sábado

LAUTRÉAMONT (10) - GASTON BACHELARD


(traduccón de Angelina Martín del Campo)

DÉCIMA ENTREGA


II. EL BESTIARIO DE LAUTRÉAMONT


III (2)

La garra es, pues, el símbolo de la voluntad pura. ¡Qué pobre y pesada la voluntad de vivir de Schopenhauer ante las ganas-de-atacar de Lautréamont! En efecto en la teoría schopenhaueriana, la voluntad de vivir mantiene un irracionalismo, que en el fondo es una pasividad. Dura por su masa, por la cantidad, por la totalidad, por el hecho de que todo el universo es voluntad de vivir. La derrota de uno es automáticamente la victoria de otro. La voluntad de vivir siempre está segura de obtener éxito. Por el contrario, el querer-atacar es dramático e incierto. Busca el drama. Se anima en el dualismo de la pena y de la alegría; se le reconoce en la dualidad de los instintos erótico y agresivo. Freud, el enemigo de la metafísica, no ha dudado en poner en relación esos dos instintos con las dos fuerzas atractiva y repulsiva del mundo inorgánico. (3) Sin ir tan lejos, puede uno darse cuenta que el instinto organiza y piensa. Mantiene los pensamientos, los deseos, las voluntades especificadas por mucho tiempo para que esas energías se materialicen en órganos. El instinto ofensivo continúa un movimiento con voluntad suficiente para que la trayectoria se vuelva una fibra, un nervio, un músculo. La cruel alegría de descuartizar aparta, agudiza y multiplica los dedos. Las relaciones entre lo moral y lo físico son pues relaciones de formación. Las ganas-de-atacar forman la punta. La defensa (concha o caparazón) es redonda. El ataque -vital o sexual- es puntiagudo. Porque las ganas-de-atacar son inicialmente una punta, la espina, en el vegetal, perdura como misterio. Tal vez se trata de una herejía de la tranquila impasibilidad. (4)

En una fenomenología esencialmente dinámica, naturalmente ya no cabe distinguir con nitidez entre la garra, la pinza y la zarpa. Todos esos órganos agarran con voluntad unitaria. Verdaderamente simbolizan la convergencia de una multiplicidad orgánica. La anarquía en las garras de una pata es inconcebible.

A decir verdad, Lautréamont se sirve de  “sus garras” añadiéndoles un movimiento refinado. Las garras destrozan mejor con un movimiento de torsión ligero y delicado. Ese es uno de los movimientos de las rabias ducassianas; fácilmente se acompaña de una cruel sonrisa. Incluso es difícil remedarlo sin sonreír (p. 173): “Podría tomarte los brazos, torcerlos como ropa lavada… o quebrarlos con estrépito, como dos ramas secas.” Torcer los brazos es poner de rodillas al adversario. La violencia de los adolescentes, notémoslo de paso, utiliza dicha vejación. No deja huella.

Parece también que el cortaplumas, “hidra de acero” (p. 230), corresponde al orden de la uña aguda. Hace heridas en la carne más que en los órganos. La crueldad de Lautréamont utiliza apenas el puñal cuya acción es más bien mortífera que cruel.

Así, haciendo, como proponemos, la suma de todos los movimientos de la garra, sustituyendo sistemáticamente las funciones en sus tentativas de sinergia a las imágenes prefabricadas, en suma, tomando las ganas-de-atacar en su fisiología elemental, se llega a la conclusión de que es fundamental la voluntad de lacerar, de desgarrar, de atenazar, de aferrar con dedos nerviosos. Ese es el principio de la crueldad juvenil. El puño crispado es la conciencia elemental de la voluntad.


Notas

(3) Freud, Nouvelles conférences sur la psychanalyse, p. 141.

(4) No es por medio de una digresión como podemos vislumbrar, a través de ciertas evidencias, el misterio de la espina en una metafísica del vegetalismo. Nos inclinamos a creer que los principios de utilidad son allí aun muy poco explicativos. La ensoñación de Remy de Gourmont corresponde sin duda a una perspectiva metafísica seductora. Pèlerin du Silence, p. 186: Acacia, si tes picûres parfumées son des jeux d’amour, / crève moi les deux yeux, que je ne vois plus l’ironie de tes ongles. / Et déchire-moi en d’obscures caresses, / arbre a l’odeur de emme, arbre de proie, joie de mon triste coeur. (Acacia, si tus piquetes perfumados son juegos de amor, / Reviéntame ambos ojos, que ya no vea más la ironía de tus uñas. / Y desgárreme con oscuras caricias, / árbol con olor de mujer, árbol de presa, dicha de mi triste corazón.) En todo caso, garras por donde quiera y garras que la ensoñación interpreta siguiendo los instintos ofensivo y sexual.

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