sábado

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES - G. K. CHESTERTON


CUADRAGÉSIMONOVENA ENTREGA

CAPÍTULO DECIMOTERCERO

LA TIERRA EN ANARQUÍA (8)


-Ya oigo lo que hablan ustedes -intervino el Profesor vuelto de espaldas-. Yo también tengo confianza en ese hombre a quien nunca he visto.

De pronto, Syme, que parecía sumido en reflexiones, dijo, volviéndose como el que despierta de un sueño.

-¿Dónde está el Coronel? Creía yo que estaba con nosotros.

-¡El Coronel! ¡Es verdad! -dijo Bull-. ¿Dónde está el Coronel?

-Fue a hablar con Renard -dijo el Profesor.

-No podemos abandonarlo entre esos brutos -dijo Syme-. Muramos como caballeros, si...

-No compadezcamos al Coronel -añadió Ratcliffe con mordacidad-. Está muy a gusto a estas horas. Está...

-¡No, no, no! -gritó Syme frenético-. ¡El Coronel, no! ¡De ése no puedo creerlo!

-Entonces ¿dará usted crédito a sus propios ojos? -dijo el otro señalándole un punto de la plaza.

Muchos se habían metido al agua y los amenazaban con los puños. Pero la resaca estaba fuerte y no podían llegar al dique. Sin embargo, dos o tres avanzaban conprecauciones por los escalones de piedra. La luz de la linterna dio por casualidad sobre la cara de los dos que venían al frente. Uno de ellos llevaba antifaz negro, y torcía la boca en gesto nervioso, de modo que la mota de la barba iba de aquí para allá con inquietud viviente. En el otro, reconocieron la cara encendida y el bigote blanco del Coronel Ducroix. Ambos conferenciaban acaloradamente.

-Sí, también él se nos fue -dijo el Profesor dejándose caer sentado sobre una piedra-. Todos nos traicionan. Yo también me traiciono. Ya no gobierno la máquina de mi cuerpo. Temo que mi propia mano me de un cachete.

-Cuando la mía se mueva -dijo Syme- será para pegarle a otro.

Y se adelantó hacia el Coronel con el sable en una mano y la linterna en la otra.

Como para destruir la última esperanza o sospecha, el Coronel, al verlo venir, le apuntó con el revólver y disparó. El tiro no hizo blanco en Syme, pero sí en la espada, rompiéndola cerca del puño. Syme se lanzó, blandiendo la linterna sobre su cabeza.

-¡Oh Judas y Herodes! -gritó.

Y derribó al Coronel sobre las piedras del dique. Volvióse después al Secretario, cuya horrible boca estaba ahora echando espuma, y levantó la linterna con tal ademán que el otro se quedó inmóvil y escuchó.

-¿Ves esta linterna -gritó Syme con voz terrible-. ¿Ves esta cruz grabada, ves la luz interior? No la grabasteis, no la encendisteis vosotros, sino hombres mejores que vosotros. Hombres capaces de creer y de obedecer, son los que torcieron las entrañas de hierro y preservaron la leyenda del fuego. Las calles por donde pasáis, los trajes con que os vestís, todo fue hecho como esta linterna, por un acto de negación contra vuestra filosofía de suciedades y ratones. Destruiréis a la humanidad, destruiréis el mundo. Contentaos con eso. Pero esta antigua linterna cristiana no la destruiréis. Irá a dar a un sitio en que vuestro imperio de monos será incapaz de rescatarla.

Y descargó la linterna sobre el Secretario de modo que la hizo bambolear: después, dándole dos vueltas sobre su cabeza, la arrojó al mar. La linterna lanzó su último destello, como un cohete, y desapareció. 

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