domingo

CONVERSACIÓN CON HUGO GIOVANETTI VIOLA (1) / EXCLUSIVO DESDE FLORIANÓPOLIS


“LOS HOMBRES CON FE SOMOS MÁS PELIGROSOS QUE LAS BESTIAS CON HAMBRE”
                                                                                 
por Ana Carolina Teixeira Pinto                                   
                                                      
En un lunes de octubre de 2015 en Montevideome acerco a la casa del escritor uruguayo para realizarle una entrevista sobre Juan Carlos Onetti. Cómo y por qué me fui a buscar al “loco de la calle Lepanto” no es un misterio. Era 2010 y yo nunca había escuchado hablar de Giovanetti hasta queinvestigando los manuscritos de Dejemos hablar al viento, la novela que lleva a Onetti a ganar el Premio Cervantes en 1980, me encuentro una frase destacada, como en una moldura de una tela, con la caligrafía de Onetti: “Soy un animal por haber interrumpido una obra maestra”. La firmaban un nombre de mujer y otro que era una especie de rúbrica ilegibleCinco años después, todavía trabajando en la historia secreta de Dejemos hablar al viento, encuentro un texto de Giovanetti publicado en la revista mexicana Plural, numero 136 de 1983, en el cual él narra el día que firmó bajo la frase escrita por Onetti. En el verano de 1970, el joven Giovanetti fue al departamento de Onetti con su recién publicado primer libro, El ángel, para regalárselo a su maestro. Onetti “noveleaba” en aquel momento como "pena" por la interrupción les hace firmar a Giovanetti y a su primera esposa, Ana María Barrios, la sentencia recuadrada. Apenas terminé la lectura supe que tenía que irme a Montevideo. De modo que inmediatamente me marché. Al llegar leo El ángel y me veo mágicamente atrapada en una película de Wim Wenders, en busca de un origen insólito pero necesario, una búsqueda con una iluminación definidamente detonante de los colores biográficos. Y después leo Morir con Aparicio y la magia me hace conocer la saga de dos familias, los Tomillo y los Regusci y una guerra, escucho la Canción del ladrón y siento el perfume del jazmín del país, lloro con el abrazo de Magdalena al universo y un sentimiento de completud de “la vida ganada”, y me tranquilizo con la partida de Pablo y su guitarra a cuestas.

La casualidad hizo que llegara a entrevistar a Giovanetti en el momento en que el cineasta Juan Pablo Pedemonte le estaba realizando algunas tomas junto a su nieta Emilia para La sombra fisurada, un largometraje documental sobre su vida y su obra que se estrenará en Montevideo el próximo 10 de diciembre, en la embajada venezolana.

En esta conversación dialogamos con Giovanetti a propósito del documental, de su obra temprana y de la influencia que tuvo Juan Carlos Onetti en la fase inicial de su proceso creativo.

¿Tu participación en el largometraje documental La sombra fisurada, que realizó Juan Pablo Pedemonte a propósito de tu vida y tu obra, se limita solamente a tu actuación como personaje protagonista o también participaste en la planificación y elaboración de la película? ¿Cómo fue el proceso de construcción del personaje Hugo Giovanetti Viola?

La sombra fisurada se inscribe en una serie de documentales titulada Los pájaros ocultos, que Pedemonte viene realizando hace años. Su propuesta es bucear en lo que él llama la o-cultura uruguaya, y rastrea las trayectorias de escritores más bien urticantes para nuestro endémicamente hipócrita establishment provinciano. Acá está tácitamente prohibido ser fiel al tesoro interior que cada uno lleva en sus entrañas desde que Artigas tuvo que exiliarse traicionado por el mismísimo Fructuoso Rivera, que había sido el principal de sus subalternos.

Y en el terreno literario todavía siguen siendo disimuladamente ninguneados Isidore Ducasse, Julio Herrera y Reissig, Felisberto Hernández o Marosa di Giorgio, para nombrarte algunos de los ejemplos más vergonzosos. Y al mismo Onetti se lo nombra por conveniencia pero no hay verdadero interés cultural en llegar hasta su esencia: el reclamo de la inmaculación como única alternativa espiritual para surfear sobre la ola terriblemente hermosa de la aventura humana y su absurdo. Y ahora está pasando lo mismo con Levrero, al que se puso de moda leer como autor fantástico y no como el perseguidor místico (para hablarlo en Cortázar) que termina por ir de vuelo en La novela luminosa. Nuestro fariseico laicismo menosprecia terminantemente la incursión metafísica en la tercera orilla de la realidad.

