sábado

NIÑO CON LA ÑATA APOYADA EN EL SEXO DE LA DIOS (REINVENCIÓN DE UN ROMANCE JUVENIL DE JUAN CARLOS ONETTI)

HUGO GIOVANETTI VIOLA



FOLLETÍN SABATINO

de chiquilín te miraba de afuera / como a esas cosas que nunca se alcanzan
la ñata contra el vidrio / en un azul de frío
que sólo fue después viviendo igual al mío
ENRIQUE SANTOS DISCÉPOLO


En mi vida secreta / te vi esta mañana / te movías tan rápido
no soy capaz de dejar de agarrarme al pasado
y te extraño tanto / y no hay nadie a la vista / y todavía estamos haciendo el amor
en mi vida secreta.
Sonrío cuando estoy enojado / engaño y miento
hago todo lo que tengo que hacer / y me las arreglo.
Pero sé lo que está bien y sé lo que está mal / y moriría por saber la verdad
en mi vida secreta.
Aguantá, hermano, aguantá / agarrate fuerte, hermana
por fin recibí las órdenes / me iré cuando amanezca / me iré al atardecer
me moveré entre las fronteras de mi vida secreta.
Miraste la página / te dieron ganas de llorar.
A nadie le importa si la gente vive o muere / y el traficante quiere que pienses
que todo es blanco o negro / pero gracias a Dios eso no es tan simple
en mi vida secreta.
Me muerdo el labio, compro lo que me digan / desde el último éxito hasta la sabiduría ancestral
pero siempre estoy solo / y mi corazón es como el hielo / y hace frío y está lleno de gente
en mi vida secreta.
LEONARD COHEN


seré tu espejo, reflejaré lo que sos
por si acaso no lo sabés
 seré el viento, la lluvia y el crepúsculo
la luz que da en tu puerta
y te enseña que llegaste a casa
cuando creas que la noche cayó sobre tu mente
que por dentro sos retorcido y desagradable
dejame que te enseñe que estás ciego
por favor bajá las manos porque yo te veo
me cuesta creer
que no te des cuenta de la belleza que hay en vos
pero si no lo sabés
dejame que sea tus ojos
 una mano en tu oscuridad
para que no tengas miedo
LOU REED


Nadie puede saber cómo sé lo que sé
porque me lo mandaron y además lo busqué.
LOGION APÓCRIFO



EPISODIO 1: NOVIA


Caramelo

Un atardecer de agosto de 1942 el Pibe Maggi atravesó taconeando eufóricamente la humareda del café Metro y puso sobre la mesa donde lo esperaba Maneco Flores Mora un ejemplar de la revista Apex y otro de José Artigas, primer Estadista de la Revolución:
-Estamos matando, hermano. Acabo de pasar por Preparatorios y ya los tiene un pueblo. Pero la sorpresa me la llevé con la flaquita María Esther, que quería a toda costa que le vendiera El pozo y terminé prestándole el que me dedicó Onetti cuando nos trajo Mascarada.
-¿La María Esther Gilio? ¿Pero qué edad tiene?
-Ella canta 16 -mojó un terrón en el café recién servido el muchacho que estaba a punto de cumplir los 20. -Pero a quién va a joder.
-Si tiene 14 es mucho -reprodujo Flores Mora el parsimonioso ritual de apertura del yesquero ya definitivamente impuesto por Onetti entre sus adoradores. -Y quiere leer El pozo.
-Y está hecha un caramelo. Mama mía. Una Bette Davis capaz de hacer babear de verdad al pobre Linacero.
-Ayer me lo crucé en la esquina de Reuter y me explicó que está escribiendo 1000 palabras por día para terminar el novelón sobre el fascismo que piensa presentar a un concurso el primero de setiembre. Aquí ya van varias noches que ni siquiera cae a llevarse garrones al mueble.
-A lo mejor anda precisando otra especie de Ester -se le hincharon de picardía las córneas al futuro doctor Maggi.
-¿Vos decís?
-A los twenty uno se pone canchero de verdad, botija. Vas a ver cuando te lleguen.
-Canchero puede ser. Porque vos a los 15 años ya eras el más conchero de los dos turnos del Liceo Francés, loco.
-Hacemos lo que podemos -empezó a lengüetar otro terrón el Pibe. -¿Sabés que tengo la corazonada de que esta flaca es capaz de desmomificarle el piturifismo raté al maestro?
-¿Y qué tal el cuento que nos trajo?
-Es una cosa angélica, a lo Paco. Con una minita que se salva milagrosamente de emputecerse y se llama María Esperanza. Aunque al final te quedás con la espina.
-Mirá vos la María Esther -se distrajo Maneco contemplando la última raya de oro que derramaba desde la Plaza Libertad sobre el humazo bamboleante del Metro. -Siempre fue un caramelo. Y yo que no me animaba a junarla demasiado porque me sentía un sátiro.


