sábado

PARÍS ERA UNA FIESTA - ERNEST HEMINGWAY (29)

VIGESIMONOVENA ENTREGA

XVIII

LOS GAVILANES NO COMPARTEN NADA (3)

Nosotros pasamos el verano en España, donde empecé una novela, y terminé el borrador al volver a París, en setiembre. Scott y Zelda fueron al Cap d’Antibes, y cuando lo volví a ver en otoño en París, él estaba muy cambiado. La Riviera no había servido para liberarlo del alcohol, y ahora andaba borracho todo el día. Le importaba un carajo que los demás estuvieran trabajando, y se nos aparecía en el 113 de la rue Notre-Dame-des-Champs, borracho, a cualquier hora del día o de la noche. Se había acostumbrado a tratar con mucha grosería a sus inferiores o a cualquier persona que él considerara como inferior.

Una vez llegó a la serrería con su hija, porque el ama inglesa tenía el día libre y él tenia que cuidar a la niña. Cuando empezaban a subir la escalera la niña le pidió para ir al retrete. Scott empezó a desvestirla ahí mismo, y entonces el propietario, que vivía en la planta baja, se asomó y le dijo:

-Señor, hay una cabinet de toilette frente a usted, a la izquierda de la escalera.

-Sí, y allí lo voy a meter a usted de cabeza, si sigue chillando -le dijo Scott.

Durante todo aquel otoño fue muy difícil aguantarlo, aunque en los ratos en que no estaba borracho logró empezar una novela. Las pocas veces que lo vi sobrio me trataba con simpatía y bromeaba, y a veces incluso bromeaba sobre sí mismo. Pero cuando se emborrachaba iba casi siempre a buscarme a mí y me estropeabas el trabajo casi con tanto placer como el que sentía Zelda al estropearle el suyo. La cosa duró años, pero también es cierto que durante esos años no tuve ningún amigo tan leal como Scott cuando no estaba borracho.

En aquel otoño de 1925, le dolió que yo no lo dejara leer el primer manuscrito de mi novela, The Sun Also Rises[1]. Le expliqué que tenía que revisarla y volver a escribirla porque la intención de la obra todavía no quedaba clara, y que prefería no hablar de ella ni que nadie la viera. Me fui con mi mujer a Schruns, en el Vorarlberg de Austria, apenas empezó a nevar.

Allí volví a redactar la primera mitad del manuscrito, y si no recuerdo mal la terminé en enero. Me la llevé a Nueva York y se la entregué a Max Perkins, de la editorial Scribner’s, y volví a Schruns para terminar de revisar el libro y hacerle todas las correcciones y supresiones que necesitaba. Scott leyó el manuscrito definitivo después que yo se lo mandé a Scribner’s, a fines de abril. Me acuerdo que bromeamos sobre la cosa, y que él estaba preocupado y con ganas de ayudarme, como le pasaba cada vez que yo terminaba algo. Pero yo no quería que me ayudara mientras todavía tenía el libro a medio hacer.

Mientras nosotros estábamos en el Vorarlberg y yo terminaba mi novela, Scott también se fue a una estación balnearia del bajo Pirineo. Zelda había estado enferma, con la conocida irritación intestinal que provoca el abuso del champán, y que en aquel tiempo recibía el diagnóstico de colitis. Ahora Scott no se emborrachaba y empezaba a trabajar en serio, y quería que en junio fuéramos a reunimos con ellos en San Juan de Pie de Puerto[2]. Zelda ya se había curado, y se sentían felices, y la novela marchaba bien. Scott estaba cobrando los derechos de una adaptación teatral del Great Gatsby que tenía mucho éxito y además un productor iba a comprarla para el cine, lo que le permitía trabajar sin ningún apuro. Zelda era una muchacha extraordinaria, y todo iba a funcionar como un modelo de disciplina.

En mayo me quedé solo en Madrid para seguir trabajando, y a la vuelta hice el recorrido en tren de Bayona hasta San Juan en tercera y muerto de hambre, porque me había equivocado estúpidamente al hacer las cuentas y se me acabó la plata, y después de Hendaya, al entrar en Francia, no pude comer nada. El chalet que nos habían alquilado estaba muy bien, y Scott tenía una casa muy hermosa no muy lejos, y me alegró mucho reunirme con mi mujer que cuidaba muy bien el chalet, y me alegró mucho reunirme con los amigos, y el único aperitivo de antes del almuerzo estaba muy bueno, y bebimos varios más. Aquella noche nos dieron una pequeña fiesta íntima de bienvenida en el Casino donde nos reunimos con los MacLeish, los Murphy y los Fitzgerald. Nadie bebió ninguna bebida más fuerte que el champán, y todo el mundo estuba muy alegre, y evidentemente era el lugar ideal para escribir. Íbamos a disponer de todo lo que un hombre necesita para escribir, excepto de soledad.
Zelda estaba hermosísima y muy cordial, y su bronceado tenía una tonalidad encantadora, lo mismo que el oro oscuro de su pelo. Sus ojos de gavilán estaban claros y serenos. Sentí que las cosas andaban bien y que al final todo iba a arreglarse, y entonces ella se inclinó hacia mí y, con mucha reserva, me comunicó su gran secreto:

-Decime, Ernest, ¿vos no pensás que Al Jolson es más grande que Jesús?

En ese momento nadie podía darle mucha importancia a ese tipo de comentario. No era más que el secreto de Zelda, y lo compartió conmigo, como un gavilán que comparte algo con un hombre. Pero los gavilanes no comparten nada. Scott no escribió nada más que valiera la pena hasta que a ella la encerraron en un manicomio, y él supo que lo de su mujer era locura.

Notas

[1] Fiesta, en la traducción castellana (N. Del T.)
2 La ruta seguida por Ernest Hemingway para ir de Madrid a Juan-les-Pins, y la descripción de esta villa  como «una estación balnearia de los bajos pirineos», son «más bien extravagantes», para decirlo en frase de Mr. Archibald MacLeish, quien sin embargo ha tenido la amabilidad de confirmarnos que los Hemingway y los Fitzgerald y otros amigos se reunieron en Juan-les-Pins en el verano de 1925, y de sugerirnos que tales incoherencias se deben al hecho de que el presente libro es, como el prólogo advierte, «una obra de ficción». (N. del t.)

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...
Google+