Juan Pablo Pedemonte trabajó siendo muy joven en mis talleres y en la actualidad se ha consolidado como poeta, plástico y cineasta. La propuesta de realizar el documental me pareció realmente muy interesante, aunque no me gusta ni filmar ni verme filmado. Y el trabajo se hizo minuciosamente a lo largo de seis meses en los que a nivel estructural sólo aporté algunas ideas y la mejor disposición, pero la película es totalmente de su autoría.

En cuanto al proceso de construcción del personaje Hugo Giovanetti Viola, sólo puedo decir que dejé que fluyera con la mayor autenticidad (lo que incluye la autocrítica feroz, por supuesto) mi vocación profunda de poeta-profeta. Pero la estructura narrativa fue collageada por Juan Pablo, que trabajó con precisión y devoción. Y ahora estamos contentos.

¿Cuáles son los otros aspectos ficcionales en la vida de Giovanetti Viola?

Mirá, ya a partir de los 25 años, cuando viví vagabundeando 20 meses en París, supe que el universo -que para mí es la conciencia cósmica de la divinidad (Jung dixit)- te exige construir tu mito, y que eso es una cuestión de vida o muerte. El desierto es muy largo y la verdad no triunfa pero existe, reza un koan de mi autoría: Lo demás no existe. Aparte de que a la encrucijada de Hamlet me gusta ampliarla así: Ser feliz o no ser feliz. Esa es la cosa.

Sucede que un día empezás a detectar la llegada indescifrable pero puntual de los llamados milagros y entendés por qué Dostoievski consideraba que uno de los peores pecados que existen es la distracción.

Ahora hace más de cuarenta años que vivo en una tensión permanente para descifrar la sincronización que puede existir entre las cosas que me envía la vida y las que yo construyo complementariamente. Dios no hace: hace hacer, escribió indeleblemente Teilhard de Chardin: Lo que nos corresponde a nosotros es permitir que el Dueño penetre en su Morada. La batalla es contra el mundo (incluido el mundo dentro de uno mismo), pero jamás contra la vida. Y estoy de acuerdo con Onetti cuando dice en Dejemos hablar al viento que un hombre con fe es más peligroso que una bestia con hambre. Porque para mucha gente domesticada por la filosofía guillotinadora de la trascendencia o por la cultura del odio yo soy muy peligroso. Siempre me lo han hecho sentir. Pero como sentenció Joan Manuel Serrat: Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio. Para mí esos dos versos constituyen una de las más perfectas definiciones de la cruz que se hayan escrito jamás.

Y como tú expresás muy bien, lo salvíficamente ficcional es completar una búsqueda con una iluminación definidamente detonante de los colores biográficos.

¿Cúando y cómo apareció la oportunidad de la publicación de tus obras completas y cómo fue el trabajo de compilación?

Bueno, hace casi tres años estuve agonizando en una mesa de operaciones y cuando decidí seguir viviendo (eso sucedió en mi inconsciente mientras estaba ahogándome anestesiado pero totalmente lúcido) tuve necesidad de compilar mis relatos y novelas cortas completas, porque había algún texto inédito que nadie hubiera encontrado jamás.

Pero además existe una docena de novelas más largas y completamente agotadas que sólo se pueden leer en el blog de elMontevideano Laboratorio de Artes, y que por el momento no pienso reeditar en soporte papel. Yo sufrí mucho con los editores. En Internet, por otra parte, se me cumplió el antiguo sueño de ser muy leído en forma folletinesca por gente de todas partes del mundo. Y además no se me puede considerar un best-seller glamoroso porque nuestro trabajo se entrega gratuitamente y mi literatura no me da de comer. Pero mi pan se come.