Socorro

Aquella tarde Onetti pidió para salir un rato antes de la agencia de noticias porque llevaba meses sin visitar a Torres, pero al bajar del tranvía en Agraciada y Tapes se desvió un par de cuadras en dirección a la zona portuaria.
-Dame la mano que los arcángeles me están mostrando la cruz, madre -murmuró al pararse para sacar un cigarrillo frente al templo de la Virgen del Perpetuo Socorro.
Después contempló a Venus que parecía crujir entre el anaranjamiento de aquel veranillo donde las yemas ya anunciaban la reverberación de los frutales y de repente escuchó llegar una voz infantil desde la esquina:
-Mientras recorres la vida / tú nunca solo estás / contigo por el camino / Santa María va.
Entonces el hombre uniformado por una gabardina detectivesca y un gacho que le abismaba la miopía de murciélago cruzó hasta la vereda de Jujuy mientras oía entreverarse el estribillo con el enervamiento del pajarerío:
-Ven con Nosotros a caminar / Santa María ven / ven con nosotros a caminar / Santa María ven.
Onetti demoró dos cigarrillos en descubrir una surrealista mancha blanca incrustada en la copa de una higuera del gran baldío que permitía entrever casi completamente el Cerro y al final se animó a preguntarle a la cantante:
-Pero qué hacés allí, si se puede saber.
-Me estoy casando -se asomó entre las hojas una chiquilina de mirada más serena que divertida.
-¿Y de dónde sacaste esa canción?
-¿No sabés que esto se canta al final de la misa?
-Lo que nunca había visto es un traje de comunión con una cola tan larga.
-Es el traje que usó mi abuela para casarse -graznó sonriendo la novia escondida. -Ella es muy petisa. Yo lo robo del baúl pero no se dan cuenta. ¿Te gusta?
-Es muy hermoso.
-Gracias. ¿A vos te gusta casarte?
Entonces el hombre se dio vuelta a observar el templo aterciopelado por la horizontalidad crepuscular y se fue saludando a la infanta con un brazo tristísimo.


Cuadras

María Esther entró al café adultizada por un maquillaje jolivudense, tacos muy altos y una boina escocesa con bufanda al tono: los cigarrillos de las primeras mesas se torcieron unánimemente hacia su agitación bronquítica y ella tuvo que fabricarse una visera para localizar a sus amigos en el fondo del humo.
-Coño -sacudió un brazo Maggi para llamarla. -Mirá la sirenita. En este momento le das 19 por abajo de la pata.
-Pero si se volvió un hembrón.
-No me puedo quedar mucho rato porque mi novio me espera en la puerta del cine a las nueve y media -puso el ejemplar de El pozo entre los pocillos la muchacha que se ceñía las curvas huesudas con una gabardina de cuello alzado a lo Michèle Morgan.
-Me parece que alguien te estuvo llenando la cabeza con la amoralidad y la degeneración de Periquito el Aguador -frotó el falso Picasso de la tapa el Pibe. -Te arrepentiste rápido.
-Me lo devoré mientras caminaba las treinta cuadras que hay de Preparatorios a mi casa. Es una porquería maravillosa.
-Merde -chifló con una cadencia piropeadora Maneco. -Y vos sos una típica nena onettiana desde que entraste al liceo. Los viejos que te habrán esperado en la esquina desenvolviendo chocolatines.
-Bueno, por lo menos a ustedes los de cuarto los alboroté a todos -carcajeó María Esther.
-¿Te gustaría conocer a Onetti? -hizo una seña circular para pedir tres pocillos el muchacho de grandes dientes cancheros. -Anda medio enloquecido terminando una obra maestra, pero admiradoras de tu edad no encuentra todos los días.
-Pero decile que tengo 17.
-No hay problema. A él le gusta la gente mentirosa. Mañana es mi cumpleaños, aunque podríamos arreglar para vernos aquí mismo este sábado. Yo paso a verlo al trabajo y te lo confirmo por teléfono.
Y después que la infanta desapareció filtrándose campaneantemente entre la intelectualidad de córneas ya muy  inyectadas Flores Mora murmuró:
-Me la tirás desnuda frente al fuego en una cabaña de troncos y se la chupo hasta asfixiarme.


Luna

Onetti llegó a la casa de Torres García mientras una gigantesca luna naranja se levantaba sobre el encrespamiento cercano del Prado.
-Ahora faltan tres minutos -gritó en ese momento el frágil viejo melenudo que sostenía un reloj de cadena bajo la luz que derramaba en la vereda a través de una reja constructiva.
-Lo que pasa es que este Horacio sigue emperifollándose en el baño -se quejó Manolita a las corridas.
-A ese Horacio lo estampo contra la pared y se le chorrearán los sesos como a Sancho Panza -pegó un salto muy cómico el maestro, que estaba acompañado por un asustadísimo muchacho que Onetti no conocía.
-Pero cómo le va -se le verticalizaron complacidamente las tablas del sobretodo azabache a don Joaquín cuando vio al visitante. -Me he preguntado tanto por usted y llega justo cuando nos pasan a buscar para que dé la conferencia en Humanidades. ¿Es que ha estado malo?
-No. Es que durante los fríos me estraga un vicio que suele ser definido como la madre de todos los Pérez.
-Ah, la pereza -le relampagueó una carcajada rabeleisiana a Torres García, que se puso el reloj en el bolsillo antes de señalar a su acompañante: -Pues hoy tengo el placer de presentarle a un nuevo integrante de mi taller que es colega suyo: el literato Guido Castillo. Él dirigirá nuestro órgano programático, el Removedor.
Y mientras veían estacionarse al coche de Leborgne el muchacho se abalanzó a apretarle la mano con devoción al hombre jeangabinesco:
-Tengo pensado escribir un artículo sobre El pozo.
-Parece que a don Joaquín se le dulcificaron los ímpetus trepanadores -se sacó el gacho Onetti para reverenciar a Manolita y a sus tres hijos, que se codeaban admirando la imponente floración de la luna.
-Pues cuando Torres brinca ya es muy buena señal -pareció tintinearle la tercera orilla de la boca a la pequeña mujer dueña de una frescura desprovista innatamente de una edad definible. -Porque siempre termina cayendo en su polvo enamorado y santas pascuas. ¿No le apetece concurrir a una tertulia el sábado?

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