TERCERA PARTE
"EL BÚFALO".
30. LA MUERTE NO EXISTE (2)
Cuando volví a casa, reuní todos los conocimientos y experiencias que había acumulado a lo largo de los años respecto a la vida después de la muerte. No mucho tiempo después, di mi primera charla titulada "La muerte y la vida después de la muerte". Estaba tan nerviosa como la primera vez que ocupé el lugar del catedrático Margolin en el estrado. Pero la reacción fue arrolladoramente positiva, y eso me demostró que estaba en el camino correcto. Durante una charla en el Sur Profundo, cuando estábamos en la parte de preguntas y respuestas después de entrevistar a un hombre moribundo, una mujer de unos treinta años pidió la palabra.
-La suya será la última pregunta -le dije.
Ella se apresuró a coger el micrófono.
-Dígame por favor qué cree que experimenta un niño en el momento de la muerte.
Esa era la oportunidad perfecta para resumir la charla. Expliqué que, de forma similar a los adultos, los niños dejan sus cuerpos físicos igual como la mariposa sale de su capullo y pasan por las diferentes fases de vida después de la muerte que había explicado antes. Añadí que María suele ayudar cuando se trata de niños.
Con la celeridad de un rayo la mujer corrió hacia el estrado. Allí contó que una vez su hijo Peter, que estaba con gripe, tuvo una reacción alérgica a una inyección que le puso el pediatra y murió en la sala de exámenes. Mientras ella y el pediatra esperaban "una eternidad" a que llegara su marido del trabajo, Peter abrió milagrosamente sus grandes ojos castaños y le dijo:
-Mamá, he estado muerto y he estado con Jesús y María. Había tanto amor ahí que no quería volver, pero María me dijo que no había llegado mi hora. Yo no le hice caso, pero Ella me cogió la mano y me dijo: "Tienes que volver; tienes que salvar del fuego a tu mamá." En el momento en que María le dijo eso, Peter volvió a su cuerpo y abrió los ojos.
La madre, que contaba esta historia por primera vez desde que ocurriera, hacía trece años, explicó que vivía en un estado de angustia y depresión por saber que estaba condenada "al fuego", o, como lo interpretaba ella, "al infierno". No tenía idea por qué. Al fin y al cabo era una buena madre, buena esposa y cristiana.
-No me parece justo -exclamó-. Eso me ha arruinado la vida.
No era justo, pero yo sabía que podía librarla rápidamente de la depresión explicándole que María, igual que todos los demás seres espirituales, suele hablar simbólicamente.
-Esa es la dificultad que presentan las religiones -dije-. Las cosas se escriben para que se interpreten, y, como ocurre en muchos casos, se malinterpretan.
Le dije que se lo iba a demostrar haciéndole algunas preguntas, que debía contestar sin detenerse a pensar:
-¿Qué le habría ocurrido si María no hubiera enviado a Peter de vuelta ?
-Uy, Dios mío -exclamó ella cogiéndose los cabellos-, habría sido un infierno para mí.
-¿Quiere decir que se habría quemado en el fuego?
-No, esa es una expresión.
-¿Lo ve? ¿Comprende lo que quiso decir María cuando le dijo a Peter que tenía que salvarla del fuego?
No sólo lo comprendió ella, sino que durante los meses siguientes, a medida que aumentaba la popularidad de mis charlas y seminarios, vi que la gente aceptaba sin reparos la idea de la vida después de la muerte. ¿Por qué no? El mensaje era positivo. Innumerables personas relataban experiencias similares: todas habían dejado su cuerpo y viajado hacia una luz brillante. Se sentían inmensamente aliviadas al ver por fin confirmadas sus historias. Eso afirmaba la vida.
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