domingo

PHILIP GLASS - “QUERÍA ENCONTRAR ALGO SIMILAR A LA OBRA DE WARHOL”


por Susana Gavina

(ABC CULTURAL)


SEGUNDA ENTREGA

La relación de Philip Glass con la música se remonta a su infancia. Su padre, hijo de emigrantes judíos procedentes de Lituania, era un gran aficionado pero sin formación. En Baltimore tenía una tienda de discos, lo que le permitió a su hijo disfrutar de una discoteca nutrida de aquellas grabaciones que quedaban en el almacén. Con siete años ingresó en el conservatorio y a los quince se trasladó a la Universidad de Chicago a estudiar filosofía y matemáticas. «Pero descubrí que no era lo suficientemente bueno», bromea. A los diecinueve años, cuando hubo concluido sus estudios, decidió ingresar en la prestigiosa Juilliard School de Nueva York. Al salir, obtuvo una beca para ampliar su formación en París con Nadia Boulanger.
¿La formación como matemático le ha ayudado en su carrera como compositor?
Creo que es importante para todo tipo de música. Y tanto las matemáticas como el lenguaje musical son abstractos, eso es lo que tienen en común. Si se me hubieran dando mejor las ciencias hubiera sido un científico; en lugar de ello he llegado a ser un músico [se ríe].

¿Por eso decidió dedicarle su primera ópera a Einstein?
Es un hombre que me inspiró mucho. Tampoco era muy bueno en matemáticas, pero sabía lo suficiente para hablar sobre el mundo que le rodeaba. Creo que soy el compositor que más óperas ha escrito sobre científicos: Einstein, Kepler, Galileo Galilei, Stephen Hawking. Alguna vez me invitan a dar charlas a estudiantes de ciencias, y a mí me gusta porque tienen una personalidad muy especial. Para mí los científicos son como poetas, sueñan el mundo a través de las matemáticas. Ven el mundo a través de sus sueños. Y eso tiene algo de verdad.
El mundo de la literatura también le interesa. Ha puesto música a textos de Cocteau, Kafka, Doris Lessing y Leonard Cohen, entre otros.
Soy una persona con cierta educación, algo que no le sucede a muchos músicos, desafortunadamente. He ido al conservatorio y a la universidad, donde estudié humanidades. No es habitual, pues lo más normal en un músico es que entre en el conservatorio como si se tratara de una escuela de oficios, y se pase las horas estudiando y ensayando. La mayoría de los músicos son autodidactas que han aprendido al margen de las instituciones porque no tienen tiempo. Se pasan la vida practicando para alcanzar el nivel de calidad que se les exige y, sin embargo, no saben buscar información en una biblioteca.

¿Cómo fue su experiencia en París con Nadia Boulanger?
Era una de las profesoras de contrapunto y armonía más famosas y complejas. Empecé con ella tras concluir mis estudios en el conservatorio y obtener una beca, y tuve que comenzar de nuevo. Era muy amable pero también muy dura, y decían que tierna, pero yo nunca vi esa faceta suya [se ríe].
¿Y su encuentro con la cultura europea?
No estaba muy interesado en la cultura europea, pero sí en su sistema de enseñanza, que era muy bueno. Boulanger siempre me decía que los americanos no tenían sentido de la Historia y que eso era una gran pérdida; sin embargo, yo me consideraba muy afortunado por ello, aunque nunca llegué a decírselo. Para mí era una ventaja.

Durante esos años también conoció al músico indio Ravi Shankar, recientemente fallecido...
Fui muy afortunado porque tuve dos grandes profesores –Boulanger y Shankar–, fue como si me tocara la lotería [bromea]. Cuando viví en París trabajé con Shankar como asistente. Yo tenía entonces veintisiete o veintiocho años, fui a la India durante seis meses y me influyó mucho. Colaboramos durante décadas, hasta hace veinte años, aunque hablé con él pocos días antes de su fallecimiento. Gracias a Shankar empecé a entender la estructura de la música no occidental. Nos gusta decir que la música tiene un lenguaje universal, sí, es cierto, pero la gramática del lenguaje puede ser diferente dependiendo de los países. Alguien formado en la cultura occidental no podría tocar en la oriental, y al contrario. Actualmente los estudiantes de los conservatorios están comenzando a apreciar la música de otros países, porque viajan a ellos para estudiar sus culturas, pero cuando yo era joven desconocía por completo lo que se hacía en la India, Sudamérica... Solo estudiábamos la música centroeuropea: Mozart, Beethoven... Hoy afortunadamente eso ha cambiado.

¿Cómo definiría su música?
Nunca he hablado de estructuras repetitivas, ni de minimalismo. Eso son invenciones de los periodistas. Soy un compositor de música teatral, la mayoría de mis obras se representan en teatros. Puedo hablar de una manera inteligente y cómoda sobre la música teatral, pero no tanto sobre la música académica.
¿Y que nos puede decir sobre la música de «The Perfect American», que está dividida en trece escenas? En alguna entrevista la ha definido como un sueño y como un poema.
Es interesante, porque he tenido que buscar lenguajes diferentes para esta obra. Quería encontrar algo similar a la obra de Andy Warhol [uno de los personajes que aparece en la ópera por tener un encuentro imaginario con Disney], un artista que representaba al mismo tiempo la cultura más popular y la alta cultura. Él se comparaba con Walt Disney, y creo que tenía razón. He tratado de buscar una música que fuera clara y compleja al mismo tiempo. Expresiva y abstracta. Para ello he tenido que desarrollar nuevos conceptos de armonía y maneras de tratar la orquesta. Esta ópera me ha permitido hacer algo nuevo. Tuve que pensar en ideas sobre la melodía, el ritmo y la armonía que no tenía antes. Este personaje me ha inspirado para crear nuevos materiales musicales.

La llegada del director de escena, Phelim McDermott, y del director musical, Dennis Russell Davies, colaboradores habituales de Glass, interrumpe la entrevista. Quieren comentar sus primeras impresiones sobre la partitura. Mientras el compositor se somete a la sesión de fotos, McDermott nos asegura que la personalidad de Glass es completamente opuesta a la de Disney, «que estaba obsesionado con controlar el trabajo de sus asistentes. Él deja un gran margen de libertad para que podamos desarrollar nuestras ideas. Es muy fácil trabajar con él». «En lo que sí es obsesivo –matiza– es en cada una de las notas musicales que compone.»

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