIK CARSON: el “polvo canceroso” de un narrador fuera del canon

Profesar “el asco de sí mismo”

Tarik Carson es un escritor único en la literatura contemporánea uruguaya. Su originalidad supera ampliamente la simplista tipología de Angel Rama cuando califica de “raros” a escritores como Felisberto Hernández y Mario Levrero en su obra Aquí, 100 años de raros.

Por lo pronto porque ha elaborado con un estilo particular, tan envolvente como “pringoso”, una desazonante «ciencia ficción» uruguaya a partir de alegóricas «utopías negativas», aunque según apunta un profundo conocedor de su obra, Hugo Giovanetti Viola, sus “buceos fantásticos (muchas veces embolsados en el subgénero de la ciencia ficción) terminaron por transformarlo, sin la menor duda, en nuestro Lautréamont narrativo”. Un escritor poseído por “una neurosis hermética y terrorífica, que él dialectizaba a través de una portentosa imaginación”.

El «polvo canceroso» que cae sobre la ciudad en ruinas de la novela paródicamente titulada Ganadores (1991), impregna no sólo los escenarios donde se desarrolla una trama entre policiaca y de ciencia ficción, sino la propia escritura jadeante en que se expresa. Gracias a esta atmósfera transmite al lector el mismo insoportable contagio que produce la lectura de El proceso de Kafka. En el deterioro y la calcinación de esa ciudad asolada, donde reina una dictadura digna de Orwell, se anuncia un apocalipsis que no llega, pero del cual la instauración del «Sistema» y la aniquilación de la Libertad son sus agoreros heraldos. La miseria del paisaje urbano está jalonada de anuncios publicitarios invitando al consumo, a la libre empresa y a festejar el cumpleaños del Líder nacional. El apellido judío del protagonista no hará más que concitarle nuevas sospechas de «traición» e interrogatorios interminables a los que responderá con estoicismo talmúdico.

Desde el abrupto y provocador volumen de relatos El hombre olvidado (1973), Carson se abrió a una temática «sin fronteras». Sus parábolas y apólogos pueden ser orientales, sus cuentos contar un viaje de Nietzsche a América (Demasiado humano), un extraño destino en Marruecos (El hombre olvidado), una aventura de Alejandro el Grande en Somalía (Un sueño viejo y oculto) o una sórdida experiencia sexual montevideana (Por la patria). Si en alguno puede reconocerse la inteligente lectura de los cuentos emblemáticos de Jorge Luis Borges, (p.e. en Inferencias sobre Perez Loid), Carson sorprende por las referencias culturales imaginarias que «intertextualizan» sus textos con falsa erudición. Así, cita la extraña obra de un enigmático historiador que «mezcla y trastoca épocas, lugares, ciencias, ficción, personajes y sucesos históricos». Así nos dice que el autor : «No vaciló en ubicar a Napoleón con Torquemada, a Ramses III con Danton, ni en situar a Benarés a orillas del Niger, a éste afluyendo en el Michigan, a los lamas en Montevideo o los charrúas en París». En esta obra donde todo se aúna arbitrariamente al servicio de «su voluntad ubicua, indefinible e improcedente», se puede suponer, como insinúa Carson a modo de una nueva provocación que «la intención es una defensa de la homosexualidad, su justificación estética, lo que no deja de ser un mero adorno» [i].

Paradoja tras paradoja, provocación tras provocación, Carson acumula los indicios de un desajuste de la condición humana esencial con la crueldad del mundo circundante. Dos relatos lo denuncian en tono revulsivo y exasperado. «La epidemia» (incluído en el volumen El corazón reversible, 1986), sobre «la época en que las personas de este pueblo profesaban el asco a sí mismas» y «Ogendinrof» (en El hombre olvidado, 1973), sobre una atroz matanza de opositores organizada por un Comité de una vaga dictadura. «Todo fue perfecto - nos dice el cínico narratario - La prensa editó lo que le informamos. La gente supo lo que quisimos. El porvenir, con esta comprensión popular, se nos rinde día a día…». Nadie se queja. Por suerte - nos añade - «el cielo y la tierra están aislados y las protestas de aquél no son nuestras, ni nos llegan» [ii].