Rómulo Cosse destaca la polifonía de los distintos narradores de Morir con Aparicio como uno de los puntos fuertes de tu narrativa, y eso ya lo encontramos en El ángel, la primera colección narrativa que has publicado. ¿Por qué El ángel no está en la selección de las obras completas?

No están ni El ángel ni la novela posterior, La rabia triste, porque son libros bastante bien construidos y tienen partes valiosas, pero yo no era yo. Era un pobre muchacho que vivía adentro de un water entre su propia mierda y con la tapa cerrada. Hubo que resucitar en París y a la intemperie. Al principio las estrellas nos pueden aterrar, pero si las aprendés a adorar te terminan curando.

¿Cuál pensás que es tu obra principal?

Yo no sabría decirlo. Pero el díptico novelesco que titulé Morir con Aparicio fue el primero que me hizo tocar almas y durante años se utilizó como texto de estudio en La Sorbonne y agotó varias ediciones. En noviembre de 2006, además, en la Semana de la Cultura por Uruguay que se realizó en La Sorbonne con la intervención de relevantes especialistas en literatura hispanoamericana a nivel continental, fui homenajeado, junto a Juan Carlos Onetti, Felisberto Hernández, Marosa di Giorgio y Enrique Amorin como uno de los escritores uruguayos más importantes de la segunda mitad del siglo XX. Y el catedrático y Maestro de Conferencias Olver Gilberto De León leyó una ponencia centrada en Morir con Aparicio. Pero cuando estuve hospitalizado en 2013 pasó algo que puede parecer nimio aunque que para mí fue tan significativo como ese reconocimiento académico, porque al otro día de que me extirparan un cáncer y sufriera un laringoespasmo casi mortal, apareció misteriosamente un doctor y me preguntó si yo era el autor del Aparicio y me dio las gracias. Entonces sentí, como Magdalena Tomillo en el díptico novelesco, que de alguna manera mi vida estaba ganada.

¿Cómo conociste a Onetti?

En el 65, cuando se publicó la primera reedición de El pozo, yo tenía 17 años y me cambió la vida con tanta fuerza como me la cambiaron Vallejo o los Beatles. En aquel momento escribía poesía, pero inmediatamente parí mi “pocito” y lo mandé a un concurso donde Juan estaba de jurado. Y fue todo muy raro, muy milagroso, porque la madre de un amigo vio el manuscrito de mi novelita (que finalmente no resultó premiada) en la mesa de luz del apartamento de Gonzalo Ramírez y reconoció el seudónimo y le dijo que conocía al botija que la había escrito y el Viejo le contestó que era una maravilla. Y un día mi amigo (que conocía a Juan desde la niñez) me llevó a verlo a la Intendencia y cuando el Pater Brausen me apretó la mano en la puerta del despacho del Departamento de Bibliotecas, sentí que ya éramos amigos. Después me dijo a boca de jarro que nunca más iba a hacer algo que tuviera la frescura de aquel texto no premiado y al final nos habló de la novela que estaba escribiendo inspirado en el entierro de Evita Perón (que fue probablemente la que él más amó, aunque cuando la llevaba mediada un insólito disgusto familiar hizo que la tirara a la basura) y de las pruebas de la traducción de El astillero que le estaban llegando desde Estados Unidos. Fue una charla preciosa.

Bueno, y con el tiempo empecé a caer por el apartamento de Gonzalo Ramírez y mi no-maestro (él no aceptaba ser llamado maestro) me iba guiando en las lecturas y cuando se me inflacionó el ego infantil y traté de primerear publicando esos dos libros que ni siquiera eran malos me llevé unas cachetadas zen que me machucaron el alma para siempre. Y alguna madrugada llegué llorando borracho a casa. Pero encontré quien me impusiera un nivel de alta exigencia en este desierto pintado de pradera con suaves ondulaciones, como define el cineasta Álvaro Moure Clouzet a la toldería de Tontovideo. Y yo en aquel momento no me daba cuenta de que era la arquitectura divina la que me estaba ayudando mucho a encontrar referentes de pureza blindada. Y que uno ya estaba recibiendo la orden de edificarle un palomar sobrehumano al Espíritu Santo. Ineludiblemente

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