domingo

ANTONIO GAMONEDA - “LA POESÍA ES UN INSTRUMENTO CAPAZ DE EXCITAR LA CONCIENCIA”( 2)


por Tomás Sánchez Santiago y Eloísa Otero


¿Qué opina de la gestión del ministro Wert al frente de la Cultura y la Educación?
¿Estáis apuntando, me parece, a  eso de la “españolización” de Cataluña?
Bueno, en general le preguntamos por todo…
“Todo” es mucho para que lo tratemos aquí. Me reduciré a lo de la “españolización”. Hace unos días, a la puerta de El Pardo, me preguntaron eso mismo. No sabía yo entonces qué había dicho exactamente el ministro y sigo sin saberlo, pero el fondo del asunto es claro: Cataluña es un país bilingüe y lo que tiene que darse es la convivencia de dos lenguas. Lo otro, llevado a términos absolutos, supondría destrucción de identidad, de una identidad que es nuestra y diversa -¿qué tiene la diversidad de malo?-identidad cultural y lingüística. Supondría, de paso, un empobrecimiento de la educación. ¿Cómo si mi nieta está estudiando inglés,  francés y chino puede pensarse en el desplazamiento de una lengua histórica que es, además, una lengua española, como lo es también, y en términos de grandeza, su literatura? No tiene sentido pensar en su destrucción, por ley, sea cual sea la lengua; ya se trate, en este caso, del catalán o del castellano. Entiendo también que, fuese cual fuese la expresión del ministro, no pudo  tener los alcances absolutos que se dice. Simplemente, porque son impensables. Puede haberse dado uno de estos casos: o la expresión fue desafortunadamente vertida con una concisión exenta de matices, o fue desafortunadamente entendida limitada a su núcleo y despojada de matices. Ni el más extremado radicalismo político puede plantearse una desaparición de esta naturaleza, equivalente, por ejemplo, a pretender la desaparición del mar. Hablo, quede claro, por simple funcionamiento del sentido común. Sin desinencias políticas que, para este caso, no tendrían valor.
Ya dijo Unamuno, hace casi un siglo, que “nadie puede considerarse intelectual en España si no sabe hablar las cuatro lenguas españolas”.
Bueno, quizá exagerase. ¿Sabía Unamuno hablar de verdad las cuatro lenguas? Cierto que lo contrario, la castellanización “universal” de España, sería –ya lo he dicho, creo– un disparate destructivo para la cultura y la educación.                                                                                                                  
Pasemos a hablar de su último libro, Canción errónea. El libro parece la desembocadura natural de un discurso reconcentrado desde Libro del frío en torno a lo que podríamos denominar “palabras mayores”, esas que aparecen en la secuencia inicial… Sin embargo, hay algunos poemas donde persisten preocupaciones del exterior, digámoslo así, donde hay asuntos ecológicos, sociales… Eso parece contravenir una indeferencia proclamada una y otra vez en Canción errónea …
La contradición es una de las madres de la poesía. El poeta es un ser humano que no se propone silogismos perfectos, ni una actitud monotemática, o una univocidad –perdón por la palabreja– permanente. Es un ser humano que está sujeto a los momentos de placer o de tristeza, que sabe que va a morir, y que sin embargo puede experimentar el gozo. Pues en este raro accidente que es la vida –dado que lo natural es no existir– aparecen el placer, la muerte, el sufrimiento, el amor, la injusticia, la solidaridad,  el crimen social… y se produce una respuesta simple a esto, a cada uno de los accidentes, contradictorios a su vez, que están contenidos en el gran accidente, en el grande y extraño accidente que es la vida. Pero, ya digo, a mí la univocidad, el pensamiento horizontalizado, no me parece humano. Yo respondo desde la contradicción, sí, y añado (con Carlos Piera) que la contradicción es generadora de poesía.
Y esa indiferencia que proclama en su último libro ¿a qué se refiere exactamente?
