sábado

EL CÍRCULO DE LA MUERTE (6) - JULIO HERRERA Y REISSIG


Escuelas son palabras. Belleza es eternidad. Para vivir se necesita vivir realmente y no explicarnos qué cosa es la vida. Tal en arte.

¿De las polémicas de los filósofos y de las “mise en scéne” de los flamantes programistas de Estética, qué es lo que nos ha quedado? No son sus paradojas, sus exégesis, sus pintorescas burbujas vanas, ni sus catecismos alambicados, sino algunas bellas páginas en que nos expresan con lealtad su emoción y su pensamiento, en el grado más culminante y a veces modestamente. Lo que vive es lo que hace vivir, lo que impresiona; es la aguja imantada que nos hiere sin decirnos “cómo”, y no el hornillo teúrgico del alquimista, donde se cuecen ímprobas hipótesis, que ahuma nuestro pensamiento y lo entorpece en calenturas agrias.

Virgilio, Petrarca, Shakespeare y Cervantes, genios tan diversos, no se preocuparon mayormente, al esgrimir la pluma, de dónde procedía lo Bello, ni cuál era su objetivo, ni en qué consistía, ni en virtud de qué ley intrínseca se produce; no nos llenaron trabajosamente de reclamos de farmacia milagrosa; la estética estaba en ellos; ellos la sentían según su espíritu y la condensaban en vibraciones naturales; el vocablo, el modismo, la métrica, el color, la música, la forma, expresaron simplemente el fondo, confundiéndose con él, en una dulce amistad; fueron como la sombra sincera que proyecta el cuerpo herido por la luz desde lo alto y que se estremece junto con su amigo.

Tampoco el interés, la religión ni la moral -simples accidentes o circunstancias de la obra- rebasan una época y, por consecuencia, no subsisten una vez eliminados dichos elementos subalternos por otros de su especie, o trasplantados a distintos países, en que prevalecen distinta costumbres. Isaías, judío, Sófocles, pagano, Hafiz, musulmán, Milton, protestante; Voltaire, escéptico, Goethe, indiferente, Chateaubriand, católico, Baudelaire, blasfemo, se veneran en el mismo santuario de Inmortalidad, con independencia absoluta de su credo o de su ateísmo. Y es que las religiones desaparecen o el interés que ellas nos inspiran dejándonos únicamente la herencia de genio artístico que consiguieron reunir, a su paso por el espíritu. Así, la Venus de Milo, Minerva, Juno, los templos de Jonia, la mitología egipcia con sus bajo-relieves, sarcófagos, pirámides y obeliscos, los monumentos indús, la arquitectura y la estatuaria de la antigüedad creyente, en todas las sociedades. Así también un Olimpo desnudo y un cristianismo carnal que viven fraternalmente en el Museo del Vaticano, a despecho de los fanatismos verdugos de las religiones que los engendraron; Satanás en casa de Cristo; Venus confidente de María; las vírgenes en dulce paz con las bacantes; el vino de Saturno con la sangre del Gólgota: Milagro del Arte, derrota de Dios!

Idéntica cosa en cuanto a moral, interés, política, simbolismo. Nadie venera la Ilíada porque Homero templó con ella el alma de la Grecia, ni agradece a Theócrito y a Bión, que alentaron con sus églogas la ganadería, ni a Camoens, el haber inspirado la fiebre de las conquistas; no se adora a Miguel de Cervantes porque fustigó las supersticiones de la caballería andariega, ni a Molière porque rio de los hipócritas y de los impostores de la Ciencia, ni a Shakespeare porque dio el antídoto profundo de la pasiones, desnudando en su teatro tenebroso humanidades calientes.

Tampoco han sido execrados Anacreonte y Apuleyo -reidores de la orgía- por el furor afrodisíaco de sus Musas borrachas. Ni el crítico, ni el lector, enagenados por el encanto audaz que los enerva, piden cuentas a Horacio, el epicúreo sátiro de Roma; a Propercio, Cátulo y Ovidio, cantáridas de oro del rito esencial; a Saint Everemond, Bocaccio, Moore, Quevedo, Hamilton, pájaros burlones del jardín púrpura de Afrodita; al cínico Rabelais, cerdo galante; a Byron, a Shelley, Senancourt, Swimburne, de Nerval, Heine, Baudelaire, Musset y los modernos carnívoros del París babilónico, de sus delirios y de sus blasfemias, los cuales, por otra parte, son un delicioso manjar del escándalo, que nadie rehusa a solas… o en compañía de Lucifer…

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