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María José Pedraja Colman
La partida física de Ruben Yáñez me producen un sentimiento donde se
acumulan el pesar, el vacío y la impotencia porque nos enfrentamos a la pérdida
de un ícono y un referente cultural, que fue un gran maestro de teatro y de
vida.
Hijo de un obrero de frigorífico y de una costurera, Yáñez comenzó a transitar el mundo
artístico allá por la década del 30 en el Teatro del Pueblo -un movimiento
teatral con conciencia que surge durante la dictadura de Terra-
y defendió desde siempre la construcción de una estética obrera y popular, que
le permitiera a la gente acceder a una visión de una realidad despojada de
prejuicios.
Nunca le importó el lucro, y decía que “no aspiraba a vivir del teatro,
sino para el teatro”. Y hubo un momento en el que expresó con tajante claridad:
“Basta de subestimar al pueblo uruguayo ofreciéndole obras pasteurizadas y
reducidas de tres horas a una hora. Los grandes textos no tienen desperdicio y
no hay que desconfiar del público ni tratarlo como socio consumidor de obras de
supermercado”. Esta reflexión no les cayó muy en gracia, por cierto, a muchos
de sus contemporáneos que quizá ahora estén en su sepelio.
Y estamos reproduciendo estas opiniones no solamente porque las compartimos
y las apoyamos, sino para que todo el pueblo uruguayo las conozca.
Él mismo decía siempre: "Hay que conocer a los grandes maestros y no
dejar nunca de mirar hacia los referentes que constituyen nuestra propia
historia. A mí me da mucha pena que los jóvenes no reconozcan a Atahualpa del
Cioppo, por ejemplo, y no por culpa de ellos sino porque los trasmisores del
conocimiento les vendan los ojos y no les permiten tomar conciencia de quiénes
fueron sus maestros”, recordándonos además que “quien no sabe de dónde viene
tampoco sabe hacia dónde va, sino que más bien lo llevan”.
Ruben Yañez permanecerá vigente porque su estilo, su visión y su ideología
constituyen un referente insoslayable para los que trabajamos en la construcción
de una cultura popular. Y lo mismo sucederá con otros maestros que él mismo
mencionara con gran humildad al recibir la distinción de ciudadano ilustre: Atahualpa
del Cioppo, Enrique Guarnero, Arturo Ardao, Alberto Candeau y Justino Zavala
Muniz.
Hoy queremos asegurarle que no lo vamos a dejar morir en la
historia porque seguiremos desarrollando su visión y luchando incansablemente en
cuantos lugares podamos para lograr ese teatro popular y de contenido al
que él tanto aspiró hasta el final.
Y siempre seguiremos teniendo presentes algunas de sus frases expresadas en
representaciones o entrevistas que definen la esencia misma de un artista y un
docente reivindicativo y comprometido con la causa de los pueblos: “El teatro
debe ser la universidad del hombre, pero sobre todo del hombre que no puede ir
a la universidad”. O: “Toda la vida nos mostraron al Artigas del Banco
República, el Artigas de los mandones y no el de la gente en la que él siempre
pensó”.
Ese era Ruben Yáñez
Y ahora le dedicamos un gran abrazo revolucionario pero sin despedirlo,
porque queda mucho por decir y esa es la forma de mantenerlo vivo en la
conciencia de la gente.
Recordémoslo con la frase que él mismo dijo en una de sus representaciones:
"Ensíllenme el caballo. Llegó la hora de clarinar".
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