SEXTA ENTREGA
William Johnston / Introducción
Primacía del Amor
Por lo dicho está claro que en el autor inglés el lugar central del ejercicio contemplativo está reservado al amor. Que el amor es la esencia de todo el problema se afirma una y otra vez en palabras como estas: “Pues en la caridad verdadera uno ama a Dios por sí mismo, por encima de todo lo creado, y ama a su hermano el hombre porque esta es la ley de Dios. En la actividad contemplativa, Dios es amado por encima de toda criatura pura y simplemente por él mismo. En realidad, el verdadero secreto de esta obra no es otra cosa que un puro impulso hacia Dios por ser él quien es”.
Por lo mismo, el secreto de esta obra es el amor, al que el autor inglés hace referencia con expresiones como estas: “amorcito secreto”, “puro impulso de la voluntad”, “tensión ciega”, “suave movimiento de amor”, “esta obra”, o simplemente “esto”.
Habría que notar, sin embargo, que emplea estas expresiones para una actividad que incluye un conocimiento o conciencia de alguna clase. De cara al análisis es posible hablar del conocimiento y amor en la contemplación. Pero la actividad de que habla el autor es una mezcla de ambos, una experiencia totalmente simple que surge en lo más íntimo del corazón del contemplativo. En último análisis, es algo indescriptible, como declara el mismo autor cuando dice que: “Lo que podemos decir de ella no es ella, sino sólo sobre ella”. No duda en afirmar, sin embargo, que su elemento predominante es el amor, y sobre esto pone todo el acento. La práctica del no-saber con su dejación de todo conocimiento claro bajo la nube del olvido no es más que la preparación para el cultivo de este movimiento ciego que es lo más importante de la vida. Lo repite muchas veces, como, por ejemplo, en las palabras siguientes:
“Así, pues, para mantenerte firme y evitar las trampas, mantente en la senda en que estás. Deja que tu incesante deseo golpee en La Nube del No Saber que se interpone entre ti y tu Dios. Penetra esa nube con el agudo dardo del amor, rechaza el pensamiento de todo lo que sea inferior a Dios y no dejes esta actividad por nada. La misma obra contemplativa del amor por sí misma llegará a curarte de todas las raíces del pecado”. Este pasaje típico muestra cómo el problema del olvido queda relegado a un segundo plano, ya que no se trata más que de dar lugar al “agudo dardo” que, sin embargo, va acompañado de una profunda conciencia de Dios. Podríamos multiplicar los ejemplos en que el autor expresa su entusiasmo por el pequeño amor que llega a dominar la vida rústica. “Tu personalidad quedará totalmente transformada, tu porte irradiará una belleza interior, y mientras lo sientas nada te entristecerá. Correrías mil kilómetros para hablar con otro del que supieras que efectivamente también lo siente, y, sin embargo, cuando llegaras allí, te encontrarías sin palabras”. A medida que el contemplativo penetra más hondamente en la nube, el amor llega a guiarle, enseñándole a elegir a Dios, que no puede pensado, entendido o hallado por ninguna actividad racional. A medida que se fortalece, llega a tomar posesión de él de tal forma que domina toda acción. Le ordena que elija a Dios, y si no sigue su mandato, le hiere y no le deja en paz hasta que no hace su voluntad. Tenemos una hermosa ilustración de esto en un pasaje de esta obra del autor que, por desgracia, no a aparece en este libro. Permítaseme citar de Una Carta sobre los impulsos un párrafo sobre la calidad dinámica del impulso ciego del amor:
“Eso mismo que sientes te hará saber cuando has de hablar y cuándo has de estar callado. Y te dirigirá discretamente en toda tu vida sin mezcla de error, enseñándote misteriosamente cómo has de comenzar y cesar en todos tus actos naturales con una grande y soberana discreción. Si con la gracia puedes mantener esto habitualmente en continuo ejercicio, cuando te sea necesario hablar, comer dentro de lo que es normal o vivir en comunidad, o realizar cualquier otra acción propia de los cristianos o de la naturaleza, primero te impulsará suavemente a hablar o hacer cualquier otra obra de la naturaleza. Y luego, si no lo haces, punzará como un aguijón tu corazón sin dejarte reposo, y no tendrás paz hasta que lo hagas. De la misma manera, si después de haber estado hablando o haciendo cualquier otra cosa propia de la naturaleza, ahora te conviene y debes estar tranquilo pasando a lo contrario, como, por ejemplo, del ayuno a la comida, de la soledad a la compañía u otras obras semejantes, todas ellas de indudable santidad, te sentirás impulsado a hacerlas”.
Por lo que acabamos de decir, podemos ver que el impulso ciego del amor se convierte en una viva llama que guía todas las decisiones del contemplativo. La impulsa blanda y suavemente a obrar: pero le impele también a hacer la voluntad de Dios con una cierta inevitabilidad, de tal forma que es inútil luchar: parece estar atrapado por algo más fuerte que él a lo que ha de obedecer aun a riesgo de perder la paz interior cuando golpea su corazón. Que esta sea la dirección de Dios mismo lo vemos indicado en La Nube…, donde el autor habla de la acción directiva de Dios en lo más profundo del alma, donde no puede entrar ningún espíritu y donde ningún razonamiento puede hacer impacto. Y esto, repito, es la suma de la moralidad cristiana. No más fidelidad a la ley sino sumisión a la dirección moral del amor.
Además, es precisamente este amor el que da la sabiduría, el conocimiento más verdadero. En realidad, el proceso meditacional que nos enseña nuestro autor inglés podría describirse en tres etapas. En primer lugar existe el conocimiento claro y distinto producido por la meditación discursiva. Esta queda abandonada por la dirección del amor. Después este amor encuentra la sabiduría. En otra obra, Tratado del Estudio de la Sabiduría, el autor describe este proceso con un símil tradicional. Como la vela encendida se ilumina a sí misma y los objetos de su alrededor, así la luz del amor nos permite ver tanto nuestra miseria como la gran bondad de Dios:
“Lo mismo que cuando la vela está encendida puedes ver la vela misma por la luz que sale de ella, y también las demás cosas, así cuando tu alma arde en amor de Dios, es decir, cuando sientes que tu corazón arde en deseos del amor de Dios, entonces a la luz de su gracia que envía a tu razón, podrás ver tu indignidad y su gran bondad. Por tanto… acerca tu vela al fuego”. Santo Tomás enseña una doctrina semejante. Sostiene que un gran amor de Dios hace descender al Espíritu, según la promesa de Cristo en la última cena de que si alguien le ama será amado por el Padre, quien enviaría otro Paráclito: progreso en la caridad significa, pues, progreso en la sabiduría. Esta clase de sabiduría es, creo yo, evidente en las relaciones humanas, donde el amor puede descubrir una belleza y una potencialidad que la razón sola no puede encontrar.
Y así el autor se afirma en la corriente de la tradición que considera la mística como un asunto de amor entre el novio y la novia, entre Yavé y su pueblo. Es aquí donde hay que encontrar el más hondo significado de la mística occidental.
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