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ARTURO DÁVILA -´EL NEOBARROCO SIN LÁGRIMAS (11)


Me gustaría señalar cómo, en el libro mencionado anteriormente, El Polifemo sin lágrimas, hallamos algunos principios y formulaciones que “resuenan” o de “espejean” -usando los términos de Sarduy- en la teoría neobarroca que, según Calabrese, define el Zeitgeist o espíritu de nuestro tiempo. Para Reyes la experiencia literaria cifró su vida -¿acaso su torre de marfil, su escape de la vida?- aun en los momentos que precedieron a su muerte. Cuentan que, aun el día que llegó por fin “el largo sueño”, el 27 de diciembre de 1959, se levantó a las cinco de la mañana… a escribir El Polifemo sin lágrimas, libro inconcluso que fue uno de sus últimos trabajos y se publicó póstumo en Madrid, en 1961. Y en este estudio recurrió a otro de los “artificios” reclamados hoy por el neobarroco y que irrumpe la noción de autoría: la máscara. Bajo este disfraz, Reyes -con voz diacrónica- imagina y narra, en prosa, la fábula de los amores de Acis y Galatea, frustrados por el enorme y monstruoso Polifemo, enamorado de la hermosa muchacha -“o púrpura nevada o nieve roja”-, y relata cómo, el celoso cíclope mata a su rival con una roca, y obliga a la desventurada a ver los despojos de su amante convertirse en río. Reyes, rompiendo el eje cronológico y mediante esta estrategia de simulación -otro recurso del neobarroco, según Sarduy (Ensayos)- y en voz del mismo Góngora, relata sus intenciones y motivos estéticos a lo largo de 28 estancias, ya que no llegó a completar el análisis de las 63 estrofas: “Me figuro que, en los Campos Elíseos, el poeta explica su poema al conde de Niebla, a quien lo había dedicado” (XXV: 244). Y, en este ejercicio exegético de mediación, con “voz impersonada”, Reyes crea un tejido de apóstrofes que le da un carácter dialogístico a su texto. Asimismo, expone algunas de sus conclusiones acerca de la estética barroca en la gongorina que lo ocupó toda la vida. En el diálogo imaginario con el conde, coincide con algunos de los principios que el neobarroco ha vuelto a destacar. Analicemos dos de ellos:

1.- Carnavalización. Para contestar a las acusaciones que se le hacían por valerse de un “estilo plebeyo” y de un tono jocoserio; es decir, su insistencia en la “alabanza de la aldea”, que ensalza los objetos nimios y pequeños -“raterías” las llamó Jáuregui-, (24) Reyes-Góngora afirma: “me daré yo el gusto de retozar más a mis anchas, mezclando lo grave y lo cómico según cierta inclinación que está en mi naturaleza y como quien salta de caballo a caballo” (XXV: 256) y defiende “mi singular afición a las ambivalencias estéticas” (249). Ortega y Gasset ya había denunciado este rasgo antitético: “el culto Góngora tenía un alma inculta, rústica, bárbara (en Lázaro 1966: 66). Pero esta capacidad paradójica de carnavalizar al sujeto poético y pasar de lo solemne a lo cómico a través de la sátira y la parodia, formaba parte de la jocoseriedad, término satírico en sí, ambivalente y fluido, ubicuo a través de la literatura seiscientista -pensemos en El Buscón de Quevedo y toda la tradición picaresca, o en el mismo Sancho Panza de Cervantes- y ha sido recuperado por el neobarroco, cuando autoriza la teatralización del texto y de los personajes para trascender la autoría. El cíclope es, en sí, un personaje absurdo, una deformación literaria. Su descripción tiene que ser hiperbólica, teatral. Así, Polifemo: “Un momento era de miembros evidente…”; su único ojo, “émulo casi del mayor lucero (el sol)”; “Negro el cabello, imitador undoso / de las oscuras aguas del leteo…”; y su mentón “un torrente es su barba impetuoso”, elementos que construyen a un ser agigantado, grotesco y, por ende, disforme e inestable. Lázaro Carreter señaló que la degradación de las fábulas grecolatinas o su “visión chusca de los mitos”, fue un fenómeno propio del barroco “que representa casi siempre la destrucción o la más deformante refracción de los supuestos y prestigios renacentistas” (67-68). Y esta “visión chusca” tiene resonancia en el neobarroco contemporáneo, en la proliferación de seres monstruosos y deformes, ex-céntricos de las pantallas cinematográficas, por ejemplo. Calabrese señala: “El monstruo es siempre excesivo y desestabilizador, desde el momento en que es ‘demasiado’ y ‘demasiado poco’ respecto a una norma común” (“Neobarroco”: 94). Polifemo, así, “resuena” en las anomalías y excentricidades que pululan los celuloides hollywoodenses.


Notas

(24) Jáuregui detestaba que el tema de las Soledades fuera tan aldeano y lo critica diciendo: “Aun si allí se trataran pensamientos exquisitos y sentencias profundas, sería tolerable que dellas resultase la oscuridad; pero que diciendo puras frioneras, y hablando de gallos y gallinas, y de pan y manzanas, con otras semejantes raterías, sea tanta la maña ya dureza de el decir, que las palabras solas de mi lenguaje castellano materno me confundan la inteligencia, ¡por Dios que es brava fuerza de escabrosidad y bronco estilo!” (En Martínez Arancón: 161. Énfasis nuestro)

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