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ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (12)


2.- Proliferación. Al destacar la belleza de la muchacha, el poeta se vale de imágenes repetidas, “metáforas al cuadrado”, dirían Sarduy (Ensayos: 272) y Perlongher (22), iridiscentes, que se ensanchan y expanden. La descripción se desplaza en múltiples direcciones, aunque todavía pueden ser “reducidas” en su significación:

Ninfa de Doris, hija la más bella,
adora, que vio el reino de la espuma.
Galatea es su nombre, y dulce en ella
el terno Venus de sus gracias suma.
Son una y otra luminosa estrella
lucientes ojos de su blanca espuma:
si roca de cristal no es de Neptuno
pavón de Venus es, cisne de Juno.

En la explicación de esta octava real, Reyes-Góngora sintetiza su método poético de deconstrucción: “Y, como embriagado por la belleza de Galatea, me entrego a descomponer y recomponer por mi cuenta el examen de sus atractivos, en enlaces y cruces, en nuevas síntesis metafóricas, tránsitos oblicuos entre las imágenes y los mitos; de suerte que, aunque opero con objetos de la tradición más rancia, los rejuvenezco al invertir sus relaciones, complaciéndome en entrechocarlos (XXV: 263). Y este “descomponer”, “recomponer”, “enlaces y cruces”, “nuevas síntesis”, “tránsitos oblicuos”, “rejuvenecimientos”, “inversiones” y “entrechocamientos”, resuenan en la teoría de “la nueva inestabilidad” neobarroca que propone Sarduy quien, al definir “la metáfora al cuadrado” de Góngora, señala: “Este juego reactivo de la metáfora va a conducirnos a una especie de contaminación, a una multiplicación geométrica, a una proliferación de la sustancia metafórica misma” (Ensayos: 272). Y coincide, a la vez, con el principio neobarroco del “poco más o menos y no sé qué” que sugiere Calabrese (“Neobarroco”: 99) y que definen la tendencia de los fenómenos culturales contemporáneos a lo infinito y lo indefinido. Dice Reyes-Góngora: “¿Por qué roca de cristal? Mis colores son siempre sintéticos, estáticos, heráldicos: blanco, rojo, verde, dorado. Lo blanco se me vuelve nieve o cristal a lo largo de este y otros poemas. Doy por fin el salto, la gran zambullida metafórica…” (XXV: 263). Y esta “gran zambullida metafórica” se lleva a cabo mediante una “inflación de significantes” (Perlongher: 22), en la que “(el) referente aludido queda al fin sepultado bajo una catarata de fulguraciones” (23. Énfasis nuestro); ya que, si bien se han comparado los ojos con las estrellas, en esta estrofa Reyes indica que se habla de los ojos… “¡de su blanca pluma!” (XXV: 262). Y añade el comentarista doble, Reyes-Góngora: “Su blanco cuerpo se me ha vuelto de plumas, y las plumas de los ojos me llevan, derechamente, a los ojos de pluma del pavo o pavón. Como el pavón es el ave de la diosa Juno -reina del Olimpo clásico, diosa máxima-, ya veo, en mi mente, acercarse a Juno, que viene a competir con Venus para apadrinar los encantos de Galatea” (262). Pero, al fin, este aparente caos se explica: “Vértigo, pero en confusión calculada. Mis metáforas ‘no vuelan sin orden’, ‘no penden sin aseo’” (263). La imagen se revierte en sí misma, tornasolada, transformándose en juego, fuego, desperdicio y placer, como quiere Sarduy, a la vez que se incrusta, también, en lo que Sánchez Robayna ha llamado “el barroco de la levedad”, es decir, el puro placer de henchimiento y abundancia de los significados y su alejamiento de su integridad significante: la pulverización de su eje semántico (116-117).

Dijimos, sin embargo, que el neobarroco no es una vuelta al barroco, sino del barroco. Góngora todavía está atado al corset de las reducciones clásicas, a la mitología grecolatina, a su eje de control académico, pero el poeta se aleja de ellas lo máximo posible. De ahí su transgresión. Señalamos “la visión chusca de los mitos” como forma de rompimiento temático. Asimismo, hay una lucha por deslindarse de las contingencias en el plano formal. Su palabra se volvió sinuosa y elástica, una “hidra vocal”, como la llamó puntualmente Fernando Lázaro (28). Sobre este punto, Antonio Carreira también ha anotado la innovación estrófica: “La novedad temática de las Soledades no podía darse sin una gran temática formal (…) La silva es lo más próximo al verso libre que permitía la métrica de entonces (…) la silva, desde el punto de vista métrico, carecía de historia (…) ‘Es forma sin márgenes’, sinuosa, entrecortada, apta para los incisos y las digresiones, como la naturaleza misma.” (87)

Los personajes más educados de la época, cultos entre los cultos, no lo entendían y lo vituperan. La apertura de significados fue su heterodoxia, su sacrilegio, su “ateísmo”. Por eso los regaños de Pedro de Valencia, que no sufre que se “afee” ni se “abata” la lengua, y la desesperación -verdadera insanía- de Jáuregui, quien en verdad enloquece y clama a Dios por tanta “escabrosidad” y “bronco estilo”, hasta lanzar un grito al cielo lamentando “que las palabras solas de mi lenguaje castellano materno me confundan la inteligencia” (cf. supra n. 24).

Sólo tres siglos después, cuando el simbolismo, las vanguardias y el surrealismo han legitimado sus procedimientos estéticos, Góngora, al ser resucitado por la Generación del 27, puede descansar en paz. No entender su poesía, o entenderla de manera simplemente musical, rítmica o bien “disparatada” -a la manera de Gerardo Diego-, no importa. Es juego, es gozo, es placer. Es desgaste y fruición y el neobarroco atiende a ese llamado.

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