sábado

PURO VERSO (1) - HUGO GIOVANETTI VIOLA


primera edición: 1989 / segunda edición aumentada: 1999 / tercera edición aumentada (WEB): 2015


JORGE BOCCANERA

PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN

LA POESÍA DE GIOVANETTI: EL OFICIO DE CANTAR LA RESURRECCIÓN COTIDIANA

Aunque la poesía de Hugo Giovanetti Viola podría hacer suponer un lenguaje conversacional sostenido por una estructura narrativa, el autor de Puro verso es un hacedor de imágenes. Sus instantáneas dejan entrever a un hombre dando algunas brazadas en una calle con poca iluminación, donde el flujo y reflejo de la oscuridad no es más que el espacio vida-muerte donde se debate el hablante. Puro verso -toda la poesía escrita por Giovanetti- es un titulo que remite a una especificidad, a un centro. Ese núcleo bien podría ser una moneda que el autor lanza al aire en una especie de monólogo interior. La vida y la muerte en las dos caras del mismo texto, porque de alguna manera los libros reunidos aquí son partes de un extenso poema. Si Giovanetti se mueve en esa angustia existencial, en ese texto articulado por sucesivas muertes y resurrecciones, el ritmo elegido será también un mismo tono: casi siempre el alejandrino desdoblándose en varios versos.


Contra la muerte

Ya dijimos que cada palabra de Giovanetti, cada gesto, cada señal, trata de conjurar los vuelos rasantes de la muerte. De hecho, tres de los cuatro libros que incluye Puro verso remiten a la parca (París póstumoBodas de hueso y Heredad de mi padre), sin contar los títulos de sus libros de narrativa: Morir con Aparicio Cantor de mala muerte. Si en sus primeros libros trataba de detener la caída: Que no me maten / Sergio / hasta incendiar / con palabras tristísimas y sucias / los restos repugnantes de la tierra, la ceremonia de conjuración va dictando sus propios pasos hacia sus últimos trabajos: No recuerdes el ojo apagado de la estrella. / Ni olvides la remota magnitud del perdón. / No digas que se ha roto.

Giovanetti nos habla del derrumbe, pero contrapone, en una lucha de contrarios, una visión de los fenómenos que trata de rescatar lo incontaminado (tu roja clarinada / única / vieja / pura) invitándonos a festejar: será gallo mi llaga / festejándonos y a creer. Para ello introduce una especie de salmodia: Que se siga creyendo. / Que no se diga más, o Quienes descansan en tu oscuridad / respirarán un ramo de oraciones filtradas; y en ese tono bíblico: Sólo la luz lo sabe. No se trata, por supuesto, de una verborragia cercana a la oración, sino de una intensa búsqueda del otro, del prójimo y es precisamente en este “movimiento” donde el autor se acerca al Vallejo piadoso. Aunque exista alguna lejana resonancia con Neruda (Pero desnudo entre la sombra me alumbro de ti), es en la gestualidad del poeta peruano donde van a sobreimprimirse las manos tendidas de ambos autores: Pasa tu infancia por el jueves gris: un camino de barro manso y áspero donde la lluvia muerde interminablemente cáscaras de recuerdos exprimidos; o también: Por esa estrella que posó tu boca entre la niebla matinal de agosto. Incluso ese “azul” que es medicina y calma en el Vallejo de Trilce (¡Cómo no va a poder! Azular y planchar todos los caos), regresa en Giovanetti como el símbolo de aquello que da abrigo (aquel verano azul que me tejió mi madre), que encierra una cosmogonía propia (el significado celeste de la tierra), que circula entre la gente sencilla como los barros azulados del mundo.


Amparo y desamparo

En ese clima de encuentro y desencuentro, Giovanetti habla del desamparo en una ciudad que no conoce: la ciudad como un huevo celeste alrededor sus paredes remotas desamparando el eco / de mi vida escapada hacia hondos humos húmedos. El encabalgamiento del final reemplaza al aullido, en un recurso fonético que el autor maneja con destreza: arrebato atiborrado, o remansé una mansión, o también espejado espejismándote, entre otros. Es aquí donde gana la poesía de Giovanetti; en la plasticidad verbal, en la soltura con que maneja palabras-choque (rajase tu raizal mi cielo raso y rojo), y en imágenes que tienen más que ver con una visión onírica que con el manejo de situaciones y personajes (como suele ocurrir con una gran mayoría de narradores-poetas). Su poesía alcanza sus picos en imágenes potentes que condensan y tensan, quizás las dos premisas mayores de la poesía: Ah padre fue tan dulce la tierra de tu vino que hoy un cielo rosado / me sube a la cabeza y en una ironía apenas esbozada: En los recuerdos soy mejor todavía, recurso que el autor debería frecuentar todavía mucho más.

La poesía de Hugo Giovanetti Viola reunida en esta especie de volumen compilatorio, llama la atención por un nivel que no decae (y menos que menos en sus primeros trabajos, como podría suponerse) y que hacia el final se hace más contundente (Heredad de mi padre El cielo entre los dientes) en esa iconografía surrealizante que da oxígeno a la respiración del autor: muñones púrpuras de las alas vendadas, rodeando a un esqueleto entre vapor de lágrimas, etc.

El ritmo, como dijimos antes, acompaña el tono de salmodia -a veces un martilleo monótono- y es la cuerda donde se tensa el interrogante de Giovanetti; es como el acompañamiento lejano de una canción. Se trata casi siempre de alejandrinos cuyos hemistiquios hacen las veces de versos, aunque también Giovanetti desdobla este metro en más de dos versos (el amarillo ciego el cromo el ocre rubio) y utiliza -en forma intercalada- el endecasílabo.

Quizás la fuerza de este libro esté en ese discurso unidireccional, en ese núcleo trabajado sin distracciones, en ese mismo interrogante expresado de muchas maneras, en esa búsqueda frenética del otro que se sobreimprime en el hablante, para que sea el padre el que habla con Giovanetti y él mismo hablándole a su hijo. Diciéndole que lloramos cantando y que no conocemos de la inmortalidad más que espantapájaros.

Volvamos a la calle mal iluminada del principio y al hombre dando brazadas en la oscuridad: ese que dice Alcanza con creer. / Con no creer no alcanza y nos lanza una especie de aforismo hermoso y brutal al mismo tiempo: Giren tus ojos hacia la batalla. / Lo que se ve no es vida / pero vive.

San José de Costa Rica, agosto de 1989

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