martes

SUPLEMENTO DEL TALLER LITERARIO DE LIVERPOOL F.C. (27)

FEDERICO RODRIGO

SU PRIMER PERFUME

Pobre abuela. Mientras permanecía inmóvil (solo por esta vez) el maquillaje le dibujó una sonrisa de vida y unos párpados de noche: claras señales del largo y agotador viaje de descanso.

Inmóvil, lloraba su nieta en un rincón. Es que la barca de madera no emprendía el viaje sino que guardaba la basura. Y ella también amaba la basura.

Ellos por ahí lloraban pero no engañaban a la barca. Sus perfumes descartables insultaban la memoria. No nos engañemos, no existen lágrimas secas: eso se llama hipocresía. Es que la muerte andaba cerca y mirá si te encuentra solo. (O frágil)

Y la cansada muerte volvió. Se llevó la hipocresía al ver la niña acercarse en su nuevo vestidito de vida y soltar una flor sobre el pecho del silencio.

El perfume de su gesto llegó hasta el cielo. Justo el Cielo donde está la nariz del alma de la abuela.



IVONNE DÍAZ


LA CASA JUNTO AL RÍO / II

Brisa no esperó a su madre, quería intentarlo, estar ahí, pedirle a su abuelo que se vaya antes de que fueran a buscarlo, pero llegó tarde. La casa estaba abierta, desolada. Sintió impotencia y dolor. Empezó a caminar hacia el lugar donde iba con él a conversar y tomar mate. Siempre tuvo curiosidad de saber lo que había del otro lado y no lo pensó dos veces. Un telón oscuro bajó detrás de ella cuando cruzó el puente ferroviario abandonado (vigas de madera podrida, rieles herrumbrados) y el río que pasaba entre los pilares del puente  se convirtió en un extraño límite, del que se fue alejando. De este lado todo parecía distinto, más luminoso, más limpio, y tuvo la certeza de que allí encontraría respuestas.

Nunca había estado, pero tuvo un recuerdo vago de haber pasado  por allí. Vio las casitas blancas, la calle casi vacía y tranquila, como en los cuentos infantiles donde las princesas asustadas se refugian en casa de extraños. Ella no era princesa, estaba un poco asustada, pero eso no la paralizaba y siguió buscando a alguien (no sabía a quién ni por qué).

Más adelante vio un cartel que anunciaba: Almacén de Melvin. Tenemos todo lo que usted  necesita.
Entró. El hombre detrás del mostrador, un veterano de aspecto amable y un poco desaliñado la miró sin sorpresa. Acomodaba frascos de colores en las estanterías, alineándolos prolijamente según su color.


-Hola -le dijo: Te estaba esperando.

-¿A mí?

-Sí. Ya lo sabés, no hay terapia, medicación ni santiguado que me saque estas supuestas alucinaciones. Me resigné a mentir para que no me llamen loco, aunque seguramente lo estoy.

-¿Me habías visto antes?

-Te vi antes y te sigo viendo, siempre preguntándome las mismas cosas, como si no supieras mi nombre, como si yo no supiera por qué viniste, como si no supieras lo que nos une. -Brisa tuvo la extraña sensación de que lo que le decía era cierto. Iba a hacer una pregunta pero él habló antes: -La casa está al final de la calle.

Brisa le agradeció y se fue confundida pero segura de que tenía que salir adelante. Caminó dos cuadras entre las casas blancas con jardines poblados de flores naturales que, en otra  situación, ella se habría quedado admirando. Tocó timbre en la última casa.

-Pasá, está abierto -sintió que le decían.

Cuando entró quedó como hipnotizada. En medio de la habitación iluminada estaba una mujer mayor, igual a ella pero con algunas arrugas y pelo blanco.

-Somos dos caras de la misma moneda...

Una voz respondió en su mente: somos pasado, presente y futuro; mi pasado, nuestro presente, tu futuro. Sé que buscamos una explicación, una respuesta a nuestras dudas, el sentido de la vida se nos sigue escapando, pero mientras tanto vivimos y eso es más que suficiente. Sólo puedo decirte que Natasha era amiga de mamá y que ayudó al abuelo, lo supimos unos días después.

-Entonces -dijo Brisa- todo lo que pasó del otro lado del el río, volverá a pasar cada vez que lo recordemos, como Melvin vuelve a verme cada vez que piensa en mí...

-Necesito, necesitamos un abrazo.

Cuando volvió a su casa fue su madre quien la abrazó.

Ella sabía que no lo había imaginado, Melvin y la mujer de la casa blanca estaban en su corazón.