La mirada oblicua de una generación marginalizada

En los años sesenta del pasado siglo, una serie de autores rompen con el canon consagrado por la crítica del 45, cuyo polo emblemático es el semanario Marcha, y proclaman con su temática y estilo un visión “sesgada” de la realidad, una mirada oblicua desde el desconcierto, el absurdo y la ambigüedad. No son escritores deliberadamente fantásticos, pero si encanchan los límites del realismo merced a —lo que llamé en mi libro Nuevas fronteras de la narrativa uruguaya — nuevos horizontes, inicialmente explorados por Felisberto Hernández. Incluía, entre otros, a L.S.Garini, Armonia Somers y Julio Ricci, seguidos en años sucesivos por Walter de Camilli (Los días salvajes, 1966) y el conjunto de la obra de Héctor Galmés, Miguel Angel Campodónico, Hugo Giovanetti Viola, Daniel Bentancourt, Hugo Bervejillo y Mario Levrero.

El caso de L.S.Garini es uno de los más excéntricos. Autor de dos conjuntos de relatos —Una forma de la desventura (1963), Equilibrios y otros desequilibrios (1979)— Garini aborda situaciones cotidianas en las que a través de una reiteración insistente, la realidad se crispa hasta el absurdo. Personajes de los que poco se sabe, actúan de una manera imprecisa, llena de variantes (todas ellas posibles), diluyendo la normalidad en extrañeza, nuevo territorio de la narrativa con el cual se identifican otros escritores ulteriores (Walter de Camilli y Juvenal Botto, entre otros). No puede olvidarse en este mismo contexto, el original, marginal y exclusivo aporte de Gley Eyherabide al estilo entre surrealista y obsesivo, despojado al límite insoportable de la abstracción geométrica o matemática, en que se inscriben sus novelas y relatos monotemáticos El equilibrista (1967), En la avenida (1970), Gepeto y las palomas  (1972) y Allá, bien alto  (1984).

Estas notas se acentúan a través de un rico lenguaje poético, pletórico de símbolos, en los cuentos de Jorge Luis Freccero, Parricidio con granate tenue  (1987), algunos de los cuales, como El muro, son la realización de la peor de las pesadillas posibles : aquellas que se repiten, cuando parece que han terminado. A buen entendedor…

Con ellos se inaugura el “sinsentido” que fragmenta y estría la realidad, el estallido en la miríada de reflejos que, al descomponer el “orden de las cosas” establecido y aceptado, pone en evidencia las notas grotescas e irreales del mundo.

Julio Ricci reconoció lealmente su deuda con Garini, a cuya casa, situada en las afueras de Montevideo, concurría con un grupo de escritores de la generación del 60 (Ariel Méndez, Manuel Márquez) y donde se sellarían muchas de las lealtades que solidarizaron en la amistad a representantes de edades y estilos muy diversos.

Ricci sería el encargado de recordar ese legado a través de su tenaz labor difusora de la obra secreta y marginal de Garini, recientemente revalorizada por el simple hecho de habérsela reeditada.

Sin embargo, aunque la temática sea similar y puedan trazarse paralelos entre la “estética de lo feo”, al modo definido por Karl Rosenkranz, y las “manías” de los “pequeños seres” que pueblan el mundo de ambos narradores, Julio Ricci ha estructurado un mundo propio a través de seis volúmenes de cuentos de obsesiva recurrencia y estilo unívoco, escalonados paciente y deliberadamente a través del tiempo: Los maniáticos  (1970); El grongo  (1976); Ocho modelos de felicidad (1980), Cuentos civilizados (1985), Los mareados  (1987) y Cuentos de Fe y Esperanza (1990).

