por Mario Delgado Aparain
(reportaje recuperado de Hablar con ellos / punto de lectura / 2006)
Cuando poco a poco fueron saliendo a la luz, entre 1971 y 1981, Los papeles salvajes, Clavel y tenebrario y luego Las liebres de marzo, las opiniones de los lectores asombrados se repartieron por igual entre los que creían estar frente a una santa enloquecida con las cuestiones de la Tierra, del placer y de la muerte, y los que, calurosamente, sostenían que al fin había surgido una poeta genial, inteligible para los locos.
Sin embargo, no era yo quién para inclinarme por una de esas dos posturas. Más bien, el día que acepté el desafío de hacerle una entrevista para la revista Tercera orilla, en un atardecer de diciembre de 1988, me aposté en un rincón de un bar de la Ciudad Vieja, pedí una caña con vermú y me dispuse a respetar celosamente el idioma que traía puesto bajo su alma vegetal.
Así que, cuando Marosa llegó, con todo el aspecto de una dama extravagante y verde que acaba de descender de una polvorienta cachila gótica, recién venida de las galaxias para meterse silenciosamente en un boliche de barrio, yo me había leído por segunda vez su último libro. Es más, dos vasos más tarde, ya no me extrañaba en absoluto de que los gallos tremolantes volaran al revés con la espalda hacia el suelo, ni de que las papas, deformes y ocres, dieran gruñidos aterradores cuando las sacaban de la tierra, o de que alguien hubiera acometido la visionaria empresa de sacar un diario al atardecer, solamente con una hoja lila.
Asi es Marosa. Así era aquella mujer maravillosa que murió escribiendo sobre su propia sangre de mujer.
Dudo que alguien pudiese alguna vez completar su biografía. Apenas se sabe lo que ella quiso que se supiese. Apenas un insondable pasado de chacras nocturnas e inquietantes, donde su padre bien podía estar vigilando sus juegos infantiles con Ray Bradbury, y poco más. Quien se atreviese a preguntarle más de la cuenta se arriesgaba a que ella se ajustase los lentes y se fuera volando, como si tal cosa, sobre los techos de Montevideo.
Así es Marosa, así era. Solo títulos de libros a los que luego se sumaron Mesa de esmeralda (1985). La falena (1987), Misales: relatos eróticos (1993), Camino de las pedrerías: relatos eróticos (1997) o Reina Amelia (1999), que, como me sucedió a mí, impulsaban a formularle preguntas enloquecidas, sin la menor intención de efectismos, o de inquietarla.
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-Marosa, ¿qué tendría que haber ocurrido para que no fueras poeta?
-Que hubiese muerto cuando era chica. Se hubiese truncado todo, ¿no? Con eso quiero decir que ninguna otra cosa en el mundo, ninguna otra actividad, excepto lo que dije, iba a impedir este destino de ser o que soy.
-¿Qué ocurrió cuando eras chica?
-Las dos cosas que me rodearon se me impusieron desde que aparecí en el mundo. Fueron, por un lado, la naturaleza silvestre y libre de las chacras de Salto, y por otro, la Iglesia Católica, presentada bajo un aspecto de increíble libertad también, ya que en mi casa todos eran católicos sin ataduras. Mi encantamiento con la Iglesia surge a través de mis lejanas visiones de las estampas, gracias a las cuales sufrí un verdadero hechizo con la Virgen María. A ella fue a quien le escribí mi primer poema bajo un limonero, mezclando los frutos, las flores, el aire libre y el sol, con la estampa blanca y azul de la Virgen.
-¿La madre de Dios o una imagen de mujer?
-Era una estampa de la Iglesia. Era una muchacha con un velo, que según me decían, era la reina de todo. Seguramente eso me llevó a cantarle como a mi superior.
-¿Vas a la iglesia?
-Es una casa que yo tengo. Me agrada ir a los templos vacíos, cuando están colmados de lo extrahumano…
-Hablando de lo extrahumano, en tu mundo hay una convivencia natural de vírgenes y brujas…
-No te olvides que la brujería siempre rondo por nuestros campos, como por todos los campos tal vez, que estuvieron poblados por seres sobrenaturales. Así que ahí, indudablemente, te voy a hablar del lobisón. Sabíamos que andaba de noche en las plantaciones. Nunca lo vimos, pero su presencia rondaba de todas maneras, como los diablos y las diablas y otras cosas innominables. Pero ocurrió otra cosa, que andando el tiempo, siendo yo adulta ya, al cruzar nuestro campo empecé a encontrar otras apariciones, y las coloqué en aquel tiempo y se fueron imbricando con los recuerdos de la infancia. Hoy lo miro y parece que todo sucedió entonces… Cosas de un tiempo, que sin pretender hacerlo, se situaron allá. Ese campo inicial se fue y se va poblando y repoblando cada vez más. Siempre me pasa lo mismo, no hay una divergencia entre el espacio y el tiempo. Al contrario, se acomodan por sí mismos.
