SEGUNDA ENTREGA
Para B. Delfgaauw (1966), cuatro son las tesis fundamentales de Teilhard de Chardin:
1) El cosmos en todos sus aspectos, inclusive la humanidad, debe entenderse única y exclusivamente como evolución permanente en la que cada fase tiene su propio tiempo.
2) En principio, la materia es materia consciente, pero se requiere una existencia orgánica muy desarrollada para poder atravesar el umbral más allá del cual puede mostrarse como un consciente.
3) En la materia opera una doble energía: por una parte, una energía tangencial, que domina a la materia en las conocidas reacciones físico-químicas de ésta, y, por otra, una energía radical sic: es "radial" mediante la cual la materia se constituye en unidades cada vez más y más desarrolladas.
4) Existe un paralelismo entre complejidad y conciencia.
Su método de razonamiento intentaba identificar y aprehender lo que podría aportarle la observación del fenómeno, en toda su amplitud, profundidad y complejidad. Desde el aprendizaje o el mensaje obtenido globalmente por medio de su observación interior, pretendía desentrañar ese fenómeno. Primero, vivía, experimentaba y entraba en empatía con el fenómeno, para después, una vez vivido, una vez con la impregnación de su esencia y su existencia en su propia conciencia, lo traducía en reflexiones discursivas. En Teilhard, el nous siempre buscó fundirse, transformarse en el fenómeno, para poder observar y experimentar desde su sistema de referencia. Era un místico y un fenomenólogo profundísimo para el que la distancia entre objeto y sujeto era sólo una entelequia. La habilidad de Teilhard para penetrar completamente y en lo más hondo de los fenómenos fundamentadores de lo humano, estaba basada en la lógica intelectual que emanaba de su disciplina ascética y de su contemplación mística. Ello suponía la ardua labor de tener que abrirse para percibir más y más lejos, a la vez que experimentar(se), en lo más íntimo, la completísima coherencia de su asombrosa armonía con norte.
El objeto de su razón podría sintetizarse, como él mismo decía, desde una de sus características frases, con esta sentencia: "sólo el fenómeno, pero todo el fenómeno". "Todo el fenómeno" significaba que su observación y su experiencia también tenían que ser desarrolladas desde el marco de la humanidad y del futuro del hombre. Una vez logrado el objetivo, lo traducía a datos formales que volvía a llenar de contenido en cada una de sus obras. Como las formalidades fenoménicas no eran muchas en cantidad, frecuentemente podían observarse en ellas reiteraciones de esta naturaleza; reiteraciones que, al expresarse con contenidos variados, a pesar de todo no cansaban. Una vez identificado, inquirido y profundizado, articulaba sus observaciones internas al soporte organizador de su conocimiento, que era la idea de la evolución, entendido como el eje permanentemente activador de la lógica de la naturaleza.
Su pensamiento era arriesgado, pero consecuente, porque obedecía a una lógica coherente. Ello implicaba la necesidad objetiva de una cierta validez y fiabilidad en sus resultados. Curiosamente, sir J. S. Huxley (1960), que conociera directamente a Teilhard de Chardin en París en 1946, siendo presidente de la U.N.E.S.C.O., llegó a "conclusiones muy parecidas", desde su agnosticismo y su práctica científica como zoólogo, a las de Teilhard, desde su creencia cristiana y su cualificación paleontológica. Este tipo de coincidencias son relativamente frecuente entre quienes buscan a través de la aventura de la vida y, ocasionalmente, comparan sus conclusiones con las de Teilhard. El tiempo también ha dado buena cuenta de la misma fiabilidad. Los adelantos humanos que Teilhard avanzó se vieron ratificados con posterioridad, solamente porque dio buena cuenta de su razón. El profesor recientemente desaparecido J. Rof Carballo (1969) constata un hecho que valida las directrices y conclusiones de su pensamiento: "Algo muy importante que a mí me impresiona en Teilhard es su poder adivinatorio, en este mundo en que vivimos tan acelerado. Inmediatamente después de su muerte se han empezado a realizar cosas que él adivinó".
