domingo

DUMAS OROÑO - LO ESENCIAL SE DESCUBRE ENTRE LÁGRIMAS


CONVERSACIONES CON TATIANA OROÑO

(I)

¿Cuál es para ti el legado del Taller Torres García?

Yo señalaría tres cosas esenciales. En primer lugar, una ética del artista: el pintor debe atender a lo que siente que debe decir, a la investigación de sus medios y a la adecuación de su lenguaje, por encima del mercado y al margen de premios y de círculos, Luego, diría que aprendimos a ver -a leer- la pintura como una tradición, es decir, como un lenguaje que se hace y se rehace por negaciones sucesivas. Eso que decía Torres: “Hay algo invariable en Arte que hay que tratar de encontrar. Algo que hermana las obras antiguas con las modernas”. Sería eso que descubrió Manet en el Museo del Prado -entre lágrimas, dicen- y lo llevó a la conclusión de que “el arte es el boceto”. Eso que de Las meninas y de Goya pasa por Manet y va a generar la revolución impresionista, que se continúa por negaciones en Cézanne (Cézanne, que miraba al Veronés) y va a alumbrar en los cubistas y en otras formas de construir el cuadro.

¿Qué quiso decir Manet con esto de que “el arte es el boceto”? Y algo más: ¿cuáles serían exactamente las negaciones hechas por Cézanne?

El boceto pone a la vista con claridad la idea plástica, el primer sentimiento de la cosa. Claro que esas obras de las que hablamos no son bocetos, pro la pintura se puede leer ahí desde la base con que preparó la tela hasta las pinceladas más leves, y los empastes. Ves un fragmento de cerca y es una mancha al lado de otra sobre la superficie: una cosa abstracta. Y la pintura moderna -que quería poner en evidencia el lenguaje- ya estaba ahí. La pintura del instante, de la atmósfera, de la luz… Respecto a la otra pregunta: Cézanne reaccionaba contra la fragmentación impresionista que disolvía las formas en la luz, en busca de una pintura más construida. Eso que dijo -“hay que tratar la naturaleza como cilindros, esferas y cubos”- cambió la manera de pintar: ya no iba a tratar el contorno de la forma sino a hacer un dibujo fragmentario articulándolo a trocitos. Pero hay una complejidad mayor en los procesos que ahora simplifico. Te lo explico con otra línea de mutaciones: esa preocupación que pusieron en evidencia los impresionistas por la luz y el color -por el uso de los complementarios- abrió el camino de las búsquedas fauves y del orfismo (en un momento en que además la física destacaba el estudio de la descomposición de la luz). A su vez, todas esas experiencias resultaron fundamentales para Klee, quien inauguró con ellas su poética del color.

Quiere decir que ahí hay una clave del legado torresgarciano: la tradición del arte se comporta como un lenguaje.

Para mí, sí: el lenguaje como una construcción orgánica de signos que se conjugan de acuerdo a reglas que se alteran y se cambian -se hacen otras- como en el lenguaje poético. El cuadro como expresión de un lenguaje que en lugar de palabras se construye con elementos plásticos: color, tono, valores del espacio y articulaciones rítmicas, texturas, etcétera.

Adelantaste que ese legado podría sustanciarse en tres aportes: ¿cuál sería el tercero?

Hay otra cosa propia de la Escuela del Sur -como se le llama- que está resumida en un dictamen de Torres: “El Arte debe volver a su origen, es decir, debe ser decorativo”. Quiere decir que no hay arte menor ni mayor: el arte del pasado siempre estuvo cerca de la gente en los objetos y en la arquitectura. Y así es que el Constructivismo puede pasar por las estructuras ortogonales áureas de Torres o por otras articulaciones formales, siempre que en ellas esté presente una síntesis geométrica donde formas y signos se estructuren en una unidad armónica.

Sin embargo, entre lo decorativo y el decorativismo siempre hubo una diferencia, que en el ambiente del Taller se ponderó fuertemente. Yo los recuerdo a ti y a Augusto Torres entrecerrando críticamente los ojos antes algo “muy decorativo”. El comentario establecía un juicio de valor definitivo: aquello estaba mal. ¿Era así?

Entre nosotros el sentido de la palabra “decorativo” se refiere a un arte aplicado, integrado a los objetos y a la arquitectura, de acuerdo a la tradición del arte popular (el arte bizantino, el gótico, el románico, el egipcio). Y cuando nos referimos a pintura, con esto del ‘decorativismo’, es como que la construcción plástica se quedó en la superficie: resultó banal sin carga significativa detrás de la materia.

