FEDERICO RODRIGO
ESCLAVA LAVANDERA
Desde el cielo su dueña hace caer una mirada como desenfreno de relámpago. Hace días que se encuentra en su ornamentado balcón: procurando que el viento sintético del abanico no tumbe su pelucón de cosaco albino, ojeando la televisión y bebiendo en despreocupados sorbos el tiempo.
A lo lejos murmuran melódicos golpes de jóvenes nudillos contra el hierro. Nadie quiere acabar como él: otro esclavo en su jaula al hambre, de pura mirada filtrada entre barrotes. "Seamos libres sin saberlo" propone y calla.
Entre el barullo de tanta gente libre entre murallas, como sin querer la negra añoraba la calma silbando: "Ah la desamada sabana. Ella sí sabía la paz".
Una niña de pureza blanca le regaló su atención pero la madre la apartó con una mirada de grilletes. Se pudo sentir el negro palpitar de su vergüenza, tartamudeando su susurro de piel y polvo.
Y siguió reforzando sus callos hacia el río. Nunca supo que cada día, mientras tanto, el lejano repiqueteo del barrote y su silbido de libertad forjaban futura cultura.
IVONNE DÍAZ
PESADILLA DE BUKOWSKI
-¡Déjenme salir de esta jaula, los voy a matar a los dos, estúpida mujer gigante, borracho de la avenida Western! Los voy a matar a todos, maldita raza de gente grande...
-Tranquilizate Anna, no podemos hacer nada -dijo Ruthi: -Ni siquiera podemos ayudar a George. Ella va a tratar de salvarlo, es su preferido y el que le costó más caro.
-¡Mirá qué privilegio! -agregó Marty. -Tomy también era caro...
La cara de Anna se transformó al oírlo y la rabia se tornó en una profunda tristeza, lenta y suavemente se deslizó hasta el piso de la jaula de oro, hundió su cara entre las manos y comenzó a murmurar: -Sara era una buena niña, a pesar de ser gigante ¿verdad Marty? Todas las tardes nos servía té y galletas, nos enseñaba sus canciones... pero gritaba mucho de noche, tenía demasiadas pesadillas.
Marty se acercó a la jaula de oro. -Capaz que George se salva, y a lo mejor ella se aburre de nosotros y nos vende -dijo tratando de consolarla.
Anna seguía murmurando: -Pobrecito Tomy, hasta la madre de Sara lloró cuando lo puso en la bolsa de papel para tirarlo.
Marty habló como si rezara: -Somos un triste reflejo de sus juegos y sus sueños y nada podemos hacer para cambiarlo.
ANNA RHOGIO
DRUMDUM, DE IRLANDA
CAPÍTULO II
Serrana vive en una casa grande y blanca.
Su papá es Luca y su mamá Raquel.
Tiene una encantadora abuela, María Isabel, y sus hermanas mayores son María Luisa y Ángela.
Les siguen en edad, Héctor y Horacio.
El oeste se adornó con mil matices y la familia se dispone a cenar. Después se sientan afuera a disfrutar el fresco y la charla con los vecinos.
Los niños juegan a las escondidas y los ecos de sus voces van de árbol en árbol, de balcón en balcón, de hortensia en hortensia.
Si se ocultan en los jardines, las flores perfuman la brisa cuando las sacuden al disparar corriendo y gritando:
-¡Pica Juan atrás del auto! ¡Ya te vi! ¡El último la queda!!
Después descansan en el cordón de la vereda y el tema es sobre qué pedirán el cinco de enero.
Se acerca la víspera de los Reyes Magos.
Es tiempo de soñar.
La abuela Isabel se levanta de la siesta y va a prepararse el mate dulce como le gusta. Tiene puesto un batón raído y desteñido por el uso. Raquel está cansada de verlo y la amenazó con hacerlo desaparecer:
-Mamá, uno de estos días, lo cortaré en pedacitos y haré trapitos para limpiar los vidrios. Tenés varios nuevos bien coquetos y con ese trapo, parecés la pobre Maruqueta.
-¡Líbrele Dios de cometer semejante herejía! ¡Es fresco, cómodo y me sienta bien!
-¡Tenés manías de vieja chocha!
-¡Momentito! ¡Respete, mijita! ¡Seré vieja, pero jamás chocha!-y levanta ofendida su naricita muy respingada.
María Luisa y Ángela planean con la mamá una acción deshonrosa, cuchicheando escondidas en el cuarto de la abuela, que tiene los postigos cerrados para evitar que la resolana destiña cortinas y colchas.
Serrana viene del arroyo con los zapatos en la mano y los pies llenos de arena camino al baño para lavarse y las oye:
-¡Quiero hacerlo con ustedes!
Sus ojos se agrandan en la penumbra del dormitorio imaginando la batahola que se armará en pocos minutos. Las cuatro van a la cocina. Isabel está de espaldas y no escucha los pasos sigilosos que la cercan.
-¡Mamá, le llegó el turno a tu batón!
