sábado

DISCURSO EN ELOGIO DE ALCIDES DE MARÍA - JULIO HERRERA Y REISSIG (2)


Discurso pronunciado en el Cementerio del Buceo en 1909, en el acto de colocar la lápida conmemorativa que los amigos y discípulos del trovador Alcides de María le dedicaron en el primer aniversario de su muerte.


El “caló” travieso y móvil del morador de nuestras campañas, los proverbios de Sancho socarrón, la agudeza retozona de su verba, el indómito centelleo de su energía pasionaria, -su amor al juego y a la guerra -las asperezas y los caprichos, -todos esos mil tonos intermedios y suspensivos de la plaza sensible, de su gama interna, la maraña de sus quimeras y de sus ensueños, las hipertrofias de su orgullo y de su misioneísmo sacerdotal, sus intuiciones comprensivas, su brillo dialéctico y su despejo representativo, -todo eso cantó el Maestro perfecto, haciendo sollozar la bordona de las nostalgias nativas de los “cielos” elegíacos de sus trovas y reír -como gnomos funambulescos, como duendes del Decamerón criollo. Las agudas “primas” de su regocijo, en vibrantes décimas de gayo decir gaucho, inagotables de humor bufo y de sabor rural, salpimentadas de intención y de virtud festiva, espumantes y ligeras como el moscatel fino de Juvenal y de Bocaccio, de Quevedo y de Saint Everemond.

Claro y sencillo, rico y cambiante -maleable y preciso, pictórico y musical -siempre sutil y mordaz- poseía la escabrosa facilidad del engarce cómodo y de la expresión ingenua, que traduce por acción refleja los gritos del alma, vecinos del eco cándido y del balbuceo infantil, empapados en el bautismo de la emoción, como en un rocío luminoso del Amanecer, al primer estremecimiento de la Naturaleza, en el gorjeo de una sonrisa.

Él conoció como nadie la teatralidad de los “rancheros” y sus atavismos antropológicos; él se aventuró en las picadas más tortuosas de su ideología y en los mil laberintos de su conciencia acometiva.

Él precisó los medios tonos etnológicos; él destacó las vagas tintas subjetivas; él individualizó los detalles lugareños y los episodios característicos y los pruritos remotos; él puntualizó los aspectos interesantes; él subrayó todas las faces del “documento humano”, los grados emocionales del pentagrama impresionista; él barajó como ninguno los neologismos de alma retrospectiva y huraña. La menagería arqueológica de los resabios y de las rutinas; toda la batería remorosa de los bagajes y de las vituallas; el diccionario bozal de los substantivos y de los retruécanos, la zandunga de las moralejas requintonas y de las máximas agro-pecuarias; la jerigonza refractaria y los bizcos calembures, la onomatopéyica selvática de las interjecciones, que se “componen el pecho” y emergen la cadera guasa; todo lo sabía, todo le era familiar. De ahí la paleta prodigiosa de sus “aguas fuertes” y de sus “óleos verdes”, el caldo único, el “cachel” comadrero de su léxico; el zumo substancioso de las notas charras; de ahí la propiedad imitativa, la estereotipia gráfica, el garbo paisano, la jovialidad caprípede, la prosopopeya arcáica, el “requesón” sabroso de sus pláticas, espolvoreadas con la harina de Polichinela y con el pica-pica, sin veneno y sin intención de las almas que ríen, que la Virtud es alegre, como lo dijo San Agustín.

Él adoró a Cibeles, él auscultó los latidos del corazón del mundo; él arrugó su frente sonámbula entre la hierba húmeda del Panteísmo; él se dio un baño beato de ingenuidad, -que abre sus ojos en flor y ordeñó la leche sagrada de la buena Neith, -él se desnudó por dentro; él empezó a vivir a cada instante; él fue niño un minuto, para ser un hombre una eternidad!

Él precisó y dio contorno de realidad demotiva; él vació en el molde escrito de su Arte simple, la nebulosa transitoria de un momento histórico y de una etapa social, la leyenda períclita de una raza de Centauros, que se esfuma para jamás en el Crepúsculo de las transfusiones biológicas y de las confluencias extrañas de sangres nuevas, en la integración del tipo definitivo que sucederá al embrión pretérito.

Él movimentó las olimpiadas gauchas en las metopas del clasicismo regional, del cual como Pousckine en Rusia, Cirano en la Gascuña, Klosptock en Alemania, Hafiz den Persia, y Syenkiewicz en Polonia, -él es el Profeta sumo, él es el ayo solariego, él es el muezin campechano de la mezquita tradicional, en la hora poética del ostracismo, y a la evocación retrospectiva de su cencerro jovial, las viejas costumbres se actualizan, el encanto analfabeto llora saudades imposibles, -cacarea el reñidero, redoblan las pencas, bufan las yerras inquisidoras, y las domas pentesileanas, roncan los trucos refraneros y las esquilas patriarcales; sueñan baladas de la Escritura.

Con el mismo garbo objetivo con que ginetea y escarcea, resopla, se encabrita, piafa, se balancea, blande la forma rítmica, -en la descripción su estilo, caracolea, relincha de vigor, atropella de audacia, humea en el vértigo, rebota y chispa en el pedernal del adjetivo, espumea rosas del freno y suda sangre de la pluma y arde en cantáridas de sol, entre nubes de polvo olímpico.

Y fue sencillo, -sin embargo- como debió serlo para ser sincero, para no turbar con especiosidades de compostura, el agua virgen de la “cachimba” serrana, que filtra en el alambique de las piedras azules del fondo, que fluye límpida en el cristal de sus versos, y que se brinda a los corazones “que se levantan antes del día” en la obertura sagrada del mundo niño que recién despierta, al primer gesto atónito de los seres, y en la placidez inédita de la primera sonrisa, en la mañana de las cosas.

¡Oh lo simple genial! ¡Oh lo simple imperecedero! Yo lo admiro no por ser lo simple sino por lo genial, por ser la expresión de lo más hondo, de lo más remoto y de lo más obscuro, como el rayo del lucero es la expresión de la distancia y de la Inmensidad misteriosa! Lo claro es lo obscuro. Lo simple es lo complejo. En el fondo del diamante está la noche del carbón y más allá el sol formidable con el día platónico de sus entrañas incandescentes.

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