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ALBERTO METHOL FERRÉ - LOS ESTADOS CONTINENTALES Y EL MERCOSUR

DÉCIMA ENTREGA

Antología (2)
                                        
 5. Integración económica y acción política. El profesor Walter Hallstein, primer presidente de la Comisión Europea entre 1958 y 1967, empezó una conferencia en la Universidad de Harvard refiriéndose al Mercado Común Europeo diciendo: no estamos en modo alguno haciendo negocios, estamos haciendo política. En esta forma definía la profunda connotación política que la regionalización económica trae consigo.
Si miramos hacia la época de nuestra desintegración, coetánea con los años de la independencia, podemos apreciar que la aspiración política de nuestros próceres de mantener la cohesión de nuestras repúblicas, al no tener fundamento en factores económicos, significó efectivamente, “arar en el mar”.
Por estas mismas circunstancias condicionantes, se proyectan como aspiraciones utópicas los pocos intentos que desde 1830 hasta 1860 tendieron a establecer vínculos más estrechos entre los países latinoamericanos. Es paradójico que se hicieran más fáciles durante ese periodo los conflictos de país a país que las posibilidades y perspectivas de unificación; quienes previeron la polarización del poder entre otras grandes naciones, y nuestra propia inhabilidad de avanzar unidos, no tuvieron mayor influencia sobre sus contemporáneos: fueron visionarios de un mensaje incomprendido por su época.
En suma, los intentos, primero para conservar la unidad política hispanoamericana, y luego, para reconstruir un orden trizado, estuvieron condenados al fracaso por falta de factores dinámicos de una naturaleza aglutinante en lo económico. Hoy nos encontramos en la posición opuesta: las fuerzas que tienden a la integración económica no alcanzarán expresión, si no creamos factores de integración política (ER, 216).
6. Las circunstancias no son hoy idénticas, pero la esencia del mensaje de unidad es la misma. Recordemos a Alberdi, quien al referirse a la ruptura de nuestros lazos con España decía: “desterrado el mal, aflojamos los vínculos de solidaridad”. Y agregaba, con claro concepto de la necesidad de un desarrollo integrado:
 Antes de 1825 la causa americana estaba representada por el principio de su independencia territorial; conquistado ese hecho, hoy se presenta por los intereses de su comercio y prosperidad material. La actual causa de América es la causa de su población, de su riqueza, de su civilización y provisión de rutas, de su marina, de su industria y comercio. Aliar las tarifas, aliar las aduanas, he ahí el gran medio de resistencia americana. Yo aplaudiré toda mi vida al sentimiento de aquellos Estados que sacan la vista del recinto estrecho de sus fronteras y la levantan hasta la esfera de la vida general y continental de la América. Es llevar la vista al buen camino. En un gran sistema político las partes viven del todo y el todo de las partes. La mano de la reforma debe ir alternativamente del trabajo constitucional de la obra interior del edificio a la obra exterior. Lo demás es construir a medias y de modo incompleto.[6]
Esas mismas inquietudes, políticas, económicas, nutridas ahora de desconocidos problemas y urgencias, nos convocan hoy con motivo de la inauguración del Instituto para la Integración de América Latina (intal). El signo de la integración tiene ahora la connotación del pleno desarrollo económico y social. En la “era de los pueblos continentes”, de los grandes espacios económicos y de los mercados comunes, no podemos seguir confiando en que aislados, alcanzaremos la estatura internacional y el desarrollo que deseamos y prometemos a quienes lo reclaman dentro de nuestras fronteras (ER, 193).
7. La incorporación plena de América Latina al mercado mundial a partir de la segunda mitad del siglo xix, determinada por el mejoramiento de los medios de navegación marítima y de los transportes en general y por el proceso de revolución industrial que se expandía en el mundo, respondió a un conocido esquema: producción y exportación de alimentos y materias primas a los países industriales e importación de productos manufacturados y capitales. Este enfoque operó de diversa manera en los varios países de la región, de acuerdo a sus respectivos recursos naturales y humanos y a la oferta de mano de obra, pero esencialmente conservó la característica fundamental señalada, alterando la antigua organización, heredada del periodo colonial.
Paralelamente se acentúa el proceso de urbanización, las clases sociales se hacen más permeables y algunas estructuras económicas tradicionales se transforman con la importante incorporación de capital europeo, primero, norteamericano después; los recursos foráneos se orientan principalmente a las actividades de exportación, a las del transporte vinculado a ella y a otros servicios de utilidad pública (NRI, 167).
8. Consolidada la actividad agrícola, el capital extranjero comenzó a interesarse en actividades de mayor tecnología y rendimiento. Sin preparación y además dispersos, nuestros países se incorporaron al comercio internacional de materias primas. Las fluctuaciones del mercado mundial de estos productos constituyeron la clave de nuestro destino. Cada crisis repercutió hondamente en la estabilidad de los países y generó en ellos un tipo de nacionalismo negativo.
Con tales antecedentes, el paso hacia la etapa de la industrialización tuvo que ser esporádico y artificial. Hubo a veces que justificar el proteccionismo antieconómico con tesis nacionalistas que aguzaban las suspicacias y los recelos recíprocos. Las voces de dentro y fuera, alzadas para defender los intereses de los empeñados en mantener la balcanización latinoamericana, cobraron timbre respetable.
Los países se ignoraban cada vez más y se aislaban más cada día. Se aislaban estando juntos. Todos miraban al mar y se daban las espaldas. El mar se abría solamente hacia Europa. Así fue, por lo menos durante el siglo xix y hasta la Primera Guerra Mundial (ER, 154).
Notas
[6]Juan Bautista Alberdi, “Memoria sobre la conveniencia y objeto de un Congreso General Americano”. vv.aa., Ideas en torno de Latinoamérica, vol. I, Universidad Nacional Autónoma de México, 1986, p. 602.

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