domingo

EL HOMBRE QUE FUE JUEVES - G. K. CHESTERTON


CUADRAGÉSIMAPRIMERA ENTREGA


CAPÍTULO DUODÉCIMO


LA TIERRA EN ANARQUÍA (1)


Poniendo al galope los caballos, sin reparar en la pendiente, pronto los jinetes recobraron la ventaja perdida; pronto las primeras casas de Lancy los ocultaron de sus perseguidores.

La cabalgata había sido larga. Al llegar al pueblo, el occidente empezaba a encenderse con los colores del crepúsculo. El Coronel sugirió la idea de que, antes de dirigirse a la estación de policía, procuraran una alianza que podría serles de mucha utilidad.

-De los cinco ricos que hay en el pueblo -dijo cuatro son unos tramposos vulgares. La proporción es idéntica en todo el mundo. El quinto, amigo mío, es un excelente sujeto. Y, lo que ahora nos importa más, tiene un automóvil.

-Me temo -dijo el Profesor con su habitual jovialidad, contemplando el camino por donde la mancha negra y rampante podía aparecer de un momento a otro-, me temo que no tengamos tiempo para visitas vespertinas. 

Y el Coronel:

-La casa del Dr. Renard está a tres minutos de aquí.

-Nuestro daño -dijo el Dr. Bull- está a menos de dos minutos.

-Sí -dijo Syme-; pero cabalgando un poco volveremos a dejarlos atrás, porque están a pie.

-Consideren ustedes que mi amigo tiene un automóvil- replicó el Coronel.

-No nos lo dará -dijo Bull.

-Sí, es de los nuestros.

-Pero puede no estar en casa.

-Silencio -dijo Syme de pronto-; ¿qué ruido es ese?

Por unos segundos se quedaron inmóviles como estatuas ecuestres. Y por uno, dos, tres, cuatro segundos, cielo y tierra parecieron suspenderse también. Después, con agonizante atención, oyeron llegar desde el camino ese rumor palpitante e indescriptible que anuncia a las caballerías.

Hubo un cambio instantáneo en la fisonomía del Coronel, como si le hubiera caído un rayo dejándolo ileso.

-Nos han cogido -dijo con breve ironía militar-. ¡Cuatro contra caballería!

-¿De dónde sacaron los caballos? -preguntó Syme, poniendo maquinalmente su montura al galope.

Calló un instante el Coronel. Después dijo con turbado acento:

-He dicho una verdad estricta al asegurar que sólo en el Soleil d'Or hay caballos en veinte millas a la redonda.

-¡No! -gritó Syme-. Ese hombre no puede haberlo hecho. ¡Con aquellos cabellos blancos!...

-Bien pueden haberlo obligado -dijo con suavidad el Coronel-. Pueden ser hasta un ciento. Razón por la cual vamos ahora mismo a casa de mi amigo Renard, que tiene automóvil.

Con estas palabras dobló la esquina a toda rienda, tan de prisa que los otros, aunque también al galope, apenas podían seguir la cola voladora de su caballo.

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