Con Ricci se representa, a través del grotesco, de lo ácidamente burlón y en el recuento de las miserias de la mediocridad que nos rodea, un mundo literario que se vió obligado a replegarse sobre si mismo para protegerse contra el sistema autoritario y de censura instaurado a partir de junio de 1973, llámese burocracia, egoísmo, jerarquía, prepotencia o meros convencionalismos. El ejemplo del cuento El Grongo (1976) resulta casi paradigmático y se convirtió en el atroz símbolo de esos años de la dictadura, durante los cuales Ricci publica buena parte de su obra. Una verdadera literatura “del subsuelo” uruguayo, hecha de pasiva o activa resistencia, se gesta a partir de esa especie de monstruoso “Leviatán” criollo.

El discurso de los comportamientos límite, de quienes viven en una situación de borderline, en la frontera de lo asimilable y de lo pensable, no se traduce en disidencia o rebeldía, sino, por el contrario, en una fascinación conformista. La fascinación del oprobio que tienen muchos de sus personajes explica el secreto consentimiento de víctimas que asumen con docilidad un destino que para otros sería insoportable. La mayoría de los personajes de Ricci “socializan” perfectamente sus comportamientos “contaminantes”, lo que en otros sería causa de profundas sicosis, al punto que su comportamiento se ritualiza.

Es interesante anotar que Julio Ricci, fundador y director de la editorial Géminis, publica El hombre olvidado de Tarik Carson en 1973. Frecuentemente viaja a la Argentina y lo visita en su refugio bonaerense, amistad retribuida en la dedicatoria que Tarik le consagra en su libro El corazón reversible. En esos años, como amigo personal de Julio Ricci, colaborador de Foro Literario, la revista que dirigía en el triste Montevideo sumido en la dictadura (1973–1984) y autor publicado por su editorial (Tiempo reconquistado. Siete ensayos sobre literatura uruguaya, 1977) lo escuché en muchas ocasiones elogiar y referirse al estilo original y, por momentos, desazonante del autor de Ganadores. Gracias a sus consejos empecé a leer a Carson con indisimulada admiración.


Un narrador actual a revisitar

Es evidente que, en muchos relatos de Tarik Carson y, especialmente en su novela Ganadores (1991), hay una alusión directa, cuando no alegórica, a regímenes totalitarios no necesariamente de signo fascista. El control de conciencias puede ser tambén “estalinista”. En todo caso, su narrativa es de una actualidad indiscutible y debe ser revalorizada en un contexto de profunda revisión del canon aceptado de la ficción uruguaya del pasado siglo. En nuestra obra Del canon a la peroferia. Encuentros y transgresiones en la literatura uruguaya (2002) hemos propuesto algunas pautas críticas para esa imprescindible revisión.

Hugo Giovanetti —a quién Tarik Carson dedicara su libro de cuentos El corazón reversible (1986)— nos ha recordado recientemente el “ninguneo” a que fue sometido en vida por la crítica dominante y las “directivas triunfalistas y volátiles de la generación de la cola de paja”, postura prolongada en la repetición del tópico de “raro” con que una reciente reedición de sus cuentos elude “el elogio de la insuperable alquimia poetizante del horror que Tarik Carson supo ofrecernos con fervor misionero durante una vida tan resignada al triunfo de la tristeza como la de Franz Kafka”.

Giovanetti, en su blog “elMontevideano. Laboratorio de Artes” ha reivindicado en varias ocasiones su figura como escritor y artista plástico, al que consideraba un hermano. Aunque Tarik Carson falleció el 29 de septiembre de 2014, Hugo me asegura que “la verdad es que seguimos siendo hermanos, porque la muerte es un detalle, como le gustaba decir a Onetti en estos casos.”


Zaragoza, Enero 2016


Notas

(1) El hombre olvidado, por Tarik Carson (Montevideo, Editorial Géminis, 1973), pag.30.
(2) Ogendinrof, en El hombre olvidado por Tarik Carson (Montevideo, Editorial Géminis, 1973), p. 17.

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