(traduccón de Angelina Martín del Campo)
II. EL BESTIARIO DE LAUTRÉAMONT
V (1)
Como lo hemos anunciado, otra rama del lautréamonismo puede ser explorada rápidamente, pues es muy clara. Se trata de la que se encuentra gobernada por el esquema dinámico de la ventosa. A lo largo de esa rama, se encontrará la araña, la sanguijuela, la tarántula, el vampiro y sobre todo el pulpo. De manera que la ambigüedad de la garra y de la ventosa se polariza en el piojo y en la jibia.
Algo de viscoso y rastrero se introduce en la poesía de Lautréamont con la araña, la sanguijuela, el pulpo, y viene a romper la monotonía de los actos rotundos que, a pesar de todo, son predominantes.
También allí, la hinchazón y la multiplicación de las formas, muestran con toda claridad la energía de la imaginación dinámica. Allí se ve a la vieja araña de “la gran especie” que ciñe con sus patas la garganta del durmiente. Allí se lee el suplicio de la “succión inmensa” (p. 315). “Hacía mucho tiempo que la araña había abierto su vientre, de donde se habían precipitado dos adolescentes, vestidos de azul, cada uno con una espada flamígera en la mano…” Después (p. 319) “un arcángel bajado del cielo y mensajero del Señor nos ordenó trocarnos en una única araña, y venir a chuparte la garganta cada noche…”
Por lo demás, el goce sexual predomina sobre la alegría alimenticia: “¡Oh, pulpo de mirada de seda!, tú, cuya alma es inseparable de la mía; tú, el más bello de los habitantes del globo terrestre, y que dominas a un serrallo de cuatrocientas ventosas…” Los fantasmas de la succión siempre son andróginos. Por otra parte, esta multiplicación de los tentáculos es rebasada de nuevo en potencia vital por la formación de un nuevo monstruo, el pulpo alado que planea por encima de las nubes. La imaginación dinámica aparece entonces librada a un verdadero frenesí de metamorfosis (p. 215): “Apliqué mis cuatrocientas ventosas debajo de su axila, y le hice lanzar gritos terribles…” Saltando la imagen intermedia, completamente visual, inerte por lo tanto, unos tentáculos comparados con reptiles por la imaginación ingenua, Maldoror continúa: “(los gritos) se trocaron en víboras, al salir de su boca, y fueron a esconderse entre la maleza, las murallas en ruinas, acechando en el día, acechando en la noche. Esos gritos, que se vuelven rampantes, y dotados de anillos innumerables, con una cabeza pequeña y aplanada, ojos pérfidos, han jurado quedarse pasmados ante la inocencia humana…” En los bestiarios de la Edad Media, el terror prolonga las imágenes como lo hace la pesadilla ducassiana; “el grito rampante, con ojos pérfidos” dura horas: “la cabeza de la víbora separada del tronco silva aun durante quince días”, según la “ciencia” medieval. La voz silbante que obsede a Maldoror es la voz de su Creador. Para Lautréamont el Verbo es violencia, la Génesis es una gehena, la creación una brutalidad.
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