Volviendo entonces a lo decorativo, al arte aplicado…

Recogiendo una tradición popular, inventamos una técnica de grabar calabazas y colorearlas a fuego. Hemos proyectado rejas, vitrales, mosaicos, murales y objetos -como las cerámicas- con las ideas constructivas de la Escuela, pero también con otras formas de construir. Yo he cambiado muchas veces mi expresión, pro siempre he estado escuchándome a mí mismo. (Torres también aconsejaba oír “eso incontrolable que viene de lo desconocido”.) Hemos realizado búsquedas y estudios de color que no eran precisamente maneras del taller. Para decirlo como quería Matisse: “Hemos atendido a la pureza de los medios”. Es decir, a construir con valores plásticos, el color -sus acordes y disonancias-, las escalas de un tono, las texturas y el ojo, las conjugaciones rítmicas, el papel de la línea y tantas otras cosas del oficio. Hay una cosa espectacular que dijo Cortázar a propósito de Paradiso. La tengo por aquí. (Mientras busca, acota como para adentro:) No todos somos inocentes como Lezama Lima o el Aduanero Rousseau. (Lee:) “Todo escritor es ‘esclavo de su bautismo’, lo que supone cargar con una inmensa y casi pavorosa tradición. La acepte o luche contra ella, esa tradición lo habita”; y a veces -agrega- “una sospecha de culpa o de superficialidad lo mueve a la más extrema vigilancia de su oficio y de sus medios.”

Habría que hacer una aclaración: cuando decís “hemos” estás haciendo referencia a ti, ¿por qué no usás el verbo en singular?

Y yo qué sé… Cuando digo “hemos” quiere decir que las hice yo. Porque si digo “hemos” y somos varios, nombro a los otros.

Volviendo a lo anterior, de todo lo que venías diciendo se desprende una conclusión: fue posible seguir a Torres pero sin seguir -por lo menos siempre- a Torres; siguiendo, por ejemplo, otras ‘tradiciones’.

Los cuadros, si no son imitación, siempre son desvíos, mutaciones de las obras anteriores, de las que hirieron al pintor y germinan ahora. Y siempre recuerdan de dónde vienen secretamente. A veces en forma más visible (como los cubistas, que salen de Cézanne). Aunque a veces no siguen a las obras sino a ciertas ideas… Bueno, en esto de la herencia de Torres y de otras, se podría hablar de una biología del arte. Yo tengo abuelos vascos y los Gadola de Génova. Y algún abuelo en el Museo del Prado, y quizás tatarabuelos primitivos escondidos en el tiempo. Yo acá me siento en el mismo lugar de siempre, tratando de decir lo que veo -o lo que siento- en un lenguaje plástico. En general, con más dudas que certezas.

¿Más dudas que certezas?

Sí, es complicado. Hay artistas que presienten o se sienten en su territorio. Y persiguen su forma. Buscan su manera. Algo suyo que a veces también juega a las escondidas… Alpuy prácticamente existe para buscar en sí mismo, con terco empeño, las formas suyas que le den alegría a la gente. Gurvich se levantaba chiflando con una primavera en la cara y se ponía a trabajar como un obrero, seguro de qué quería hacer. Pero yo no soy así. Alguna vez dije en una entrevista algo muy simple que me explica: “Yo soy una persona que pinta”. Porque el que vos manejes conscientemente el lenguaje tampoco te asegura que el cuadro, que tu obra, tenga vida. Puede estar muy bien armado pero ser inerte. Nunca se sabe. Esos si son los misterios de la pintura… Fijate que Cézanne, en una carta al final de su vida, escribió: “Estoy trabajando mucho y no parece que hago progresos”. ¡Te das cuenta! A mí me alegra o me lastima todo lo que sucede en mi entorno; no siempre puedo pintar. A veces pinto lo que me entra por los ojos. Oras, el arranque es un problema plástico a resolver. Y otras, un temple de ánimo, una vivencia, un estado emocional, algo que me ha lastimado. A veces pinto y rompo. Y a veces hago dulces y jaleas. Planto mi jardín. Doy clases. Leo. Ando en bicicleta. Empujo acciones culturales. Milito en utopías. Con todo, siempre que pinto, me empeño en resolver plásticamente la cosa porque el lenguaje importa. Me importa. Justamente, es en este sentido que habría que interpretar lo que te dije respecto a mi relación en la Escuela del Sur: que -aunque haya cambiado mi expresión- yo me siento en el mismo lugar.

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