jueves

EL CÍRCULO DE LA MUERTE - JULIO HERRERA Y REISSIG


(El Diario Español, Buenos Aires, 3 / 5 / 1905)

PRIMERA ENTREGA

Entre los procedimientos literarios que se han sucedido desde la época de la Biblia y de los rapsodas, hasta nuestros días, en verdad, no hay ninguno que pueda vanagloriarse de vivir demasiado, lo que quiere decir que el alma de la sociedad, sedienta de imposible, versátil y caprichosa, cautiva, inquieta, encantada de más allá, y sin poder rebasar un límite, como la onda llena de luna, anhela siempre variar, variar infinitamente, mostrándose en esto mujer, que se aburre harto pronto de un mismo color y de una misma moda, que desdeña hoy lo que ayer adoraba, y que mañana volverá a adorar lo que hoy le hastía (1).

Mucho se ha escrito y se ha tartamudeado, por estetas, revisteros, diletantes y hasta reporters, sobre el eterno, como a mi ver, inútil pleito de las literaturas y es de buen gusto evitar citas y reminiscencias al beato lector cuyo es el derecho de exigirnos una opinión por sandia que sea, pero al fin propia y no de las que se deslizan por contrabando habitual y pacto con la memoria, después de ricos preludios y fugas de biblioteca, en este libresco siglo.

Si es que en definitiva las viejas formas de expresar la sensación hubieran sido universalmente rechazadas por todos los escritores y “sensitivos”, después de veinte o treinta centurias de disciplina en el yunque y substituidas por otras que simbolizasen una actualidad artística de gustos y matices, contrapuestos a los lejanos moles primerizos, -esto nos suministra el criterio científico de una innegable superioridad de arte y de pensamiento en nuestra época, sobre el pasado, y de una sanción darwiniana de complejidad o heterogeneidad, en los órganos psicológicos de apreciar y producir lo Bello. Tal adelanto implicaría, sin aspavientos, un simple grado en el proceso de la máquina sensible, correlativo a otros adelantos que se realizan en el organismo. Desde luego no sucede así en el campo de la Estética, tanto en su fondo como en su apariencia, sigue dividido proteicamente en banderías que entrañan las más variadas indumentarias, y que se divorcian, por grados, en definiciones, en sutilezas, en un dédalo de fórmulas y de razonamientos casi metafísicos, que hacen sonreír, cuando no bostezar, y que conducen, después de todo, al laberinto de las cien mil puertas. Se trata de una Babel en que las lenguas se confunden y en que los hombres riñen, mientras el edificio se desmorona aplastándolos a todos.

Quienes arrancan de la lógica, quienes del lenguaje, quienes del capricho, quienes del desinterés en la sensación, quienes del ensueño, quienes del sonido, quienes del aparato fisiológico, quienes de la emoción quintesente, quienes de la novedad sutil, quienes de la revelación pitagórica o de un concepto místico de la virtud como belleza, quienes de lo morboso y de lo efímero, quienes de lo impreciso en la conciencia, quienes de la natura, quienes del yo egoísta y paradojal, quienes de la moral sociológica en la simpatía. ¡Qué infierno, santo Dios!... ¿Y qué es Belleza al fin; en qué consiste; cómo se produce; en dónde se la encuentra; cuáles son sus leyes?


(1) Pienso en la regresión a los antiguos cánones y en cómo se tocan los extremos más avanzados de los caprichos de actualidad, con sus semejantes de hace dos mil años. Presumo un cielo de evoluciones cuyo término está en el principio ya conocido, a donde tal vez nos dirigiremos, para volver a recorrer lo andado, sin cambiar jamás de horizontes y con extremos siempre los mismos.

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