Lo que para muchos fueron "filosofías" sin soporte -y, por diversos motivos, insoportables-, no fue más que el vislumbramiento y el correspondiente esbozo de los siguientes pasos a seguir por la religión, por la ciencia y por el ser humano en general, porque sabía muy bien qué tenía entre manos, su necesidad y el para qué de su razón de ser. Lamentablemente, tras Teilhard y salvo excepciones, ni la religión, ni la ciencia, ni ninguna forma de expresión del conocimiento humano, ha practicado la coexistencia en unicidad. La "fórmula Teilhard de Chardin" no ha sido explotada aún. Sin embargo, al enlazar el pasado con lo que hoy se ha conseguido, deducimos que el futuro de todas ellas pasa por esa fusión, determinada por una creciente complejidad de la conciencia humana. Y es que, no sólo "lo que se eleva, converge", como decía; es que lo que no ha convergido es porque no se ha elevado todavía.
En sentido estricto, los argumentos de Teilhard no son filosóficos, metafísicos, científicos, teológicos o jesuíticos, aunque sí es preciso reconocer, como sintetiza C. Tresmontant (1968), que "Lo primero en el pensamiento de Teilhard no es la metafísica, sino la ciencia experimental, y la experiencia mística". Se podría decir que se trata del producto intelectual, genuino, una nueva aleación, resultante de la contemplación total del fenómeno humano; porque lo humano abarca tanto lo somático como lo mental y lo espiritual o teónico. Por ello, cualquier valoración realizada a partir de una categoría lógicamente menos compleja, dejaría a la obra teilhardiana prácticamente inabordada e incomprendida, aunque desde su ignorancia pueda afectarla y tintarla del color que prefiera, a ojos de quienes no han pensado suficientemente.
Por ejemplo, no es exacto que Teilhard haya podido portar una mística incompleta, o que su evolucionismo fuese escasamente científico. Más bien, ocurría que "Revelación interior y experiencia científica estaban singularmente conjuntadas en Teilhard"; ésta es, al menos, la opinión de H. de Terra (1967). A Teilhard sólo le podría valorar completamente otro "Teilhard". Y ese "otro" nunca le pretendería descomponer. Entre impropio e inmoral sería querer hacerlo de alguien que inquiría sobre síntesis como la ley de complejidad-conciencia o la noción de ultrahumano, o sea, la superrevolución humana en perspectiva, por totalización y divinización de lo social. O que mostró cómo podrían cooperar y fundirse: unidad con diversidad: la unión, la verdadera unión, diferencia, no confunde; física y mística; ciencia y religión; materialidad y espiritualidad; individuo y humanidad; pasado y futuro; persona y Dios; Oriente y Occidente; evolución interior y progreso, etc. El pensamiento de Teilhard podría sintetizarse (ultracondensarse) en el texto de la medalla de Delamarre, cuyo esquema responde a un diseño del propio Teilhard de Chardin, en la que se podía leer: "Tout ce qui Monte Converge" ["Todo lo que se eleva converge"] (J. Rodríguez Aramberri, 1970, p. 27).
De las personas que conozco que han comenzado a leer a Teilhard, muchas le han dejado 'por imposible'. Pero la mayor parte de quienes han llegado a entrever (con su conciencia) su profundidad y alcance, no han quedado indiferentes. Para algunos, expresado simplemente, "Teilhard es un lío alambicado". Pero suele serlo más para quienes denotan parcialidad y cerrazón egótica. Para quienes tienen la mirada puesta en un futuro más humano, con todo lo que ello comporta, les es más sencillo comprenderle. En efecto, no toda persona está realmente en disposición de profundizar en sus líneas, pero no a causa de una falta de capacidad intelectual, sino por las características de su ego. Como, a mi modo de ver, acierta a reflexionar F. Riaza (1967):
En primer lugar, sólo pueden leer comprensiblemente a Teilhard aquellos para quienes su calidad de hombres-sin-más despierta un sentido profundo de comunidad con la humanidad. Quienes se definen a sí mismos exclusivamente como obreros, o como españoles, o como católicos y vean en estos nombres ante todo etiquetas de separación y de aislamiento frente a los otros hombres, los que se juzguen a sí mismos separados de los demás por muros infranqueables de privilegios o por compartimentos estancos, éstos no verán en Teilhard más que un soñador iluso y falto de "realismo", un "intelectual" que no ha experimentado en carne propia la dureza y la maldad de los hombres. Para poder escucharle hace falta un mínimo de confianza, de simpatía o de esperanza.
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