-¡Aprontate, abuela!-dice Serrana.
-¡Fue condenado en implacable e inapelable juicio!-sigue Ángela.
Y María Luisa termina:
-¡Hace tiempo que te lo anunciamos!
-¿Qué les pasa? ¿Se volvieron lelas?
Tironean riendo del vestido y ella se defiende a gritos:
-¡Locas! ¡Salgan de acá! ¡Déjenme tranquila que me van a hacer quemar con la caldera!
La corren por la casa tratando de rasgar la tela, sus risas galopan por el corredor alborotando al perro que entra en escena y quiere jugar. Gruñe moviendo la cola y sus afilados colmillos arrancan un trozo de dobladillo. Isabel comprende que su vestido no tiene remedio:
-¡Qué vergüenza! ¡Suficiente! ¡Están desnudándome! -por los desgarrones ya se asoman las enaguas.
Y su cristalina carcajada, es como la de una muchacha.
Termina destrozándolo con ellas sentadas en el fresco zaguán y el desordenado tumulto rueda en el aire saltando ventanas afuera.
Una elegantísima anciana con cartera y zapatos de charol, camina rumbo a la morada de otra vieja dama. Destacándose en el marco de su traje sastre negro, los volados de su blanquísima blusa de organza, palpitan violentos con su respiración agitada y sus apresurados, cortitos pasos. Va en visita de cumplido a enterarse de las últimas “noticias” y a dar las propias.
Los percances de María Gregorita y su reuma y los de María Zelmirita con su mucama, esas queridas muchachas, compañeras de escuela. Unos chismecitos no vienen nada mal para poner un poco de pimienta a las aburridas y calurosas tardes veraniegas.
Dándose vuelta para mirar y escuchar mejor, exclama turbada:
-¡Qué barbaridad! ¡Eso parece un conventillo! ¡Me extraña en María Isabel, tan correcta, educada y fina, permitir semejante escandalete en su casa! Corro a contar a mis amigas este lío recién salido del horno de los Giovannini!-anda despaciosa, sin querer andar, mirando curiosa atrás para disfrutarlo morbosamente mejor.
Luca, que también escuchó la tormenta, sale del taller porque quiere enterarse qué está pasando.
Al mirarlas, no necesita otra explicación y sonriendo, regresa a su trabajo.
Las travesuras de los bribones del pueblo, avergüenzan a sus ángeles de la guarda.
Los hermanos de serrana participan en todas, porque son buenísimos, pero no son santos. Héctor y Horacio, tienen amigos en la esquina de su cuadra: los hijos del farmacéutico.
El señor, es de aquellos profesionales que preparan las medicinas en la trastienda y guardan en el sótano, sustancias misteriosas en bellísimos potes de porcelana. Ese sótano es grande y tiene banderolas a nivel de la vereda.
Escondidos en el fresco claroscuro, los sinvergüenzas ven pasar las piernas que marchan a pleno sol. Algunas, memoriosas, cruzan la calle recordando que de las banderolas, suelen salir cosas horrorosas como moribundos gatos sangrantes, maullando en sus últimos estertores. Al examinarlos detenidamente, se dan cuenta que es un muñeco disfrazado de apaleado gato casi muerto.
Pero en ocasiones, los dueños de esas piernas olvidan ser precavidos y reciben lo suyo.
De golpe, sin el menor aviso, aprovechando la siesta de los grandes, los chicos se divierten y con jeringas de agua helada, disparan finos chorros que se cuelan muy arriba por las faldas de las damas y con mucha puntería, en los pantalones de los caballeros. Los granujas las miran bailar la danza loca de la sorpresa y el timbre suena insistente.
El papá se levanta malhumorado, con calor, recibe la queja del damnificado y pide disculpas. Baja al sótano vociferando amenazas de interminables castigos, pero los sabandijas no las oyen. Se hicieron humo y escondidos en la azotea, planean otra trastada.
Antes de dormir, Héctor ve un duende chiquitito que camina por el barral de las cortinas, señalándolo con el índice, en clarísimo ademán de: Eso no se hace…
Sacude a Horacio que duerme angelicalmente sin remordimientos:
-¿Lo ves?
-¿A quién?
-Al enanito vestido de verde.
-¡Estás loco! ¡Dejame dormir!
-Prometo ser bueno… -reza entre dientes-. Después de todo, yo no mojé a nadie.
Se tapa los ojos con la sábana espantando el miedo. En la oscuridad del dormitorio la pequeña luminaria se distingue desde todos los rincones.
-Pero… ¿es cierto que no lo ves?
-¡Callate, sonámbulo!
Horacio se duerme y se siente demasiado solo.
Su oración es un delirio sin interrupciones gramaticales:
-Prometoserbuenoprometoserbuenoprometoserbueno…
ARIEL AZOR
LA BUENA SUERTE
-Voy a agarrar la escopeta y los voy a matar a todos. Sí. No me mires así. No me mires así te dije. Voy a salir y los voy a matar a todos. Este mundo me tiene podrida, puro luchar y luchar, laburar y laburar. Ya estoy podrida ¿Entendés? ¿No entendés vos que estoy podrida de pelear y pelear todos los malditos días? ¿Adónde la pusiste? ¿Adónde? ¡Decime, dale, decime!
