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EL IMPULSO Y SU FRENO - CARLOS REAL DE AZÚA (1916-1977)



Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1964.

SEGUNDA ENTREGA


1. UN SUPUESTO, UNA EVIDENCIA Y DEMASIADAS VARIABLES (2)

En lo que tiene que ver con el Batllismo y con el Uruguay, nacidas de una motivación propagandística pero también impregnadas de romanticismo histórico, las dos posibles injusticias recién aludidas han sido jaqueadas desde hace más de veinte años por cierto determinismo que insistió -como también aquí se hará de pasada- en las especiales características de la colectividad uruguaya y sus tendencias inmanentes. Muy recientemente, un historiador norteamericano, Milton Vanger, en su sólida monografía: "José Batlle y Ordóñez: the creator of histimes" (Harvard University Press, 1962) retorna en cierta manera a la posición original. Pero si su actitud, debe decirse, resulta saludable en cuanto a reivindicar la libertad creadora y la contingencia de la acción política; si posee eficacia polémica contra algunos estereotipos de impregnación pseudo-marxista, difícil es, con todo, considerarla definitivamente persuasiva. Esto es por lo que soslaya -es probable que a causa de un imperfecto conocimiento de nuestro siglo XIX- la muy especialísima nación americana que el Uruguay, a lo largo de esa centuria, fue siendo.

Pero antes de esbozar sus rasgos hay que volver a la interrogación. La interrogación -precisábase-, es la de por qué se frustraron ciertos movimientos que a principios de siglo dieron la pauta de algunas naciones iberoamericanas. Resulta lógico, entonces, fijar cuál era esa pauta, qué significaba el "progresismo" (o lo "progresivo" que, por muchas razones, que resultaría aquí ocioso explicar, preferiríamos).

Hacia principios de siglo es indudable que en cualquier lugar del mundo se calificará de "progresista" un movimiento que desplace la hegemonía social de los sectores agrarios tradicionales a los burgueses o mesocráticos abriéndose desde ahí, por vía evolucionista, en forma más o menos franca o tímida, al "derecho social", a la tutela de los sectores trabajadores, a su protección por medio de una eficaz legislación laboral. Tampoco será infrecuente que ese "progresismo" implique determinada política de nacionalización y estatización de algunos sectores de la vida económica mientras en lo político representará un movimiento que afirme la continuidad rigurosa del aparato institucional del Estado, que consolide el principio de "legalidad", que haga efectivas ciertas convenciones de la "representación", que tolere la multiplicidad de partidos y su efectivo funcionamiento, que asegure a todo ciudadano un círculo más o menos ancho de derechos y de garantías. En el plano educacional, para seguir, significará la difusión y universalización de la enseñanza escolar y media, una tendencia que conducirá a afirmar las notas -en cierto modo inseparables- de obligatoriedad y gratuidad.

Calando más hondo, hay probablemente una serie de rasgos, difusos pero efectivos, que hacia esos tiempos reclamarán el término de "progresista" para un régimen que se asiente en zona céntrica o periférica del mundo. Son, por ejemplo, el reemplazo de las estructuras militares por las civiles; de las agrario-campesinas, por las urbanas e industriales. O la sustitución de vínculos desde lo comunitario y estamental a lo individual y contractual. O la de las pautas desde lo espontáneo e intuitivo a lo racional y deliberado. O la de los valores, desde lo religioso y tradicional a lo científico y "moderno". Y en el caso de las entidades nacionales globales, resultará también el "progresismo" la disipación (parcial o total) de muchos trazos diferenciales del "ente-nación", su relevo por patrones deliberados y ubicuos de humanitarismo universal, de solidaridad e identificación sin fronteras. De alguna manera, paradójicamente, esta corriente de apertura no parecerá contradictoria con el esfuerzo por romper los lazos que mediatizan a tutela y explotación extranjera numerosas naciones, lo que implica más allá del puro formalismo político de la independencia, devolverle al pueblo de cada comunidad tanto la libre elección de su destino como el pleno disfrute de sus riquezas.

Pero si se recorta con cierta precisión el antedicho concepto es porque planteándose el problema del agotamiento de los movimientos políticos que dieron fisonomía progresista a ciertos países americanos en el primer tercio de este siglo -cabe que la cuestión se despliegue en dos y hasta en tres interrogaciones:

1. De si eran -y lo era el batllismo- tan progresistas como es habitual creerlo, todo de acuerdo a los cánones anteriormente fijados.

2. Si aun, positivamente establecido que lo fueron, el movimiento de la historia -o su despliegue dialéctico (como ya es usual decirlo)- no puede haber dotado de equivocidad ese "progresismo", no puede haberlo hecho ambiguo hasta determinar que sus efectos hayan devenido factor deestancamiento, de agotamiento y hasta de involución.

Sea. Pero todavía al margen de esta inquisición quedaría otra. Y es la de si con relativa regularidad, no suelen darse entre los móviles y los resultados una inocultable divergencia. O, para emplear un ejemplo de lo que ha de ser nuestra materia de reflexión: la de si aquel auténtico populista que Batlle fue, echó las bases de una comunidad lo suficientemente dinámica como para cumplir con eficiencia creciente la tarea de llevar a la altura histórica los sectores humildes y desposeídos. O la de si, por el contrario (para usar el aforismo escéptico), no se dio el caso de que mucho de nuestro  actual desvencijamiento nacional, no se ha empedrado (justamente) con todas aquellas buenas intenciones, todos aquellos limpios, insobornables propósitos.

Ante tal despliegue de posibilidades, el autor de estas páginas se siente llevado a afirmar que su actitud inicial ha sido la cautela, la voluntad de enfrentar el problema sin esos prejuicios que en este caso representarían su mismo inescapable compromiso de ciudadano y aun las variadas ocasiones en que ha opinado sobre este sector de la historia del país. Ecléctica podría llamarla alguien: en el registro de causas posibles puede recoger también el sinónimo de "probabilista". No cree tampoco -lo adelanta- que haya ninguna clave oculta, inédita, sensacional, ni que la verdad del diagnóstico pueda alcanzarse por otras vías que por una acumulación concienzuda de rasgos.

Siempre, claro está, que éstos sean suficientemente importantes, que resulten lo estratégicamente influyentes que es menester.

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