Exactamente… La exactitud es excepcional, difícilmente excepcional. Todos mis libros desde la madurez, digamos, biosíquica hasta ahora mismo, parece que se han hecho en la perspectiva de la muerte, temiéndola. Quizá es ese temor lo que, en mí, ha decrecido. Tengo la sensación, lo vivo así, de que se da una especie de… no de resignación, sino de comprensión de los límites del gran accidente, y una cierta –quizá incompleta: “Si (…) mi pasión fuese realmente la indiferencia”–, pues eso,  indiferencia, una vez más, ante el accidente final. ¿Es esta la verdad completa? Puede ser;  con las reservas que digo, me lo parece.
El libro se nutre de poemas puntuales, acarreados desde una diversidad de contextos: catálogos de artistas amigos, evocaciones a propósito de sucesos de personas queridas, encargos de revistas… En esos lugares aparecieron previamente. ¿Qué hace que de pronto Antonio Gamoneda no articule un libro como un engranaje temático, tal como hizo en Libro del frío o en Arden las pérdidas?
Puede que la razón más fuerte sea el cansancio. Pero también cierta sospecha de que esas articulaciones son una organización de lo inorganizable. Es decir, simultáneamente con el cansancio, puedo haberme dicho: bueno, ¡que monte el libro el lector, si quiere! Di en que me pareciese una mecánica muy secundaria y hasta innecesaria la disposición que intenta reforzar el sentido creando capítulos con poemas… En poesía, el poema funciona de manera instantánea, si funciona. Si esto es así, funcionarán también la palabra, la frase, el libro… Empecé a sospechar (no sé si continuaré en la sospecha) que la trabazón lógica de los hechos poemáticos –que otra cosa son los hechos  poéticos– no es, o no era al menos en este caso, imprescindible.
Muchos de estos poemas merodean en torno a declaraciones de cansancio. ¿De qué cansancio se habla?
No es sólo un cansancio existencial, es también,  quizá más preciso, un cansancio vital y hasta biológico. Asunto menor, éste. Simplemente, estoy en la edad del cansancio.
W. Szymborska decía que los poetas de verdad deben continuar repitiéndose “no sé”. En  sus poemas de Canción errónea, “no sé” se “escucha” una y otra vez. Es como si se defendiera del enigma de la existencia con una especie de despreocupación. Incluso con condescendencia ante lo irresoluble del sinsentido de estar en la vida.
Habrá diferencias puntuales. Las habrá probablemente, con el pensamiento de esa poeta de nombre para mí impronunciable. Puede que  la “indiferencia” y el “no sé” sean apéndices de un mismo núcleo que sea, como he apuntado, el cansancio existencial. No sé. Y además me da igual.
Lo que sí persiste como ancla última donde apoyarse es la luz, una luz sin causa, que se precede a sí misma. Una luz como manifestación inmóvil. ¿Es este el consuelo definitivo en el espacio poético de Gamoneda?
No siempre. La luz, como la palabra, como cualquiera otro aspecto de la realidad, sea esta una realidad vivida o una realidad simplemente objetiva, puede tener distintos valores. Puede representar un espacio de liberación circunstancial. Pero la luz también puede ser, si no contemplada, sí, al menos, entendida como un vacío. En cierto modo, quizá, pienso yo –que no me dedico a averiguar mis propios intríngulis–, puede ocurrir que la luz represente el no espacio, el vaciamiento posterior a la vida. Puede ser una luz terrestre, puede ser una luz que realmente proporciona placer, o algo que se parece a la alegría, o puede ser entendida también como ya he dicho, como un vaciamiento. La luz definitivamente vacía.
También se advierte una inclinación más decidida hacia la oralidad y hasta el coloquialismo, como si el libro se estuviera escuchando a sí mismo. Fórmulas como “Bien, “En fin”, “Lo dicho”, “es un decir”… Es como si el ensimismamiento de su poesía se hiciese por momentos transferible, más transferible, a los lectores. ¿Lo cree así? ¿Estas modulaciones implican otra relación de la voz poética con su propio discurso?