-¿Y qué pasa con el presente?
-¿Cómo qué pasa con el presente? El presente es así, para todos nosotros el presente corre continuamente hacia el pasado. Lo triste es que uno ignora a veces que en el presente propio, hay pasado de otros.
-Al principio de Mesa de esmeralda, hay un pasaje donde un domingo a la tarde, bajo un cielo deslumbrador, te vas al huerto, subís a un árbol y cuando bajás, ves un cadáver y después otro y otro. Y escribís: “Y cada uno con el hígado destrozado o el corazón. Pero, ¿quiénes son? ¿Acaso no me percaté y hubo una rápida guerra?”. ¿Qué significa eso? ¿Es aquel pasado? ¿Es de estos presentes? ¿En qué tiempos y en qué espacios has estado andando?
-¿Qué te parece que significa? Veamos si podemos entendernos…
-Se me aparece como algo que ocurrió fuera de ti, de tus dominios. Que te enteraste de que ocurrió por las consecuencias: te bajaste del árbol y te encontraste con los muertos…
-Te referís a la guerra que vivimos estos años y que ahora la “coloqué”, como te decía antes, en otro tiempo. En realidad, el proceso o la vigilia que se produjo a raíz de esta guerra yo no lo registro. Esa guerra se me ocurrió así, entre esos naranjos, en esa casa. Y todo fue apareciendo, los cadáveres, el dolor. Vi una batalla como si apareciera en un retrato, dibujada en el árbol que también nombro allí. Puede ser, sí, una resonancia de esa otra guerra. No lo puedo asegurar, no puedo mentir. Pero para mí es una batalla agraria. El poema es eso, una fantástica batalla…
-¿Agraria? ¿Qué significa una batalla agraria?
-Todo lo que está en ese libro es agrario, está dentro de los árboles, arriba de loa sauces, debajo del cielo.
-¿Decís que es agrario o sagrario?
-Agrario. Aunque también tiene mucho de canto sagrado…
-¿Te hubieras convertido en monja?
-Lo he pensado muchas veces. Pero eso exige una disciplina, un constante estar en el viaje interno, demasiado estricto, como dice Santa Teresa, enamorada. Y eso para mí no es, soy más libre, más irregular y errante en el pensar y en el imaginar…
-Como en las frutas sexuales…
-Algunas crecen en mis poemas. Creo que mencioné la mandrágora, que está vinculada al amor y a la muerte. No es una fruta, pero es un vegetal. La rosa, una flor encendida que también crece en esas moradas…
-Moradas habitadas muchas veces por roedores…
-Sí, ero no son maléficos. Desde niña me acostumbré a sus cánticos de cualquier y no los veo como seres macabros.
-¿No tenés miedo de que el lector vaya creyendo que estás loca mientras va leyendo todo esto?
-No, porque vos seguís preguntando. A menos que seamos dos. Pero pienso que cordura y locura están ensambladas.
-¿En nosotros?
-Me refiero a lo que he escrito. Supongo que ese ensamble ocurre en toda obra que pretende ser veraz, porque si fuera locura sería una incongruencia, un delirio sin dominio. Es ahí donde juega su papel la cordura, dibujando líneas en medio de la llamarada.
-¿Leíste tu último libro?
-Sí… aunque tengo todavía cierto amor por Las liebres de marzo. Pero, pensándolo bien, todos los libros son un trabajo solo… Un trabajo que se va al fondo de la tierra, como los topos.
-¿Los hombres también nos vamos al fondo de la tierra?
-Eso es lo mismo que preguntar si nos vamos al Infierno…
-Eso dije. Hoy se habla del fin del mundo…
-Tonterías del hombre, tonterías que nunca se van a dar. Desde las cavernas, la Humanidad está siguiendo un camino que no se va a cortar porque el hombre quiera. Vamos portando algo.
-¿Hasta que se apague el Sol?
-Se apagará el Sol y se inventará otro. Todo se va arreglar, volaremos a las constelaciones. Es un viaje muy largo, pero lo haremos en pocos segundos…
-Hace tiempo que nadie habla en tono de profecía…
-Hay gente que lo hace. Supongo que es porque intuyen que algo terrible va a pasar. Pero ya te dije: todo se va a arreglar, para eso están las constelaciones.
-¿Qué te llevarías de la Tierra para ese viaje?
-Nada. No hay que llevar nada. A lo sumo lo que vayas encontrando por el camino…
-¿Nada, nada?
-Bueno, tal vez sí… Café.
-¿Café?
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