ANNA RHOGIO


 DRUMDUM, DE IRLANDA

 CAPÍTULO IX

Esta noche se festeja en el jardín el cumple de la abuela. Vinieron amigas y amigos de los alrededores, toda gente grande.
Hay deliciosas comidas.
Música de tiempos pasados, suave y bailable, lenta como les gusta, sin demasiadas agitaciones.
Dundrum vuela de rosa en rosa, de jazmín en jazmín, liberando luces, despabilando corolas para que aromaticen mejor y el aire se embalsama con deliciosos perfumes.
Mirando miles de encendidas partículas, caer impalpablemente sobre sus cabezas, las flores y la gramilla, los invitados se preguntan  qué fantástico artificio lumínico fue capaz de instalar Luca. En la noche sin luna, se intensifican mucho más los brillos.
Al terminar la fiesta, Isabel se ve lindísima con las mejillas arreboladas, totalmente feliz. Reúne a la familia y les dice:
-Si vivo unos años más…
La interrumpes querida voces:
-¡Eso queremos! ¡Muchos más!
-Si vivo unos años más, deseo que todos mis cumpleaños sean como este. Fue hermoso. Muchas gracias.
Un ¡HURRA!  gigante la despide cuando entra en su dormitorio.
Después, en la casa silenciosa, reina la oscuridad.
Y en la habitación de los varones se escucha la pausada respiración de uno que duerme y la ansiosa del otro que aguarda con la seguridad de que su comportamiento de los últimos días, es el imán que atraerá lo que espera.
Y lo que espera, se hace presente.
Dundrum es claridad que alumbra como farol hechicero.
Dejando tras de sí su estela sutil parecida a la cauda de un cometa, se eleva, baja dando vueltas en torno al mocoso que mira quietamente, sin inmutarse, las espirales de esos vuelos en el espacio negro.
Héctor aguarda tranquilamente el momento oportuno y en un instante, comienza la cacería con tumbos, rodadas por el suelo y crujir de muebles.
Dundrum no se entrega fácilmente.
Desea prolongar la diversión.
La historia registra pocos casos de secuestros de duendes y este será uno, pero no le interesa: tiene buen propósito.
Finalmente, se hace el descuidado y la bolsa le cae encima.
-¡Te tengo y en buena ley! -dice triunfante el chiquilín.
-¡Seguramente, me venciste!
Héctor enciende la luz y sacude a Horacio:
-¡Dale! ¡Despertate y decime que soy un sonámbulo o que deliro de fiebre!
-¿Qué? -dice frotándose los ojos que pican de sueño.
-¿Que qué? ¡Mirá acá! ¡Fijate bien, no sea cosa que no lo veas!
El muchachito escudriña adentro de aquel abismo atreviéndose a meter la mano, revolviendo como si cocinara echando sal y hasta se anima a  probar la comida.
-¡Aquí no hay nada!
-¡Te mato!
-¡Pero no hay nada!
-Será mejor que vuelvas a dormirte porque soy capaz de…
Apaga la luz.
Se siente agotado con su corazón palpitando al galope.
La calma regresa y satisfecho, abraza a su presa para que  no escape.
Recuerda a Serrana.
Hacía poco más de dos horas había escuchado que Joaquín le decía:
-Nuestro invisible amigo irlandés, nos encontrará a las diez junto a los rosales de tu abuela.
-¡Oh! ¡Ojalá nos presente a las hadas!
No tuvo que pensar mucho para darse cuenta quién es el “invisible  amigo irlandés”:
-¿Así que ellos lo ven? ¡Mirá vos!
Sonrió y en pocos segundos se quedó dormido.


JOSÉ LUIS MACHADO


3 MICRORRELATOS

I

Luego de la muerte de mi padre, me fui a su casa, me acosté en su cama y puse bajito un disco de los Beatles. Me dormí. Desperté cuando el sol se encendía; y fue como si lo hiciera por primera vez, fue único, el momento más extraño de mi vida. Estaba lejos de mi hogar, abatido y cansado por el viaje, en una habitación de un a casa que nunca había habitado. Me terminé de despertar al oír el run run de las afueras y sus vehículos, y el crujido de la madera vieja de la cama, y los pasos de arriba, y todos los sonidos tristes que puedan existir; miré el techo alto agrietado, humedecido y realmente no supe si seguía siendo yo. No estaba asustado; solo era otra persona, un desconocido. Un espectro más que regresaba ya que la vida no le había dado la oportunidad de cambiar.

II

La casa olía a rancio y a humedad, y un poco dulce, a perfumes y a sudores, a gemidos, a estertores y temblores, a embates y descanso, a saliva caliente de fluidos secretos. Como si estuviera embrujada por los fantasmas de amantes muertos no hace mucho tiempo.


III

Por la noche, aquí, en mi boca, los fantasmas tienen voces. Y siento un leve perfume de almendras maduras y me pica la lengua como si hubiese besado bocas con espinas de la cruz y me despierto sintiendo como si se hubiera derrumbado en mi piel una Babel de caricias. Es la maldita Quinta Columna de tu amor que conjura mis rincones.

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