martes

BEATRIZ BAYCE - MORIR CON APARICIO DE HUGO GIOVANETTI VIOLA




SOLEDAD Y PRESENCIAS EN NUESTRAS COSTAS ATLÁNTICAS

(Ensayo inédito que fue presentado como ponencia en el Coloquio Francia-Uruguay organizado en París por La Sorbonne y la UNESCO en 1987)

SEGUNDA ENTREGA

Morir con Aparicio es el titulo general de la novela (o más bien díptico novelesco) y también de la segunda parte. A medida que vamos conociendo los detalles de la historia de Justo Regusci, la aparente confusión de los dos mundos, el de la vida y el de la supervivencia, se van iluminando.

Morir con Aparicio significa, para este personaje fundamental de la novela, cumplir con su propio juramento de defender el campo y combatir la miseria (MA, p. 103). Justo, Servidor del Ejército Nacional Revolucionario, fue herido mortalmente en la batalla de Paso del Parque en la guerra de 1904. La historia está relatada por su novia, Magdalena Tomillo quien, ya anciana, empieza por prometerle al sobrino biznieto de Justo, que le contará cosas que nadie sabe (MA, p. 65). (Es lo opuesto a un mito, podríamos decir, en cualquiera de los significados que a la palabra “mito” pueda atribuírsele).

No es el relato de un recuerdo lo que oye el joven Pablo Regusci, sino que se encuentra como presenciando una conversación, Magdalena empieza a hablarle a Justo, muchos años después de figurar quizá entre las bajas de la mencionada batalla. Parece recordarle las palabras y los hechos que siguen a la despedida, antes de su partida con el grupo de Juan José Muñoz.

Según los datos de la Genealogía que figura al comienzo, hasta los cien años Magdalena estuvo esperando a su novio en la vieja casona de Maldonado. Eso dice la crónica, es decir lo exterior, lo aparente. Pero Magdalena no estaba esperando, sino que parece compartir ese mundo al que entró un día, sin abandonar, por eso, la vieja casona. En efecto, cuando Jonás Erik Jönson le llevó a Magdalena la presumible noticia de la muerte de Justo, ella pensó: “Justo, la vida está ganada”. Esto lo dijo al entrar (MA, p. 102). Es probable que Magdalena estuviera entrando para siempre en el mundo de Justo, presenciando su regreso a un mundo que está aquí todavía, y fue cantado tantas veces por César Vallejo, como lo recuerda un verso que elige Giovanetti como otro de los acápites de la novela:

“Verán ya de regreso, los ciegos” (6)

Vallejo recoge señales de noticias mesiánicas (Lc 7, 22) que quizá sostienen al héroe en el momento de morir; es la instancia del dolor “con rejas de esperanza” (7) que se relaciona con diversas maneras de regreso o de permanencia en el mundo.

“No me escribas, volvé”. Magdalena no le pidió a Justo que se quedara, como él llegó a desear en el momento desgarrado de la partida. Sólo le pidió que volviera. Y parecen estar juntos ahora en una síntesis de vuelta y despedida, en el espíritu de Palmas y guitarra de Vallejo.

También están unidos por la música. Magdalena Tomillo, que recibe la noticia de la muerte de Justo sin una lágrima, aprovechando la soledad de la casa se pone a tocar el piano. La música, lenguaje “inteligible e intraducible”, según Lévi-Strauss, es un medio constante de expresión en toda la novela.

“…escuchando la música y mientras la escuchamos, alcanzamos una suerte de inmortalidad” (8).

Se dice también en la novela, que Natacha Regusci, sobrina de Justo, cuando tocaba la guitarra, se iba para otro mundo (MA, p. 23). Por mucho tiempo, sólo hablaba tocando la guitarra.

Giovanetti recrea, con singular eficacia, la sordidez, el encierro, la desorientación y el dolor del interior de la batalla donde Justo Regusci vive la situación de tantos caídos, evocados en el Himno a los voluntarios de la república de la guerra civil española. Representa el espíritu que sostiene a los combatientes aun en los momentos de desánimo y de dudas. Sus palabras son las mismas que muchos habrán pronunciado en circunstancias similares.

Magdalena, en su coloquio con la realidad invisible de la persona de Justo, le va recordando algunas de sus expresiones:

“No me quiero morir, Magdalena… pero quiero ser hombre” (MA, p. 67).

Ser hombre significa comúnmente, ser valiente, pero este no es el sentido que podemos darle, sino que se invoca aquí otro valor, el de la dignidad que por el hombre, puede ser rescatada para todos los seres y las cosas.

“Extremeño, dejásteme
verte… padecer
pelear por todos y pelear
para que el individuo sea un hombre, (y para)
que hasta los animales sean hombres,
……………………………………………..
y el mismo cielo, todo un hombrecito!” (9).

De aquí esa manera de llamar “tordillo-sabino” a su caballo, o simplemente “Sabino”, como su hermano (MA, p. 86), o “Estrellero”, forma masculina del nombre de su guitarra.

“Mi filosofía”, dice Schopenhauer, no explica más que aquello que nos presenta el mundo exterior y la conciencia íntima”. No tiene respuestas trascendentales, pero sin embargo él mismo dice más adelante, que su filosofía no excluye la posibilidad de otra existencia. Lo que a Schopenhauer le interesa y cree haber podido comprobar con certeza, según su propia expresión, es la inmortalidad de nuestra esencia, como aproximación a la idea de eternidad:

“El encadenamiento causal, es decir, la materia, nos garantiza una indestructibilidad que debe servir de consuelo y dar seguridad de una eternidad de cierto orden a los que no sean capaces de comprender otra” (10).

Este llamado “bosquejo imperfecto de la eternidad” aparece como primera recreación de la novela. Pero la escena final de la batalla de Paso del Parque evoca a la vez el mundo del retorno de Vallejo y, desde esta vuelta, y por ella misma quizá, un encuentro con el más allá.


Notas

(6) César Vallejo, Poesías completas, Losada, Bs. Aires, 1949, p. 252.
(7) Vallejo, ob. cit., p. 250.
(8) Claude Lévi-Strauss, Mitológicas. Lo crudo y lo cocido, Fondo de Cultura Económica, Méjico, p. 25
(9) Vallejo, ob, cit., p. 255.
(10) Todas las citas pertenecen a la mencionada obra de Schopenhauer, Tomo 3.

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