Pienso que no haya una voluntad clara de dar entrada a términos coloquiales. Existen para ello razones parecidas al hecho de que también aparezca, no tan abundante, alguna terminología científica. Todo ello viene a resumirse en la convicción de que la palabra coloquial, científica, filosófica… se despoja de su carácter coloquial, científico, filosófico, si realmente adquiere función poética. He podido entender, sin pensarlo demasiado, que  hay un purismo excesivo en la inadmisión de los coloquialismos, de los términos científicos, del pensamiento discursivo… Yo sé que no lo voy a utilizar de una manera ni puramente coloquial, ni puramente científica, ni puramente discursiva, pero cabe que no quiera excomulgar ninguna palabra. Pueden estar todas, y pueden funcionar, o no. Depende de la “mano”  del paisano que escribe.
A pesar de ese cansancio a que alude, comentaba usted, este verano pasado, que aún le quedan muchas cosas por hacer. Entre ellas dos libros de poemas y continuar con sus memorias. ¿Cómo está eso?
Si eran dos, uno será este [decide Gamoneda señalando un ejemplar de Canción errónea].
Bueno, creímos entender que eran dos además de éste. Y que uno de esos dos poemarios pendientes era Las venas comunales, en colaboración con Juan Carlos Mestre —autor de los dibujos sobre los que aparecerían escritos los poemas—. Un libro del que, según parece, se van a tirar muy pocos ejemplares…
Ese era el propósito de una editorial de esas heroicas… Pero se arrugaron porque no tenían ni una peseta y este es un libro carísimo.
¿Está parado ese proyecto entonces?
Bueno, sí, está parado porque tampoco hemos intentado moverlo, y porque incluso yo tengo la sensación de que, aunque ya tengo manuscritos los poemas encima de los dibujos de Mestre, pues siempre queda alguna tachadura que otra. A Mestre no le parece mal. Yo, ahora, tengo que atravesar el trance de la aparición de este otro libro, de Canción errónea, limpiar la cabeza un poco. Y luego empezar a pensar, sí, en la edición de Las venas… No va a ser fácil, porque será un libro carísimo. ¡Tiene cerca de 70 páginas de dibujos a todo color! Y además yo no voy a permitir que lo haga cualquier imprenta de cualquier manera. Si tarda unos años en salir y yo me he muerto, me da igual, pero hacerlo deprisa y de mala manera… eso no.
Y sobre el segundo libro pendiente, ¿puede adelantar algo?, ¿tiene ya algún material?
¿El segundo? ¡Me estáis aumentando el trabajo! No. Lo tengo en la cabeza desde ayer, o sea que no pude deciros nada de él este verano.
¿Desde ayer? Entonces es muy pronto para preguntar algo…
Sí. No puedo contestar.
En cualquier caso es una buena noticia. Y sobre la continuación de sus memorias –tras Un armario lleno de sombra–, ¿cómo va eso? Comentaba usted, hace unos meses, que no pillaba el tono…
De memorias tengo cien folios mecanografiados, y sé que no me están funcionando bien. Puede haber zonas que puedo aceptar, pero hay muchas que no, y sé que, para llegar a ser libro, si llega, le falta una reescritura completa. No una corrección aquí y otra allá, no, no. De momento voy a dejar al ordenador –al ordenador que no entiendo –que funcione. Y llegaré a un punto en que, o bien me convenzo de que no puedo con ello –por alguna razón que puede no ser propiamente literaria, que cabe que sea, incluso, una razón moral–, o llegaré a un primer final que no será más que el final de la primera superficie, de un plano continuo que hay que movilizar de otra manera. O sea, que tendré que rescribirlo y que no sé si tardaré un año, o dos, o… No lo sé.
Cuando habla de “problemas morales” ¿se refiere al contenido, como le pasó con el primer libro de memorias? ¿Se refiere a que habrá capítulos duros, con nombres y apellidos?
Hummm… Una autobiografía lleva consigo hechos que podrían ser causa de sufrimiento para personas que no quiero que lo tengan. Pero tampoco estoy muy convencido de que yo tenga que disfrazar eso. Es un problema serio…

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