-Pero escúchame, negra, por favor, siempre igual vos. Estábamos acá tranquilitos, acostaditos, mirando la nueva película de Moure donde yo aparezco en una escena y ya empezás de vuelta. Ves que no se puede contigo, aparte a ver, usá la cabeza un poco, la escopeta lleva un solo cartucho. ¿Cómo vas a hacer para matar a todo el mundo con un solo cartucho? Hay millones y millones de gente en el mundo. ¿Entendés? Sos vos la que no entiende las cosas.
-¡Disparo y vuelvo a cargar y otra vez y otra vez y otra vez! ¿Adónde está? ¡Te digo que me digas adónde está! ¿La escondiste o qué?
-Deberías estar contenta en vez de estar así. Cuántos quisieran tener la suerte que tuvistes vos. Sacar la lotería nacional, el gordo de fin de año. Vos sos una privilegiada, una en un millón. ¿Entendés?
-Qué gordo ni qué mierda. ¿De qué me sirvió a mí el gordo, eh? ¡A todos los voy a matar, gordos, flacos, grandes, chiquitos, hombres, mujeres, a todos los voy a matar! Ya me cansé. Vos no entendés. Me cansé.
-¿Y cómo vas a hacer para comprar tanto cartucho? ¿Qué te pensás? ¿Que son baratos los cartuchos? A 50 pesos cada uno y tenes que comprar miles, millones, ja, pffff.
-Voy a vender todo. Voy a sacar la plata que pusimos en el banco. Voy a vender la casa de la playa, esta de acá, el auto, el LCD de 52 pulgadas y todas las otras mierdas que comprastes.
-No vas a vender nada, mi amorcito, que vas a vender. ¡Mirá, mirá! Ahí estoy yo en la escena, ¿me vistes, me vistes? Tenés un compañero que sale en una película, deberías estar contenta y orgullosa.
-¡Cien mil pesos tuve que poner para que hagan la película esa y vos salgas con esa cara de pelotudo que tenés! ¿Adónde mierda pusistes la escopeta? Voy a vender todo, te juro que voy a vender todo
-No vas a vender nada. Todo lo que compramos lo compramos a mi nombre y sólo a mi nombre está la plata del banco. Minga vas a vender. Olvídate.
-Ves, ves lo que te digo, son todos iguales, todos jodedores. ¿Adónde esta esa maldita escopeta? En algún lado tiene que estar. ¡Ahora resulta que la que acertó todos los números fui yo y tengo que seguir yendo a trabajar como si nada!
-Vos sos igual a todos, negra. Lo único que haces es quejarte y quejarte y quejarte.
-Ya sé, ya sé adónde la escondiste. Abajo de la cama. Acá esta, acá está.
Agarró la vieja escopeta que nunca se había usado, la que teníamos con Héctor y Marcel por si algún día pintaba la revolución.
-Si vas a salir a matar a todo el mundo por lo menos límpiala. Mirá lo que es eso, llena de herrumbre y telas de araña y tampoco estaría mal que buscaras y le pongas un cartucho. Está ahí, ahí adonde estaba la escopeta, vas a tener que comprar más, me parece, ¿no?
El cartucho está más viejo, casi que desarmado. Decidió no perder tiempo limpiándola, la cargó y me apuntó.
-¿Qué haces? No juegues con eso, dejá, dejá te dije, no sabés que a las armas las carga el diablo
Las paredes se movieron, el piso y la cama temblaron. Un zumbido que de a poco se iba apagando era lo único que escuchaba. Busqué el agujero en mi cuerpo, la sangre y no encontré nada. Todo está sobre la alfombra nueva, sobre su cara, sobre su ropa, ya todos están muertos, ya no existe nadie ni nada, para ella.
-Mierda, la alfombra persa nueva.
Llamé al comisario, amigo mío. Dejé el cheque pronto para cuando viniera y todo fuera rápido. Suicidio, sólo eso. Me senté en la computadora y encargué el mejor cajón, de roble y una placa de bronce que diga “a vos te debo todo mi amor”. Y una alfombra nueva.
JOSÉ LUIS MACHADO
7 HAIKUS
1
Un hombre vacío
Hundido sobre el jardín,
Poda las flores.
2
Tocas mi alma y
El reloj no se detiene
Ni por respeto.
3
Y las campanas
No se equivocaron
Ella se ha ido.
4
Como un anzuelo,
La sombra de tu cuerpo
Tendida en el río.
5
Ella se acerca
Desde fuera del cielo
Me trae estrellas
6
Casi me olvido
De colgar las estrellas
Sobre el monte.
7
Una mañana:
Dejé un poco de mi piel
Sobre tu olvido.
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